Naruto envuelto en malos prejuicios se ve convencido de abandonar a Hinata, sin saber que en su interior su amor ha sembrado un hermoso capullo.
Su hijo.
Años después él decide volver para averiguar que fue de ella y cuando se da cuenta que tiene un...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
"No hay nadie más - Sebastián Yatra"
Aún puedo recordar las palabras con las que mi propio padre marcó mi destino, resonaban en mi enferma cabeza mientras abrazaba a mi chillona madre, miles de panoramas se retorcían en lo más profundo de mi cerebelo, junto al tumor que acababan de detectarme. En aquel entonces rodeaba los dieciocho años, algo que podría considerarme cómo un hombrecito mayor, y a pesar de ello quería tirarme en el regazo de mi madre para ser yo el que llorará.
Por mucho que trataba de hacerme el fuerte, una opresión en el pecho me invadía y me hacía preguntarle a mi deidad el haberme elegido, de entre tantas personas en el mundo; delincuentes, violadores, asesinos...¿porqué un chico que estaba apunto de entrar a la Universidad sería el mejor objetivo?
Los sollozos desgarradores de mi madre me sacaron de mi burbuja, ella se había aferrado a mí cómo si el tumor ya hubiera acabado con mi vida, cómo si el maldito cáncer fuera tan amable de llevarte a los brazos de la acometedora muerte de inmediato. Yo sabía lo que seguiría en los próximos meses o quizás en días, mi entorno se llenaría de dolor, de agujas, operaciones, mi cuerpo se iría debilitando para que al final un doctor me dijese que el tratamiento no había funcionado, siguiente a eso tendría que estar preparado par a que el tumor acabará con mis fuerzas, mi independencia, mi espíritu y como último, mi vida.
—Todo saldrá bien, ma—dije mientras besaba el pequeño remolino que se le hacia en su pelirrojo cabello—, seguiremos el tratamiento y ya veras cómo está mierda se va de mi cabeza.
Pude notar que en verdad se encontraba afectada por la noticia ya que no se molesto en reprenderme por la grosería que había lanzado, no era de mi agrado decir palabras altisonantes, pero tenía la esperanza de distraerla un poco de aquella fuerte noticia.
Y pensando en dar noticias la recordé, a mi Hinata, no sabía cómo reaccionaría ante la nueva primicia. Me daba pavor el sólo hecho de tener que decirle que posiblemente pronto me enterrarían en un ataúd.
Cierro con más fuerza de la necesaria la última caja de la mudanza, es estúpido seguir recordando ese tipo de melancolías después de llevar más de cuatro años sin el pedazo de basura dentro de la cabeza, pero simplemente no puedo evitarlo. Todo esos recuerdos son efectos colaterales de lo que ahora soy, un pedazo de papel tirado por ahí, dispuesto a volar a donde el viento lo lleve, sin motivos, sin razones.
Sonrío irónicamente porque he vuelto a utilizar sus palabras, vocablos elaborados por el amor de mi vida en nuestros mejores momentos, por la mujer más hermosa que el mundo pudo traer ante nosotros; con largos cabellos azulados, con finas perlas como ojos, con labios tan rosados y carnosos que provocan quererlos succionar con delicadeza y con una piel tan blanca cómo la leche, una mujer que dejé años atrás, en la misma habitación que me vió crecer.
Mientras cargo la cajuela del auto revalúo nuevamente la situación; han pasado dos mil treinta y cinco días, sesenta y siete meses, y cerca de cinco años y medio después de que me aleje lleno de pánico de la mujer de mis sueños, la cual estaba convencida que compartir la vida con un moribundo sería lo peor que podría ocurrirle. Ni siquiera ahora la culpo, cada ser humano tiene sus distintas formas de pensar y en su caso el ver morir a un ser querido era un martirio.