17 de junio de 2018.
5:36 am.
En ocho días de mis trece años, creo que he vivido más que antes.
Mi día de ayer terminó sin una palabra más, luego de ver su nombre ahí esculpido. Al finalizar ese lúgubre momento, fuimos a comer, y no quedó nada más.
Es de madrugada y llevo despierto parte de ella, intentando entender todo. Es cómo cuando lees un libro de esos, donde no quieres vivir más allá de esas líneas que descifras, ni experimentarlo en carne propia.
En esas horas de ligera agonía, recuerdo ese último momento que viví con el anciano Antoine. Me abrazó y me dijo algo qué, fue muy leve pero llegué a escuchar con claridad.
Tus bolsillos, en uno de ellos, encontrarás la historia detrás de cualquier libro. No será tan difícil.
Mis bolsillos.
Si quería empezar por partes, esa era la primera. O quizá el infinito que estaba esculpido en su lápida.
De todos modos, me pregunto a qué se referirá con mis bolsillos. Y sí, recuerdo que aún sigue mi ropa de aquel día al pie de la cama, arrugada y llena de algo que ya no es fresa.
Me encuentro en total oscuridad, y decido bajar de la cama. Mis pies tocan el frío del piso, y con ellos busco ese puñado de tela. Y no, no la encuentro. Mi respiración se agita y siendo la necesidad de, no sé, encontrarlo quizá, y saber la verdad de todo, aunque no tengo ni la menor idea de lo que estaría allí. Cómo cuando nunca has comido algo pero sabes que de igual forma no te gusta. Así.
Con la oscuridad inundando mi habitación, deslizo mis pequeños pies por todos los bordes de la cama. Nada.
Intento relajarme, salto un poco para sentarme en la cama, y mientras queda la inercia del rebote de mi cuerpo sobre el colchón, pienso que quizá, cuando no estuve aquí, alguien entró a limpiar y se llevó toda mi curtida ropa. Pero no, trato de ir más allá de todo eso. La lavandería no abre los fines de semana, así que, tendrían toda la ropa por algún lado aglomerada.
Sabía lo que todo ésto me iba a llevar hacer.
No nos dejan salir de nuestras habitaciones en plena madrugada. A las nueve de la noche, siendo cualquier día común y corriente, todos ya debemos estar en ellas, y en la cama si es posible. Recuerdo las peores dictaduras y esclavitudes plasmadas en hojas que llegué a leer. Pinochet en Chile. Hussein en Irak. Videla en Argentina. Y, cómo no, Adolf Hitler, en la vecina Alemania.
Sé lo que tengo que hacer y decido arriesgarme, además, todos deben estar dormidos.
Voy a ir descalzo, con mis pies desnudos, a pesar de lo helado del piso. Sabía que de esa manera mis pasos pasarían desapercibidos.
Mientras abro la puerta lo más suave posible, pienso en la dificultad que me pone la oscuridad. Pero una vez ya abierta casi completamente, observo que a través del ventanal, una fuente de luz blanca llueve y se expande sobre gran parte del pasillo, escaleras, y quizá, por lógica, del salón principal.
Bajo las escaleras lo suficientemente lento cómo para no ser escuchado, y lo suficientemente rápido cómo para llegar cuanto antes.
Al filo del último escalón, observo un poco el panorama. Justo a mi izquierda encuentro la entrada a la cocina, delante tengo el pasillo que da hacia recepción y salida, a mi derecha el salón comedor, y bordeando, por detrás y diagonal está el depósito.
En este sitio no hay donde lavar, siempre debemos entregar nuestras ropas sucias y desgastadas para que las lleven a la lavandería, que por lo que sé, queda muy cerca de aquí. Y, sabía, que si almacenaban la ropa en algún sitio, tenía que ser en el almacén.
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Más allá de lo que ves
AventureBenjamin Pavard, niño francés, huérfano, amante de los libros de historia y con ganas de vivir una o varias vidas que no sean la suya. Más allá de lo que ves, es una historia de un niño poseedor de un objeto que supera la leyes de la física, de la n...