6 de julio; día cinco
«Las mentes formulan,
los ojos carburan».
—¿Te crees que no sé sumar dos más dos? ¿Es qué tengo cara de haber nacido ayer? Lucía, mírame a la cara cuando te hablo.
—No sé porque te enfadas tanto —respondió ella con fingida sumisión.
Su madre abrió los ojos en un gesto furioso y se le dilataron las fosas nasales.
—Me dijiste que te quedarías a dormir a casa de Sara, un clásico americano. Pero, ¿sabes qué, cielo? A diferencia de los padres americanos yo tengo dos dedos de frente. La madre de Sara me llamó ayer por la mañana para decirme qué tal había pasado la noche su hija en nuestra casa. Y teniendo en cuenta el alboroto que se ha montado en Villa Nero por una fiesta que hubo en casa de la difunta Margarita (abuela de Miguel), no me cuesta nada atar cabos. Por no hablar de la hora que te pasaste encerrada en el cuarto de baño.
—Estaba duchándome.
—No, Lucía; estabas vaciando el estómago. Ayer aplazamos la charla por la notica de Frida, pero eso es una cosa y esta otra. —La mujer miró a su izquierda, donde su marido estudiaba la situación con calma—. ¿Qué pasa, Roberto?, ¿no tienes nada que decir?
—¿Qué quieres que diga, Rosa? Estoy decepcionado, y ella lo sabe.
La mujer puso los ojos en blanco.
—¿Qué pasa contigo hija? Dejándome la piel en inculcarte los valores correctos, en darte una buena educación, ¿y me lo escupes en la cara?
—Desde que te ves con Miguel eres otra —añadió Roberto—, haz una lista con las personas cercanas a ti y piensa en lo que te suman y te restan, luego dime cuántos tienen un resultado positivo.
—Tengo mis derechos a la hora de elegir a mis amigos.
—Pues mira por donde, ese derecho se te ha acabado. Quiero una hija que dé todo lo que pueda dar de sí misma. Eres inteligente, no te eches a perder —dijo Rosa—, ¿es que quieres terminar siendo camarera?
—No todos valemos para ser algo importante —se defendió Lucía—. Además, en el mundo hacen falta camareras, basureras y prostitutas.
—¿Puedo bajar? —preguntó Mateo, de diez años, asomándose entre los barrotes de la escalera.
—Hoy no hay jueguecitos —respondió Rosa, secante.
—Jope, pues vaya mierda —protestó el chiquillo y subió de nuevo.
La mujer respiró hondo y miró a su hija.
—Si vuelvo a verte con Miguel te encierro en tu cuarto y me trago la llave, ¿entendido? —Su madre puso los brazos en jarras y la grasa alojada a sus costados tembló como gelatina.
Lucía hizo un mohín, se armó de valor y añadió: —Entonces esperaré a que la cagues y meteré las manos en la mierda.
*****
Los recuerdos flotaban casi palpables a su alrededor.
Las lágrimas habían aflorado de una vez por todas, mojando con sal las fotos de un pasado irrecuperable.
Ahora era distinto. Nunca volvería a ver a Frida, porque ya no existía. Ahora era humo, era materia orgánica deshaciéndose al ritmo de los gusanos y las bacterias.
Tía Diana conservaba los álbumes de su infancia, y con gusto se los cedió para que llorara un poco más.
En una de las fotografías estaban todos reunidos, en torno a una piscina hinchable bajo la reconfortante sombra del olmo. Tenían entre ocho y diez años.
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Cuatro ojos ©
Mystery / ThrillerAnnie vuelve al pueblo de su infancia después de cuatro años, con el objetivo de pasar un verano relajante en el que reflexionar y reencontrarse con antiguas amistades. Al llegar, recibe la noticia de que Frida -su mejor amiga- ha desaparecido. En p...