Hogar, dulce pesadilla

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Aquel viernes ella se levantó agitada, no sabía por qué. Dio vueltas por su casa corriendo, la casa estaba fría, oscura...vacía, no encontraba a nadie.

Salió de su casa a buscar asilo con sus vecinos, el chico del frente le caía muy bien, casi podía decir que se gustaban mutuamente. Cruzó la calle y subió hasta la puerta.

Tocó, tocó y gritó, nadie abrió.

Sintió un escalofrío, volteó y vio una sombra fugaz que desapareció casi tan rápido que la niña fue capaz de distinguirla.

El escalofrío se volvió pánico y la joven se paralizó por unos segundos. Subió la mirada hasta su casa y a través de la ventana de su habitación vio una figura pequeña, del mismo tamaño de ella que la observada estupefacta desde la ventana.

La chica de la acera corrió de nuevo a su casa a encontrarse con la intrusa en su cuarto. Pero se cruzó con su padre en la sala, la niña se alivió y corrió a él, pero lo atravesó como si fuera aire y su padre no se inmutó, la niña intrusa bajó por las escaleras y ambas niñas cruzaron miradas, ambas estaban sorprendidas, eran idénticas; su cabello negro en dos colas que llegaban hasta su clavícula, sus ojos profundos y oscuros redondos, y su tez pálida con un lunar en el pómulo derecho, eran la misma persona.

La usurpadora estaba abrazada a su padre y la miraba con una sonrisa burlona. Le había robado su puesto.

Su padre soltó a la sustituta y fue a la cocina, desapareció en el aire. Ambas niñas volvieron a estar solas.

La imitadora cambió su mirada a unos ojos negros llenos de maldad demoniaca y creció, sus dedos se estiraron y estrecharon, su tez también se enegreció y su estatura aumentó casi al doble.

La niña aterrada, corrió a su habitación y resbaló al subir las escaleras, se arrastró hacia arriba como pudo, pero la bestia la tomó por su pierna y la haló hacia abajo. Su boca se ensanchó y sus dientes delgados y largos como agujas hacían el ademán de una sonrisa.

El monstruo se movió y clavó sus dientes y el hombro de la niña, ésta se retorcía del dolor y hacía un grito agudo de agonía, la sangre fluyó y la vista de la niña empezó a nublarse.

De pronto el dolor cesó y todo se volvió negro.

Aquel viernes ella se despertó agitada...

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