7- Cuatro espejos, cuatro realidades

39 3 2
                                    

Cuando Maya recobró la consciencia, todo había cambiado: la celda gris y estrecha había sido reemplazada por una oscuridad abrumadora y pesada, y a su vez,  el ligero ruido de viento que se colaba por las grietas de la habitación había dado paso a una ausencia de sonido que ponía los pelos de punta.

Maya sentía cómo su cabeza le pesaba y le daba vueltas. Se sentía un poco mareada y cerró los ojos para tratar de concentrarse. Estaba sentada sobre una superficie dura y lisa, pero sus pies no tocaban el suelo. Intentó mover las manos para sujetarse mejor a su asiento, pero descubrió que sus muñecas estaban firmemente unidas mediante una cadena de metal. Desplazó el peso de su cuerpo hacia el centro para no perder el equilibrio. Se planteó saltar, aunque no supiera que había debajo de sus pies, pero un brillo intenso interrumpió sus pensamientos.

Parpadeó, tratando de acostumbrarse a la luz que ahora la iluminaba y dirigió una mirada frenética hacia todos los lados.

-Bienvenida.

Una voz profunda y gutural se hizo paso a través de la sala, llenándola completamente. Maya trató de identificar al autor de esta, pero la luz la iluminaba solamente a ella. Echó un vistazo a sus pies y descubrió que no estaba tan lejos del suelo como pensaba en un principio. Pensó en que era un alivio saber que si caía tan sólo se haría un par de heridas superficiales. Una sensación fría le recorrió la espalda. Finalmente, con la voz rota, preguntó:

-¿Dónde estoy?

La voz pareció ignorarle o no haberle oído, pues jamás le contestó. Lo único que obtuvo como respuesta fue un ligero chasquido y sonidos de máquinas que despertaban y comenzaban a moverse.

-¿Sabes? Aunque te parezca mentira en este momento, has tenido mucha suerte al estar aquí.

La voz provenía de su izquierda, pero se movía y se difuminaba. Era como si estuviera dando vueltas a su alrededor, tal y cómo haría un animal con su presa. Maya parpadeó para ahuyentar las lágrimas y se obligó a tensar la espalda. Si iba a morir en ese momento por lo menos moriría erguida.

-No es cómo si yo quisiera especialmente protegerte, pero hay algo en ti que podría resultar interesante...

Y entonces le vio. Una luz brillante alumbró al hombre del cual provenía la voz oscura. A unos metros de donde ella se encontraba, una figura masculina se apoyaba con los brazos cruzados en una columna partida, tal y cómo en la que ella estaba sentada. Era esbelto y llevaba una capa dorada con algunos detalles blancos que le cubría por completo. Llevaba en una oreja un pendiente blanco que le rodeaba el lóbulo, imitando la cola de un escorpión. Tenía el pelo largo castaño, recogido en una coleta alta. 

Rondaría los cuarenta años, pero sus ojos grises transmitían experiencia y seriedad. Su presencia transmitía inteligencia y soberbia, y eso hizo que las pocas esperanzas que tenía Maya de escapar se esfumaran tan rápido como habían venido.

-Me llamo Valentine Reise, encantado de conocerte.- Dijo el hombre. Inmediatamente después, hizo una reverencia irónica con una gracia sorprendente.- Muchas personas matarían por hablar conmigo tal y cómo lo estamos haciendo tu y yo ahora.- Suspiró, fingiendo sentirse contrariado.- Es una pena pensar que tengo que malgastar mi codiciado tiempo contigo.-Se encogió de hombros dramáticamente y la oscuridad le hizo desaparecer de nuevo.

Su figura se volvió a hacer visible al lado de Maya. Esta dio un pequeño salto involuntario que la desequilibró, y que hizo que estuviera a punto de caer, pero una fuerza psíquica lo impidió y la ayudó a reincorporarse. Valentine se llevó una mano a la cabeza y se rascó la parte trasera de su cuello. De repente, Maya sintió un miedo terrible a que descubriera la marca que ocultaba debajo de su pelo.

La última adivina [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora