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—¿Qué tal?

Le miré y sonreí sin pretenderlo.

—Pues muy bien.

—¿Nada más? —sonrió pícaro, deseoso de que le diese más detalles.

Pues se quedaría con las ganas.

—¿Qué quieres que te diga?

—Pues... —se lo pensó durante unos segundos— Como te va la semana y esas cosas, ¿no?

—Ya te he dicho que estoy muy bien.

—Ya te veo, ya —nuestra conversación fue interrumpida por Juan Antonio, que le invitó a ensayar juntos. Ellos dos eran los nominados de esta semana y aunque le tenía mucho cariño al bilbaíno, no podía negar la afinidad y la complicidad que compartía con Roi. Era mi mejor amigo allí dentro, y me atrevería a decir que también el mayor apoyo que tenía, aunque parecía que ese puesto se lo estuviera llevando otra persona que, al menos por ahora, no estaría dispuesto a reconocer.

—Te veo luego, Alfred —me dio dos palmaditas en el hombro y salió corriendo detrás de Juan Antonio, dejándome completamente solo.

Miré a mi alrededor, todos estaban ensayando sus canciones. Thalía estaba en la cocina con su botella de agua y su pajita, de las que no se separaba nunca, haciendo unos agudos que muchas veces nos han sacado de quicio a todos.  En la habitación estaba Miriam, que ya se había cansado de su compañera, junto a Mireya y Raoul trabajando en las letras de sus respectivas canciones.

Podía escuchar a Aitana, la única solista de la semana, desde la gran sala de ensayo que disponíamos. Por otro lado, Ana y Nerea habían decidido tomar aunque fuera por unos minutos el aire fresco y estaban ensayando bajito su canción sentadas en la terraza. Agoney y Ricky, que compartían una gran amistad, estaban en la sala de los Javis, que aunque no tenía micrófonos para ensayar, era muy amplia y se escuchaba la música perfectamente. Marina y Cepeda estaban en uno de los boxes, serios y sin mirarse, ensayando su canción a dúo. No tenían ninguna complicidad encima del escenario y ninguno parecía dar su brazo a torcer para intentar que eso cambiara.

Me dirigí a la sala del piano, ya que no había a visto a mi compañera por ningún lado e inmediatamente sin poder remediarlo, me preocupé un poco.

Oí una tranquila melodía desde la otra punta de la sala de ensayo que parecía no molestar a Aitana, que estaba totalmente concentrada en la coreografía que le había montado Vicky el día anterior.

Me quedé unos segundos en la puerta, mirándole tocar sin querer interrumpirla hasta que levantó la vista al terminar y me vio.

—¿Te he molestado? —pregunté un poco asustado mientras cerraba la puerta detrás de mí.

—Que va, —soltó una risa suave que hizo que inmediatamente todos mis músculos se relajaran— ¿ensayamos?

—Claro —dejé mi libreta encima de la mesa y me acerqué a la banqueta en la que ya había un sitio preparado para mí.

Comencé a cantar y me adentré de lleno en la canción, con ella. La miraba y me era imposible reprimir la sonrisa que empezaba a dibujarse en mis labios. Amaia era incapaz de sostenerme la mirada por mucho tiempo, todavía sigue sin poder hacerlo, pero me era suficiente con tenerla al lado. Con sentirla.

Llegó su parte y me dediqué a observarla aún más si cabía. Era preciosa. Su pelo largo y moreno, sus ojos marrones, sus labios.

Justo en ese momento me miró, me sonrió y me quedé completamente embobado. Incluso creo que no pude evitar que la boca se me abriera un poco y acabara en una sonrisa. Estaba tan concentrado en Amaia que no podía ni quería pensar en otra cosa.

¿Qué me estaba pasando?

—And through the smoke screen of the crowded restaurants —me miró sonriente, a punto de echarse a reír, como siempre hacía en esa parte. Y a mí, siempre que hacía eso, no podía más que salirme una risa completamente de enamorado.

Cuando terminó la canción se quedó observando las teclas del piano, no sabía si estaba absorta en sus pensamientos o que no quería mirarme, cosa que yo no podía parar de hacer con ella.

—Y bueno... ¿qué tal? —Dios mío, era patético. Estaba nervioso y no podía pensar con claridad por lo que solté la primera chorrada que pasó por mi mente.

Ella rió, seguro que se estaba riendo un poco de mí. Inmediatamente me sentí mal, siempre la cagaba cuando estaba al lado de Amaia.

—Alfred... —me cogió la mano por debajo del piano consiguiendo que me sorprendiera bastante. Ella no solía tener ese tipo de gestos con nadie, por lo menos lo que había visto en esas tres semanas en la academia— ¿podemos hablar esta noche?

Esto último lo dijo susurrando, tuve que acercarme a ella para poder oírla. Era normal, las cámaras nos grababan durante todo el día y no sabías en qué momento los espectadores podrían escuchar ciertas cosas que fueses a decir, con lo que había que andar con cuidado.

Asentí, deseoso por saberlo ya.

—¿No me lo puedes decir ahora?

Ella negó con un gesto divertido y me hizo un gesto con la mano, como invitándome a volver a tocar la melodía de nuevo. La melodía de la ciudad de las estrellas, la ciudad que construimos juntos, nuestra ciudad.

No pude evitar pensar en aquello que me iba a decir en la habitación durante todo lo que quedaba de tarde, incluso me llegó a preocupar. Tal vez fuera algo malo que no me gustaría para nada escuchar, y no quería tener que pasar por eso.

Tanta fue mi sorpresa al escuchar lo que tenía que decirme que me quedé inmóvil. Años después ella me sigue recordando que me brillaban tanto los ojos que parecía que tenía dos pequeñas bombillas incrustadas en ellos y que no podía parar de sonreír. Mi asombro era evidente. ¿Cómo podía gustarle a aquella pamplonica de 19 años? ¿Cómo
podía gustarle yo a ella? ¡A Amaia! Yo, Alfred García, el raro, le gustaba a Amaia.

A día de hoy sigo sin creerlo.

Cierro la libreta, salgo del estudio y voy hasta el salón esquivando a Helga que está jugando con su peluche favorito en el suelo al lado de su madre, la cual está tocando una suave y relajada melodía al piano.

—Te quiero —le digo después de haberme inclinado y haberle dado un beso en la mejilla.

Amaia levanta la vista y me sonríe. Me podría quedar mirándola toda la vida.

—¿Y para mí, papá? —ahora entiendo como se siente Amaia cuando me oye hablar así, como un bebé. Se me encoge el corazón y la levanto en brazos consiguiendo que se ría bajo la atenta mirada de su madre, que nos contempla embelesada.

—Para ti siempre, cariño —le contesto.

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