17 de junio de 2018.
5:37 am.
Volví en razón gracias a un gran ardor, producto de una mano abierta golpeando mi mejilla.
Me encuentro sentado sobre mi cama. Con mi rostro girado debido a la bofetada.
Siento su respiración agitada y su mirada de odio sobre mí.
No quiero voltear, no quiero verlo. Cierro mis ojos, donde a través de ellos discurren mis más saladas lágrimas.
Todo se queda en silencio y sé que hay mucha gente allí, parados frente a mí, en el marco de mi puerta, a un paso de mi habitación.
Quería pensar y distraerme con lo que creí haber vivido hace un momento atrás. Pero se me hizo imposible.
Imposible que eso haya sucedido e imposible intentar pensarlo en éste momento tan negativo y doloroso.
Hasta que alguien se atreve a romper el silencio.
Primero el sonido de unos tacones chocando contra el suelo de madera, apresurados, cada vez más cerca.
Luego, al encontrarse a tan poca distancia, habla con una voz muy tajante y autoritaria.
—Oliver, ¿qué te sucede? Deja al niño en paz. Estás desquiciado.
Y sí, la señora Madam se encontraba aquí, ayudándome.
Creo que es el momento de abrir mis ojos. Y la observo. Tiene grandes ojeras debajo de sus ojos, con poco maquillaje, todo corrido. Su ropa ya se encuentra un poco sucia y arrugada, con sus tacones de colores que no combinan para nada.
El señor Oliver se da media vuelta y la observa. De espaldas a mí, me imagino su rostro airado viéndola, y temo por ella.
Caminan lentamente en sentido opuesto, ella acercándose a mí y él buscando salir de la habitación. Pero en lo que se cruzan, él la agarra con fuerza por los hombros.
—Siempre tú tan débil, y más con ese niño. Sabes quién es y lo que tiene que ver conmigo, no contigo. No haces nada metiéndote en ésto —le dijo el señor Oliver.
—Pues, ya tú tampoco tienes nada que ver conmigo.
Veo cómo las manos del hombre aprietan de forma muy fuerte los hombros de la señora Madam, y sin previo aviso la empuja fuerte, en contra de él.
Su cuerpo golpea la pared y ésta no permite que caiga.
El señor Oliver, se retira lo más rápido que puede.
Me quedo perplejo observado la escena.
La señora Madam se recompone, estira un poco su ropa y me sonríe de la forma más triste que puede existir. Cierra la puerta y se acerca lentamente a mi cama.
No me he movido en todo este tiempo, y no pretendo hacerlo. Siento mi rostro arder, cómo si estuviese prendido en llamas.
Ella busca un lado y se sienta frente a mí. Al caer sobre el colchón, me hace saltar un poco por la superficie tan duramente suave.
Todo ésto me hizo recordar aquella mañana, no tan lejana, donde me enteré de la muerte del anciano. Y no quiero sonar egoísta, pero no sé cual momento es peor. Más allá de una persona, algo aquí estaba muriendo.
Siento mis lágrimas, ya casi secas, sobre la comisura de los labios. Y decido no probarlas.
Al menos por ésta vez, no quiero que algo que aunque sea mío, regrese a mí.
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Más allá de lo que ves
AdventureBenjamin Pavard, niño francés, huérfano, amante de los libros de historia y con ganas de vivir una o varias vidas que no sean la suya. Más allá de lo que ves, es una historia de un niño poseedor de un objeto que supera la leyes de la física, de la n...