5 de julio; día cuatro
«¿Ojos altaneros,
o tal vez traicioneros?»
—¡Que no gritéis! Me cago en la leche. —Leo cogió a Ariana por las axilas y la sentó en un fardo de paja—. Ale, a callar.
Annie se llevó un dedo a los labios en señal de silencio, y las niñas asintieron con la cabeza.
—Si mamá se entera me meto en un buen lío —afirmó Leo—, deberías iros.
—¡Pues se lo voy a decir!, ¡se lo voy a decir! —chilló Ariana.
—Y yo le voy a decir que ha sido idea tuya y que guardas caramelos debajo de la cama, ¿a que ya no suena tan divertido?
La niña se cruzó de brazos y articuló una mueca de irritación.
Habían instalado su pequeña guardia en uno de los cubículos de la cuadra. El olor a heces y a animal era espeso como una mousse. Las vacas se movían con parquedad, hundiendo la cabeza en el pesebre y soltando una retahíla de ahogados «muuus» como gritos de socorro.
Annie, Leo y sus tres hermanitas se acomodaron en dos fardos de paja que habían arrastrado al interior del cubículo, y miraban con curiosidad a una Lucía adormilada que empezaba a mover los dedos. Estaba bocabajo, con la cara aplastada sobre el suelo, rociado de hierba.
—Está más dormida que un koala —repuso Annie.
—¿Qué obsesión enfermiza tienes tú con los koalas? —inquirió Leo, sujetando una pajita entre los labios.
Annie se encogió de hombros.
—Pues como tú con las aves.
—Martina, vete a casa y coge algo de comer. Y agua, una botella de agua —ordenó Leo.
—No quiero.
—Mañana te hago la cama.
—Vaaaale —cedió, esquivó a las vacas y salió de la cuadra.
Lucía abrió los ojos con la pesadez de una tortuga y se quedó mirando un punto lejano algunos minutos. Luego gimió, se llevó la mano a la frente y dio la vuelta hasta quedar bocarriba. Abrió la boca y quedaron a la vista una cortina de hilitos de saliva.
—¿Qui-én está mu-mu-mugiendo? —preguntó con voz pastosa.
—Parece ser que tú. —Leo se puso en pie de un salto y la ayudó a incorporarse.
—¿Cómo he llegado ají aquí? ¿Ha sido ella?
—Annie y yo volvimos por la mañana, la casa estaba llena de Bellas Durmientes. Te encontramos en el piso de arriba. Estabas (y estás) hecha un asco, así que te trajimos a casa, bueno; a la cuadra de las vacas.
—Huele mal —declaró, arrugando la nariz.
—No mejor que tú, estás sudada y tienes un aliento horrible.
A pesar de tener el estómago más retorcido que un tallarín y la cabeza oprimida a puñetazos de hierro, los recuerdos se desbloquearon. Lucía volvió a sentir la música, las manos de Miguel, la sensación de flotar, el cuarto, el espejo... La mujer, la saliva en su cuerpo y... Frida.
«Ha vuelto», pensó. «Y vino a la fiesta, pero, ¿y la mujer? No puede ser real. Pero claro...».
—¿Qué le pasa? —preguntó Camila, con una mezcla de pavor y curiosidad—. ¿Está enferma?
—Sí —respondió Leo—, y le duele la cabeza, ¿a qué sí? Y no le gusta que le griten porque le duele, ¡¿verdad?!
—¡Verdad!
ESTÁS LEYENDO
Cuatro ojos ©
Mystery / ThrillerAnnie vuelve al pueblo de su infancia después de cuatro años, con el objetivo de pasar un verano relajante en el que reflexionar y reencontrarse con antiguas amistades. Al llegar, recibe la noticia de que Frida -su mejor amiga- ha desaparecido. En p...