4: El Hombre Pez

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Lo primero que sus orbes achocolatadas lograron captar y enfocar al despertar, además del brillo del alba, fue una gaviota descansando sobre su pecho mirándola con graciosa atención.

—Quítate— chilló haciendo volar al ave y arrastrándose tierra adentro por la arena asustada.

Sólo entonces, reparó en que estaba en tierra firme otra vez. Estaba viva, Respiraba aire puro de nuevo y se hallaba tendida sobre una arena blanca purísima, casi inmaculada, con rocas blancas y palmeras, en una isla que jamás había visto ni soñado con ver. Sonrió al momento de pensar que tenía una segunda oportunidad para cumplir su promesa, que ahora que esas piratas se habían quedado atrás, tenía una verdadera oportunidad de reemprender su viaje a las islas del occidente.

Pensando en ello y al rondar con la mirada por la costa de la isla se encontró con algo más que rocas y gaviotas, algo que de verdad que nunca hubiera pensado con ver. Un hombre, un joven de quizá su misma edad, con el pecho descubierto y usando las blancas rocas para recargar sus codos y en ellos su rostro. La miraba, con sus achocolatados ojos oscuros de mirada penetrante enjaulados en tupidas pestañas negras como la noche, con una media sonrisa curvada en sus delgados labios enmarcados en la sutil sombra de su barba.

—¿Para cuando terminas de admirarme?—
Le dijo de pronto, moviendo sus labios grácilmente. Pero ese reclamo la dejó a Natalia aún más anonadada y fría en su posición de lo que había estado en un principio.

—Pe... Perdone... Yo no lo hice pa-para... Para molestarlo— murmuró a intervalos por la sorpresa apartando la mirada ruborizada de la vergüenza. Era un hombre muy guapo, atractivo, masculino, tremendamente hermoso, que estaba ahí frente a ella. Debía estar muerta y estaba en el paraíso mirando un ángel de bronceada piel, porque estaba segura de nunca haberse encontrado semejante hombre como aquel.

—No importa— y sonriendo era mil veces más bello —estoy acostumbrado a las miradas descaradas de las mujeres—

Esa latente prepotencia y presunción bajaron al hombre del pedestal del cual Natalia lo había puesto hacia unos segundos. Ella frunce su ceño cayendo en la realidad, todos los hombres eran iguales, siempre tan presuntuosos creyendo que todas están a sus pies y su varonil belleza supera la de las estrellas. Sólo esperaba que su prometido no fuera un presumido, no soportaría tener que despozarse con un hombre como el que tenía enfrente.

—Bien... buen día y adiós— puntualizó de una vez poniéndose en pie para adentrarse entre el grupo de palmeras que estaba a pocos metros de la costa en la que Natalia acababa de despertar.

La presuntuosa sonrisa desapareció de ese rostro bonito al verla incorporarse.
—Espera, ¿ni siquiera me dices tu nombre o me preguntas el mío?— la joven mujer no se detuvo por eso y continuó de largo dándole la espalda —¿no seréis descortés con la persona que te salvó la vida cierto?—

Eso fue suficiente para hacerla parar y también para regresarle su adornada sonrisa al joven.
—¿Fuiste tú quien me trajo aquí?— preguntó dándose la vuelta y regresando lentamente a la costa.

—Se dice "Gracias"— respondió frunciendo el entrecejo y fulminándola con la mirada —pero si, y creo que no debí hacerlo ya que veo que ustedes los humanos son unos ingratos— Con su orgullo "herido" el salvador se iba a dar a la fuga volteando al océano pero un nuevo comentario de parte de Natalia lo hizo regresar.

—Espera no te vayas, no quice... ¿como que humanos?... ¿acaso tú no lo eres?—
El joven muy sonriente regresó su mirada hacia ella un segundo para luego meterse de lleno en el agua. Natalia se acercó al lugar en donde el tipo se había sumergido, dos segundos observó las ondas del agua hasta que lo vio...

—Eres un...— masculló. El ahora más orgulloso chico chapoteo hacia ella para que se apresurara a terminar, le encantaba la estupefacción en que se sumían los que lo veían.

—¡Sireno!—

—...¿Qué?, no— dijo volviendo a ponerse serio y acercándose a ella para mostrarse completamente sobre una roca —Triton, ¿oísteis? tri-ton—

Natalia no daba crédito a sus ojos. El hombre a su lado chapoteaba con su gran aleta azul marino la superficie cristalina del agua. Era un tritón o una sirena o lo que sea, tenía una cola de pez en lugar de piernas. El sol se reflejaba en su aleta azul marino dándole un aura mágica a sus escamas, todo volvía la singular situación demasiado fantástica para creérsela. ¡Pero ahí estaba! Ante sus ojos, un verdadero tritón le acababa de salvar la vida.

—... Entonces no eran un mito— si alguna vez volvía a ver a su madre, le pediría perdón por no creer en esas historias que cuando niña le contó sobre las míticas y hermosas sirenas. Pero de igual manera, nunca lo hubiese creído de no tener frente a sus ojos la prueba viviente y vanidosa de su existencia.

—¿Qué hacíais en la celda de un barco hundido?— preguntó el hombre-pez ignorando el azoramiento de la joven, le gustaba la atención pero no demasiado.

—Era prisionera de unas piratas— contesta acercándose a tal maravilloso ser que parecía sacado de un cuento de adas de esos que su madre le narraba todas las noches. Entonces se le ocurrió algo, un Triton debía conocer muy bien el lecho marino y la ubicación de todas las islas. Y si seguía con vida, era única y exclusivamente para seguir adelante con su promesa, que debía cumplir a toda costa. Si unas piratas no pudieron detenerla, este pez tampoco.

—Voy a unas islas al occidente, ¿las conocéis acaso? debo llegar allá antes de que acabe el mes... y pienso que quizá tú las conozcas...— el tritón alzó una ceja al ver que Natalia se desviaba del tema —porfavor haré lo que me pidais—

El tritón a su lado sonrió de medio lado de esa encantadora manera que solo un ser mágico podía esbozar —¿Lo que sea?—

Arenas Doradas (#Maytalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora