Capítulo 14

29 6 0
                                    

16 de julio; día quince

«Si la mente exaspera,

abre el cuarto ojo y espera».

Bianca conocía la verdad. La tenía en sus manos, siseaba entre sus dedos con la habilidad con la que un mago hace sus trucos.

Salió de la cama y dio un par de vueltas en círculos. Su compañera de habitación era una anciana que se consumía durmiendo día y noche.

Había disparado la bomba de la verdad contra su padre, detonándola en el momento y el lugar preciso. Pero en ocasiones, para que el explosivo haga efecto, es imprescindible rellenar los huecos vacíos con aire. No es nada malo, más bien importante; el bizcocho sabe mejor con levadura.

Espolvorear la «verdad» colectiva es sencillo, teniendo en cuenta hacia dónde miran las opiniones, a dónde apunta la flecha de la brújula. Dale a un público exactamente lo que quiere y lucharan como fieras en tu guerra, aunque no sepas quienes eran, aunque los veas como basura con patas.

El término tenía un nombre inadecuado: mentira. Pero mentir es decir algo que no es cierto, y decorar una verdad absoluta no es mentir, es no mostrar todas las caras.

Aplica el movimiento de la luna a tu vida, que poco a poco te muestra todas tus formas. El principio más importante para triunfar es dosificar. Al conocer a alguien nuevo haz un inventario de ti mismo y repártelo en porciones, distribuye la cantidad en relación a lo que la persona necesite, no seas un libro abierto desde el primer momento porque pueden apuñalarte por la espalda.

Empieza mostrando una personalidad indefinida, opacada por un filtro de atención constante hacia el susodicho.

Lo que este mundo necesita son menos bocas y más oídos. Esas personas que ignoran los problemas ajenos y se quejan de no querer estudiar son cerebros mal enchapados. Oh, espera. La cabeza es simple y blanca y se adapta a lo que vemos. Nos criamos en un entorno en el que las personas son completamente egocéntricas y se creen el rey Sol. «Yo dialogo y tú escuchas, ¿vale?». Nos atropellamos para hablar por encima del otro o esperamos a que suelte su sermón para asfaltarlo con el nuestro. ¿Y en qué culmina todo? En una frustración de palabras deshilachadas y amontonadas en un ungüento indescifrable y ridículo.

Bianca revisó el escaso equipaje que Annie, Lucía y Leo le habían donado poco a poco. Una bolsa de plástico con un cepillo de dientes, uno de pelo y unas tijeras para las uñas.

Una mujer enjuta se había presentado el día anterior para hablar con ella. Una asistente social. Debería declarar ante el juzgado con un abogado de oficio.

Sabía lo que diría y cómo lo diría.

«Los gritos eran fuertes... —Lágrimas—. Salí y le vi, empujándola... —Más lágrimas y una mirada furtiva y temblorosa a Francisco—. Yo te quería, papá».

Lo cierto es que la historia tenía uno o dos agujeros que podrían derribar la pared si el juez hacía preguntas rebuscadas.

La pura verdad, sin filtros, sin ojos y sin mentiras era que no se acordaba de nada. Ese día, hacía un año, se había levantado y desayunado junto a su madre. Luego, vacío, vacío, vacío, vacío... Un grito y su madre yacía con la cabeza espachurrada contra el suelo. La Parka la penetró con su mirada huera. Y vacío, vacío, vacío... La puerta se abrió y las personas comenzaron a vomitar palabras empalagosas. Pero Bianca solo podía sentir rabia, agujerearle el estómago, el cerebro, los pensamientos.

Y luego, indiferencia.

No era como si la muerte de su madre la hubiera transformado de chiquilla extrovertida y dulce a adolescente retraída y apática. Siempre había sido reservada y observadora, pero la manzana maduró del todo. O eso creía.

Cuatro ojos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora