3- Una espiral en la muñeca.

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Cuando Maya se despertó por la mañana todo parecía estar como siempre: las cortinas se mecían por el ligero viento que se colaba por la ventana mientras Sky se peleaba con la manga de un jersey de lana que Maya había dejado en su escritorio. 

Estiró sus brazos y sacudió su corta melena negra de un lado a otro. Sacó las piernas fuera del edredón y apoyó sus pies en el frío suelo de madera. Fue cuando comenzaba a ponerse las zapatillas de estar por casa cuando los recuerdos de la pasada noche le asaltaron violentamente. Enterró la cara entre sus manos a la vez que sus codos reposaban en sus rodillas y comenzó a darse cuenta de todo lo que había pasado. Un hombre muy viejo y muy bajito vestido con una túnica estrafalaria ensangrentada había tocado a la puerta por la noche y ahora se encontraba en la habitación de invitados.

Rápidamente cogió una camiseta limpia y unos pantalones vaqueros  y fue al cuarto de baño. Allí se mojó la cara con agua fría con la esperanza de que le despejara un poco y se vistió.

Bajó las escaleras y recorrió el espacio que las separaba de la puerta a la habitación de invitados. Estaba cerrada pero se oían dos voces conversar desde el interior de esta.

-No me explico que puede haber pasado para que este hombre se encuentre tan mal por una herida ya completamente cicatrizada.-La voz era grave y masculina, y Maya supuso que era la del médico.- La única hipótesis posible es que le hayan envenenado a través de la herida y el veneno haya hecho efecto después de un largo período de tiempo... aunque eso tampoco explica por qué tenía en la túnica restos de sangre.

A través de la puerta, Maya le oyó suspirar con frustración. 

-De todas formas, -Continuó la voz- le haré un análisis de sangre para intentar averiguar si está envenenado o no, y si es así, intentar curarle de alguna manera.

Maya notó como su madre asentía y se levantaba de la silla en la que estaba sentada con un crujido.

Maya corrió para apartarse de la puerta y se limitó a esconderse en la cocina, con la esperanza de seguir escuchando. Su madre y un hombre alto y delgado con una bata blanca salieron de la puerta y la cerraron con cautela. Oyó como sus pasos se dirigían a la entrada y como la puerta principal se abría y se cerraba.

Maya supuso que seguirían hablando en el patio de la casa y que estarían allí un buen rato, así que decidió entrar en el cuarto de invitados y preguntarle a la persona que se había presentado en su casa a las dos de la mañana todo lo que se le pasara por la cabeza, cosas tales como ¿Eres un asesino? ¿La explosión azul de ayer debería preocuparme? ¿La túnica tiene que ver con un tema religioso o es porque tienes un sentido pésimo de la moda?... ese tipo de cosas que seguro que su madre no le habría preguntado.

Cuando entró en la habitación se llevó una decepción enorme al ver que el hombre seguía inconsciente, así que se sentó en la silla en la que antes se encontraba Olivia y cruzó las piernas.

Examinó el rostro del hombre por segunda vez, esta vez con mas calma y sin la sensación de peligro recorriéndole cada fibra de su cuerpo. Presentaba una barba larga y fina de pelo blanco como la nieve. Sus labios eran tan finos que parecían invisibles y sus cejas, contra todo pronóstico, eran tupidas y con algunos restos de pelo originalmente negro. Las arrugas que le rodeaban los ojos descendían con profundos surcos hasta sus mejillas, dibujando el contorno de su cara. No estaba demasiado delgado pero los pómulos se le marcaban de forma exagerada y su nariz, larga y fina, le hacían parecer una persona muy extravagante. 

Maya se miró las uñas, pintadas de un violeta oscuro, y pensó en marcharse, ya que su madre volvería en cualquier momento, pero cuando comenzó a levantarse, una mano sorprendentemente fuerte le sujetó la muñeca. Maya lanzó un grito en el cual se mezclaban dolor y sorpresa, pero un nudo en la garganta provocado por un ligero mareo la hizo callar repentinamente. 

Una mirada gélida la contemplaba desde la cama. 

-Ahora mismo te sentirás algo mareada, pero no grites por favor. No hay cosa que odie más en el mundo que la gente que hace mucho ruido.

Los ojos de Maya se abrieron con terror al descubrir que la delgada pero fuerte mano que le sujetaba la muñeca provenía del hombre que momentos antes se encontraba inconsciente en su cama de invitados. Sacudió la mano con fuerza y logró librarla de su férreo agarre. Corrió a la puerta e intentó girar el pomo para marcharse, pero la puerta parecía estar atascada y no respondía a sus esfuerzos. Sus piernas comenzaron a temblar y miles de pensamientos desesperados a cruzar por su mente.

-Yo que tú pararía de intentar abrir la puerta, es completamente inútil.

La mano de Maya resbaló lentamente del pomo. "Intenta relajarte Maya, hay una ventana al otro lado de la habitación" pensó esta al mismo tiempo que se posicionaba frente a frente con esos ojos color azul hielo que la miraban fijamente.

-Hagas lo que hagas, no puedes escapar. Acabo de parar el tiempo.

Un momento, un momento, un momento...espera...¿¿Qué??

-¿Acaso piensas que soy tonta?

-Al contrario, sino no me encontraría aquí.

Maya parpadeó, incapaz de comprender nada. Confundida, apoyó la espalda contra la pared.

-No necesito que me creas, ni siquiera espero que confíes en mí.-Hizo una pausa para suspirar y prosiguió.- No tenemos mucho tiempo, y el hecho de que pueda parar el mismo durante un rato me hace pensar en lo peor.

Apoyó su mano derecha en la barbilla y se acarició la barba.

-Estoy a punto de morir y... por eso necesito que me escuches.

"Inhala, exhala" pensó Maya en un intento de relajarse y acallar las voces en su cabeza. Su cuerpo temblaba ligeramente pero su mente comenzó a aclararse y fue capaz de pronunciar en alto con voz entrecortada un par de palabras.

-¿Quién eres?

-En este tipo de casos las palabras no sobran, así que diré sólo lo que he venido a decir. En respuesta a tu pregunta, pertenezco a un clan que desafortunadamente se está extinguiendo. 

Se arremangó una de las mangas de su túnica y le enseñó a Maya una especie de marca en forma de espiral grabada en su muñeca.

-Este es nuestro símbolo.

La última adivina [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora