Capítulo 10

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-¡Hey, Pedro! -lo llamó Simón en un susurro desde la zona más alejada del mostrador. Mientras lo hacía, escribió una nota rápida en el reverso de una factura-. ¿Puedes darle esto a Ámbar?

El chico levantó una ceja, divertido.

-¿Todavía sigues haciendo eso?

Simón lo miró confuso.

-Sí. ¿Por qué lo dices?

-Ya ha pasado un mes, Simón -le recordó el camarero.

-¿Y?

-Y ella todavía no ha hecho nada al respecto.

-Me volvió a hablar. Afuera del Roller, ¿recuerdas?

-Sí, una vez y eso fue hace como una semana. ¿Se ha comunicado contigo desde entonces? -preguntó Pedro. Simón suspiró.

-Sólo necesita tiempo -razonó el castaño.

-No quiero ser mala onda, pero no creo que se lo estés dando.

Simón miró la nota que tenía entre sus dedos y frunció los labios.

-¿Cuándo voy a poder agradecerte otra vez?

Pedro sonrió con suficiencia.

-Cuando me escuches y dejes que las cosas se enfríen un poco. ¿Todavía quieres que se la dé?

Simón miró la nota e inmediatamente después a la rubia que estaba sentada leyendo algo en su celular en una mesa al lado de la ventana. Se terminó lo que quedaba de su chocolate caliente y se levantó guardándose la nota en el bolsillo.

-Recuérdame que te despida cuando esto no salga bien.

Pedro se rió y gritó a el castaño, que ya estaba camino de la salida:

-¡No me despedirás! ¿Quién te iba a llevar tu sándwich de queso al mediodía?

Simón puso los ojos en blanco y se dirigió a la puerta, forzándose a sí mismo a mirar hacia delante y no a la mesa junto a la ventana donde estaba Ámbar.

Era oficial: Simón era una adicto. ¿Su droga? Ámbar Smith. Aunque no había hablado con la rubia desde su interacción vía mensajes, sabía que al menos había estado recibiendo sus mensajes.

Siguiendo el consejo de Nico, Simón había dejado de mandar huevos de Pascua en forma de notas para que Ámbar los encontrara. Tras abandonar la tarea durante doce horas completas, Simón arrugó el gesto en actitud contemplativa.

Maldita sea, sí que estaba obsesionado. El castaño puso los ojos en blanco ante la idea. Parecía que pasar tanto tiempo con Luna estaba empezándole a afectar.

Aún así, Simón no podía evitar preguntarse si sus mensajes habían tenido algún efecto en la rubia. O quizá la rubia sólo quería que parara.

Eran solamente las ocho y, fiel a su palabra, Simón se mantuvo lejos de su "droga". Esto significaba también abstenerse de entrar al chat de ocho a diez sólo para ver si Ámbar volvía a conectarse. De haber mantenido el castaño su rigurosa rutina, habría podido comprobar que efectivamente lo había hecho.

Ámbar estaba, cuando menos, nerviosa. Ya era mediodía y todavía no se había cruzado con ningún mensaje de Simón. Le sorprendió no recibir uno aquella mañana en el Roller sobre todo porque habría jurado ver de reojo a el mexicano garabateando en un trozo de papel (no es que estuviera mirando), pero después de que el castaño se levantara y su ayudante hiciera alguna broma sobre no ser despedido, Ámbar siguió sin notas nuevas.

Se quedó allí esperando diez minutos más después de recibir la factura para ver si alguno de los múltiples conspiradores aparecía por fin, e incluso empezó a observar cada uno de los movimientos de Pedro por si volvía a acercarse por su mesa, pero nadie vino.

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