Capítulo II

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Despertó con el dolor de sus pulmones aplastados; estaba tan enojada que, sin darse cuenta, se quedó dormida boca abajo. Aunque no era lo único que dolía, su orgullo también le picaba.

Levantarse y ver el dinero regado en el suelo no mejoró su estado. Pasó de largo, la mucama se encargaría de ello más tarde.

Tomó una larga ducha, deseando que el agua se llevara la amarga sensación. Nunca antes se preocupó por nadie, mucho menos en dar dinero, salvo para cuotas de benevolencia. Lo hizo por primera vez y lo único que recibió fue una vil bofetada a su dignidad. Esto solo confirmaba una cosa: Honoka era una engreída y soberbia, era tonta si creía que con sólo su noble trabajo saldría adelante. El mundo no funcionaba así, y, para avanzar, a veces debías hacer cosas que no te gustaban.

Una vez estuvo lista, comprobó la hora, aún era temprano; un sábado libre que pensaba aprovechar al máximo. Bajó al comedor, siendo acompañada por el eco de sus pasos, nadie más estaba ahí. Se sentó en su lugar usual, esperando a que alguien la atendiera, una menuda mujer no tardó en aparecer, sin hacer ningún sonido mientras caminaba por el lustroso suelo.

No quería preguntar, conocía la respuesta, pero tuvo que hacerlo para que, al menos, ellos supieran que estuvo interesada.

—¿Papá y mamá desayunarán?

—Su padre llamó, estará atendiendo cirugías, y su madre tiene reuniones programadas con directivos. Lamentan no poder estar aquí.

Apenas movió la cabeza como afirmación. Cuando era más pequeña creía cada disculpa, ahora, con 20 años, lo extraño sería tenerlos cerca. Dejó que le sirvieran la ostentosa comida, se dedicó a desayunar mientras hojeaba uno de sus libros para los exámenes siguientes.

Una vez lista, regresó a su cuarto para tomar su material de trabajo, después se dirigió a la sala privada, donde el enorme piano de cola negro la esperaba. Aunque ya se había informado de que sus padres no estarían por el resto de la mañana, e incluso, tal vez por todo el día, se encargó de ponerle seguro a la puerta. La sala era enorme, bien iluminada, impregnada del olor de las flores provenientes del precioso jardín de rosales que quedaba en frente. Sus pétalos eran los mejores amortiguadores de sonido, su preciosa y galante audiencia.

Maki trabajó arduamente en las composiciones del día anterior, cada vez era más natural la ligereza con que sus dedos oprimían cada tecla, como si no hubiera mejor melodía que aquella para llenar los espacios vacíos de la libreta.

Horas más tarde, su celular sonó justo cuando decidió darse un descanso. Era un mensaje de las chicas, Rin había ganado el concurso de una tienda de ramen y tenían entradas gratis para el Disneyland. La estaban invitando a ir al día siguiente, aprovechando que era domingo.

Miró los nuevos garabatos hechos durante todo ese rato, su computadora a un lado y el programa de edición abierto, llevaba un buen ritmo. Les respondió que las vería al medio día ahí.

Siguió trabajando un rato más hasta que sintió que era demasiado tarde, casi hora de comer. Recordó el comedor vacío y el eco de sus cubiertos rebotar en el amplio lugar, decidió que era lo menos que quería y después de pasar tanto tiempo trabajando, merecía algo mejor que soledad.

Fue por sus cosas, metió la libreta en su bolso, le dio indicaciones al servicio de que iría a comprar nuevos libros de estudio en una librería cercana, comería fuera y tal vez regresaría tarde. No quiso que el chofer la llevara, esta vez optó por tomar las llaves del auto que su padre le regaló para su cumpleaños y conducir ella misma.

Tenía licencia desde que era menor de edad, a menudo evitaba conducir para sortear el egocentrismo de gente externa, pero ahora que necesitaba ir a la universidad, era más presuntuoso utilizar un chófer. Aunque en viajes cortos o cuando era muy tarde aun lo ocupaba solo para que no fuera despedido. Encontrar empleos en tiempos tan complicados era difícil.

Contagiosa Melodía [Love Live!! School Idol Project]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora