8: September 13

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Regresó a cubierta momentos después con el estómago lleno y energías renovadas, volvió a asir el timón con decisión. No tardó mucho en advertir la presencia de otro barco acercándose, uno con velas oscuras.

Natalia nunca fue seguidora de las historias de su madre, esas historias le hubiesen servido ahora. Recordaba haber oído una en la que un barco abordaba otro y destrozaba todo y a todos. Si tan solo pudiera recordar como el marino de esa historia contrarrestaba los intentos de los piratas por abordar el barco.

Pero tan pronto el barco estuvo a poca distancia, Natalia vio las señales desde la cubierta.

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Un delicado beso fue depositado en el dorso de la mano de Natalia. Había sido invitada a una cena bajo la cubierta del barco de velas negras, se encontraban ambos en ese momento, Natalia y...

—Jotape— se presentó el capitán pelirrojo mirando interesadamente a la dama. —Capitán del September 13, es un muy gran placer para mí, señorita—

Natalia no terminaba de convercerse, sin embargo no podía decir que no a una cena de verdad. Frente a ella, se encontraba una verdadera comida preparada por la tripulación del September 13, debía admitir que eran unos verdaderos cocineros, aunque todo lo que había en la mesa era producto del mar. Pescado frito y otro asado en sal de mar, más a la derecha un bacalao en guarnición de algas y mejillones hervidos, por una parte de la gran mesa se encontraba una olorosa sopa, que a juzgar por la aleta que sobresalía del plato, era de tiburón.
El olor era tan embriagante y tan apetitoso que Natalia tenía la intención de tragarse todo de una buena vez sin ninguna consideración por su anfitrión. Pero por alguna razón le pareció recordar a Mayden en cada plato y eso le impedía probar ni un bocado.

El capitán Jotape, por cierto, comía despacio dando generosos sorbos a su copa cada ciertos bocados y le relataba su triste y poco creíble historia.
—Es algo fascinante, las dimensiones del océano... Tan basto... Tan implacable... Tan... Irascible— murmuraba con una especie de nostalgia y rabia —... Diez años... Hemos estado a la deriva... Perdidos... en el gran océano—

Natalia rondaba sus ojos achocolatados en torno al camarote del capitán, no tenía el menor interés por escuchar una historia más fantástica que las que su madre se inventaba. El camarote tan grande y sucio, a la vez conservaba un orden comprensible. Como un caos organizado de objetos marítimos, aquí y allá botellas y pergaminos, tijeras y espadas. Le llamó la atención un bulto en una pared, con una forma parecida a un gran armario cubierto por un trazo grande de tela negra que parecía haber sido cortada de las propias velas del September 13.

—... A la isla del occidente ¿o me equivoco?— preguntó de pronto notando la atención de la joven por el bulto.
Natalia se limitó a asentir volviendo sus ojos al pelirrojo que la miraba con atención. —¿Y viaja sola?—

—completamente— mintió.

La cena transcurrió en un largo silencio en el que Natalia reconoció la desconfianza que Jotape mostraba, era obvio que no le creía. Cuando Natalia se disponía a despedirse y agradecer cortésmente la cena, el capitán la retuvo de nuevo.

—No la traje aquí simplemente por la cena, dulce señorita— explicó con el brillo de una segunda intención en sus ojos. Natalia se tensó.

—Ah ¿no?—

—No— confirmó él —deseo hacerle una propuesta, señorita—

—L-Lo escucho—

—Verá...— comenzó a decir él mientras se dirigía directamente hacia el bulto con forma de armario —Estoy seguro, y usted nunca me lo podrá negar, de que no viajáis sola. Una joven mujer con un carácter como el suyo no sería capaz de navegar sola... Menos en mar abierto—

Lo que deseo hacer con usted señorita es un... Canje.— Natalia se relajó un poco —A cambio de un mapa a la tierra más próxima... Comprenderá mi desesperación por regresar a tierra firme, señorita, el ser humano no está hecho para vérselas contra el océano. Estoy dispuesto a ofrecerle mi posesión más preciada—

Natalia abrió exorbitantemente sus achocolatadas orbes. Eso a lo mejor le convenía, quizá algo que pudiera darle más credibilidad a la hora de presentarse al príncipe de las Islas de Occidente, así no llegaría tan pobre ante él.
Luego recordó que, ella sólo poseía un mapa, y ese era el que conducía hacia las míticas Arenas Doradas. Por nada del mundo podría canjear semejante mapa, era como romper el pacto hecho con Mayden y su promesa a su familia.

Pero no podía decir nada, el capitán ya le estaba mostrando su más grande tesoro al descorrer las velas de encima del bulto. Gran susto de asombrosa magnitud se llevó Natalia, al ver que ese tesoro le devolvía la mirada. Lo que estaba ocultando, era un tanque muy parecido al que Mayden usaba en el Stallion Racotis. Y también contenía un habitante subacuático, una sirena. Esta era rubia y de piel extremadamente blanca, que miraba a Natalia con ojos verdosos. Tenía una cola larga y escamosa terminada en una aleta de un color marrón metálico.

—Saluda, Rocío querida— murmuró el capitán Jotape y la sirena extendió una amplia sonrisa embelleciendo su agraciado rostro. —¿Y bien?... ¿Hacemos el trato?—

Natalia titubeó un poco en lo que iba a decir, luego se le ocurrió que se suponía que ella no sabía nada sobre las sirenas e intentó hacer cara de asombrada.
La había atrapado y la tenía atrapada y por si fuera poco la pensaba intercambiar por un mapa. Bueno, casi era entendible que estuviera desesperado por volver a tierra si habían pasado todo ese tiempo a la deriva. No podía ofrecerle el mapa de las Arenas doradas al pelirrojo, aunque lo comprendiera, ella lo necesitaba también.

—Lo lamento pero...— al mismo tiempo, el pelirrojo y la sirena dejaron sus sonrisas —sólo poseo un mapa y... Por nada del mundo podría cambiarlo-

El capitán golpeó con su puño en la mesa y entraron dos marinos de la tripulación, que por cierto no se inmutaron al ver a la sirena. Uno de barba castaña y otro con bigotes teatrales se colocaron a ambos lados de la aturdida Natalia, quizá no debió dejar el barco en un principio.

Arenas Doradas (#Maytalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora