Capítulo 17

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Abrí los ojos presa del desconcierto. Sí, estaba desorientada sin saber en dónde me encontraba, pero una sensación de plenitud se dejó notar en mi cuerpo, dándome tranquilidad. No recuerdo desde cuando no me sentía así. Aunque, a decir la verdad, no hacía ni poco ni mucho, pues nunca había sentido de tal manera.

El leve temblor de una mano en mi abdomen me sobresaltó, recordé el día y la noche anterior; giré mi vista a mi lado derecho y allí estaba ella. Su negra cabellera caía sobre la almohada, su rostro placido y sereno hacía que quisiera quedarme así, mirándola y admirándola por el resto de nuestras vidas. Contemplar su cuerpo semidesnudo, a medio cubrir por las sábanas blancas, hizo que imaginara a la escultura de una de esas diosa griegas o romanas de la mitología, de esas que había visto tantas veces en los libros de Historia Universal, una venus o una afrodita, no sé si igual o más hermosa que ellas, pero esta que yacía a mi lado era una mujer real, tangible y única y no era cualquier mujer, era Alexandra Vause, mi Alex... mi afrodita, de nadie más.

Sonreí por mi posesivo pensamiento. No me conocía esa faceta, pero que más daba, al parecer no conocía algunas cosas de mí y, gracias a esta mujer, de mi interior estaban aflorando muchas que ignoraba.

Quise acariciar su mano sobre mi vientre, aunque no quería despertarla para así poder seguir detallando la perfección que veía en ella. No me contuve y delineé sutilmente desde el extremo de sus dedos hasta el dorso de su mano. Se retorció un poco dejando salir un suspiro pacífico, apenas audible. Como pude, moví mi cuerpo lentamente para no molestarla, quedando de lado y observándola de frente.

Moría de ganas por besar sus labios, por acariciar sus mejillas y dibujar con mis dedos cada una de las líneas de su rostro. Sin embargo, me quedé allí embelesada, perdida en la blancura y la sedosidad de tu tez, embriagada en ese aroma tan propio, sumergida en la calma de su sueño. Sabía que no solo era algo físico lo que me atraía, había más en ella que despertaba profundas inquietudes y emociones en mí, haciendo que quisiera más a cada instante. Lo estaba descubriendo y me daba un poco de miedo, pero estaba decidido, no me opondría a ello. Al parecer, ella, era esa persona que inconscientemente siempre esperé, con quien quería estar tomada de la mano y que, con un simple gesto, me transmitiera que todo estaría bien. Con todo y mis temores, ya no había vuelta atrás, ya había saltado al abismo y ella, en esos momentos, me sostenía entre sus brazos.

—Buenos días, novia mía —dijo Alex al despertar, desperezándose. Su voz sonó ronca y sensual, más de lo habitual. Acarició el brazo de Piper, quien de inmediato había llevado sus dedos a sus mejillas al saberla despierta.

—Buenos días, hermosa mía —Se acercó y depositó un leve beso en sus labios.

—¿Cómo dormiste? —La morena sentía curiosidad.

—De mil maravillas, hacía tanto tiempo que no tenía un descanso tan reparador —Ambas sonrieron.

—Me alegra mucho, así vas a trabajar recargada de energía.

—¿Trabajar? No, hoy no iré. Le pedí a Marisol mover las citas para la próxima semana —Alex se inclinó para quedar más cerca de Piper.

—Entonces quédate hoy y vayamos a la playa —Le dijo en un susurro mientras colocaba su mano en el pecho y comenzaba a deslizarla hacia su cuello.

—Ummm si me lo pides de esa manera, cómo negarme —Piper sonrió y le dio un beso en la punta de la nariz—Está bien me quedaré, pero con una condición.

La dueña de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora