Capítulo 7

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SHEMOVESAWAY: Diganme si les está gustando la historia o no.. 😱
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Simón dejó la rosa melocotón de tallo largo en su caja, destapada para que no se estropeara. Se miró al espejo y tragó saliva. Había pedido a Ámbar encontrarse en un lugar que ella se sintiera cómoda y ella eligió ir al Roller. Simón había desechado la idea de llevar esmoquin. En vez de eso, el chico había optado por unos pantalones de vestir negros y una de sus camisas más elegantes.
Decir que estaba nervioso era quedarse corto. Al fin y al cabo, estaba a punto de soltar una de las mayores bombas de su vida y no estaba seguro de si Ámbar respondería positivamente.

Un golpe en la puerta sacó a el mexicano de sus pensamientos y se encontró a Pedro recostado contra el marco.

-Te ves muy bien -lo elogió su compañero de piso.

Simón sólo pudo reunir el valor suficiente para responder con una tímida sonrisa. Después empezó a colocarse perfume con nerviosismo.
Pedro se le acercó por detrás y tomó sus agitadas manos.

-Simón, basta. Te ves genial, en serio. No te pongas tanto que terminarás ahuyentándola.

-¿Qué pasa si se asusta?

-Puede que lo haga -admitió el chico siendo sincero-. Pero tienes que darle el beneficio de la duda por si resulta que no lo hace.

Simón asintió más animado y se enfundó en la chaqueta marinera que había tomado prestada de su amigo para esa ocasión.

Cogió la caja con la rosa y dirigió una última mirada a su compañero de piso antes de cruzar la puerta del apartamento.

A la medianoche, el giro que habían tomado los acontecimientos no se pareció en nada a lo que Simón había esperado. Para entonces, se había imaginado a sí mismo dando a Ámbar un beso de buenas noches en el porche de su casa mientras pequeñas mariposas volaban en su estómago emocionadas ante la perspectiva de iniciar una relación con la rubia. En vez de eso, ahí estaba él, sentado en la escalera de incendios golpeándose la cabeza tan fuerte como para provocarse una ida al hospital.
No sabía por qué lo había hecho. Quizá fuera el miedo a ser rechazado como lo habían hecho su primer amor. Fuera lo que fuera lo que la condujo a ello, lo cierto es que técnicamente había dejado a Ámbar plantada.

Por supuesto que había acudido al Roller, ni siquiera él era capaz de algo así de cruel. Pero cuando vio a Ámbar sentada en aquella mesa con ese impresionante vestido morado intenso mirando cada cierto tiempo con una mirada esperanzada a cada extraño que pasaba por su lado, Simón sintió que su corazón se empequeñecía y se deslizaba hasta la boca de su estómago. Se quedó ahí, contrayéndose y haciéndose cada vez más pequeño hasta que llamó a uno de los meseros y le susurró cuidadosas instrucciones tendiéndole la caja con la rosa y dándole una generosa propina a cambio de su discreción.

Se quedó en la entrada durante unos cinco largos minutos mirando a la rubia y librando una batalla interna entre irse o quedarse. Si se iba y no le mandaba emails nunca más, ése sería el fin de todo. Ámbar descargaría su ira sobre todos los chicos del Roller y de su escuela de manera indefinida, pero Simón estaba casi dispuesto a pagar el precio. Sin embargo, no se sentía capaz de huir.

Realmente quería acercarse a la mesa y hablar finalmente con ella cara a cara, pero la realidad de la situación la golpeó con fuerza dejándolo sin nada más que cobardía.

"Venga, díselo, Álvarez -intentó animarse Simón-. Díselo y ya está. Va a ser rápido, como quitarse una banda de cera. Y cuando se abalance sobre ti, corre como un loco."

Miró su reloj. Técnicamente, diez minutos tarde. Habiendo puesto sus pensamientos en su sitio, se levantó en un repentino arranque de valentía y se dirigió a la mesa de Ámbar.

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