Capítulo 4

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Le pego con el puño. Está tan oscuro que no sé si le he dado en la cara o no.

    —¿Qué haces? —me grita.

    Reconozco esa voz. Pego un pequeño salto por el susto.

     —¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo?

    ¿Harry me ha seguido a casa? Imposible. Es decir, mirándolo desde un lado más observador, puede que sí me haya seguido, pero la cuestión está en qué quiere de mi.

    Tengo una especie de sensación entre excitación y miedo.

    —A ti te voy a seguir —suelta con un tono elevado de ironía.

    —¿Y qué haces aquí?

    —Quería explicaciones sobre la cucaracha que has matado hace unos instantes allí.

    Miro hacia el lugar que indica con la cabeza.

    —¿Has venido a eso? Porque si es por eso, ya te puedes ir.

    Está oscuro, pero puedo ver las arrugas que ha formado en su frente.

    —Oh, vamos. Yo no dejo que nadie, y menos tú, me toque sin mi consentimiento.

    El deja de esta mañana se me viene a la cabeza. Pobre Louis.

    —Hoy has hecho un punto y aparte conmigo. Ahora si me permites, voy a entrar en mi casa.

    Al girarme me coge por los hombros y me da la vuelta. Puedo ver la furia en sus ojos.

    —¿Quién crees que soy, eh? —siento su aliento en mi cara. Huele a menta y cigarrillos.

    El miedo me invade. Parece que vaya a levantarme y lanzarme lo más lejos posible que pueda.

    —Oye, siento lo del pisotón, ¿vale? Ya puedes irte.

    —Eso no me basta. Has hecho que me enfurezca y necesito un favor.

    —¿Qué pasa aquí?

    Oh, Dios no. Mierda, no.

    Mi madre abre la puerta y tengo ganas de que Harry haya hecho lo que pensaba hace unos instantes.

    —Oh, buenas noches. ¿Quién eres? —mi madre como siempre, muy amable.

    Supongo que este personaje se inventará algo para que mamá no piense que es hater. Ya que probablemente llamaría a Arthur para que lo eche a patadas de aquí.

    —Volveremos a vernos –me dice—. Buenas noches, señora.

    Me quedo en el umbral de la puerta, junto a mi madre mientras miramos cómo el aludido se va, casi corriendo.

    —¿Quién era ese?

    Inventa rápido, venga, venga, inventa rápido querido cerebro.

    —Hoy me ha acompañado a comprar un vestido para después del viaje.

    —Oh, genial.

    Le sonrío y me quedo ahí. Un incómodo silencio nos invade y empiezo a golpearme la pierna con la palma de la mano. Rápido pero suave.

    —¿Y bien?

    —¿Y bien, qué? —las palmaditas que me hago se vuelven aún más rápidas.

    —Estoy esperando a que me digas la verdad.

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