Olía a café y a tarde de invierno. La cabeza de Maya reposaba en el regazo de Olivia mientras esta le acariciaba el pelo. Maya cerraba los ojos y se dejaba acariciar. Era uno de esos días en los que resultaba demasiado difícil mantenerse de pie, uno de esos en los que todo parecía demasiado complicado.
Se encontraban en el salón de la casa, concretamente en el gigantesco sofá de plumas que llevaba allí desde antes de que Maya naciera. Olivia leía un libro en voz alta y Maya escuchaba atentamente.
-Sólo encontrarás respuestas a aquellas preguntas que no quieras formular.
Maya frunció el ceño. Aquella frase le resultaba familiar. ¿Puede que la hubiera oído antes? Tal vez ya hubiera leído ese libro y por ello le sonaba.
-Y si todo está perdido, nada cambiará.
Maya se incorporó como un resorte, pero Olivia no pareció darse cuenta. No, no era por el libro. Esa frase la había escuchado en boca de alguien.
-Sólo queda encontrar a aquel entre el bien y el mal.
Maya se giró bruscamente para mirar a Olivia a la cara, pero esta ya no estaba allí. Ahora le devolvían la mirada unos ojos azulados, rodeados de arrugas y manchas en la piel. Sus labios finos se entreabrieron.
-Haz por mí lo que no he podido lograr en vida.
Maya se despertó bruscamente en la oscuridad de una habitación pequeña y estrecha. Le caían gotas de sudor frío de la frente. Jadeante se palpó el pecho con la mano izquierda y comprobó que el corazón le latía rápido y fuerte, como un caballo desbocado.
Se incorporó y atrajo las rodillas hacia su pecho. Mientras se abrazaba a ellas, se secó las lágrimas con la manga de la camiseta y apoyó su barbilla sobre las piernas.
Era el tercer día consecutivo que tenía el mismo sueño y también era el tercero en el que se despertaba en esa pequeña habitación.
No tenía ninguna ventana, pero sí un óculo que filtraba la luz del día y el reflejo de la luz del sol por la noche. Gracias a ello y a las bandejas de comida podía hacerse una idea aproximada de la hora del día en la que se encontraba.
Eran tres bandejas diarias: la del desayuno, la de la comida y la de la cena. Y aunque las comidas no fueran muy abundantes, Maya no pasaba hambre. Desde hacía cuatro o cinco días tenía una sensación rara en el estómago y no era capaz de comer con normalidad. Tampoco se sentía con energía y se pasaba casi todo el día envuelta en las sábanas con los ojos húmedos incapaces de llorar. No se sentía extremadamente triste, solo vacía.
Echaba de menos a su madre, y le preocupaba pensar en lo que creería que le estuviera pasando. Eso le frustraba, ya que no podía hacer nada por ponerse en contacto con ella. Así que se acurrucaba en la cama y dejaba pasar las horas mirando a las paredes desnudas.
Maya destacó mentalmente las únicas dos cosas que se salían de lo normal de aquella aburrida habitación.
La primera era la puerta que aparecía y desaparecía a su antojo. Se hacía visible tan sólo a las horas en las que le daban de comer y siempre cambiaba de posición, sin ningún tipo de lógica. Maya se había vuelto loca las primeras veces que había aparecido, pensando que una puerta podía significar una oportunidad para escapar o para hablar con Valentine. Pero era imposible encontrar la puerta una vez que se desvanecía, y Maya se dió por vencida casi de inmediato.
El segundo misterio de la habitación era un reloj analógico que tan solo indicaba una hora. Sus manecillas se movían con normalidad, pero los únicos números que marcaban eran el ocho.
Maya se pasaba los días mirando al reloj desde su cama, pero no pensaba demasiado en él. Estaba cansada de tratar de comprender cosas que claramente escapaban a su entendimiento, así que ni siquiera hizo el esfuerzo en pensar en alguna hipótesis. Pero era entretenido ver cómo se movían las agujas, cómo si trataran de escapar del número ocho pero no fueran capaces. Tal vez era ridículo sentirse identificada con un reloj, pero Maya había tocado fondo y la voz del sentido común había dejado de sonar en su cabeza.
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La última adivina [En proceso]
Fantasy¿Y si pudieras burlar a la muerte? Alrededor de esta pregunta gira la historia de Maya, una chica de 16 años, que después de escuchar unos gritos terroríficos a través de su ventana, se introduce en "El Ejército", una organización mágica que trabaja...