Capítulo 3

20 5 0
                                    

3 de julio; día dos

«Los pájaros vuelan

y los ojos desvelan».

«26 de marzo:

Hoy no he tenido un buen día. He suspendido el examen de matemáticas y no he pegado ojo en toda la noche.

Si escribo este diario es porque es una forma de hablar con mi parte instintiva. La racional no está por la labor de ayudarme últimamente. No es de extrañar que esté enloqueciendo, pero empiezo a pensar que no estoy equivocada.

En fin. No sé qué estoy haciendo. No me encuentro bien, no estoy de buen humor. No me deja en paz.

Pero llegaré al fondo del asunto.

Aprovechemos la oportunidad, ahora que estoy dando álgebra en matemáticas. Llamemos a la incógnita x. O mejor, llamémosla Cosa».

Las agujas del reloj se paralizaron por unos segundos. Las nubes dejaron de navegar y el mar de murmurar.

Los cuatro adolescentes intercambiaron miradas.

—Al final no estabas tan equivocada. —Lucía se mordió la mejilla interior—. Frida, o un pedacito de ella, está aquí.

—Siempre andaba con un diario por el bosque —añadió Leo—, no sé qué escribía exactamente, pero tenemos la oportunidad de descubrirlo.

—Un diario es privado, no sé si deberíamos leerlo —protestó Annie—, me siento sucia.

—No te pongas tiquismiquis —la recriminó Bianca—, son letras, tinta en un papel. No estás violándola.

—Pero son sus pensamientos.

—Frida está desaparecida. Igual encontramos algo aquí —indicó Leo—, vamos, déjanos leer.

Annie aplicó un dedo en un extremo, abrió un poco el libro y las páginas pasaron rápido, levantando un airecillo fresco. Lo abrió a la mitad, justo donde comenzaban las hojas blancas.

—Faltan páginas —dijo, señalando la fina línea de papel roto—. Dos páginas. Las últimas que escribió.

—Igual se las llevó al desaparecer —objetó Leo.

—Has dicho que la veías en el bosque pero, ¿qué coño hacía ahí?

Leo se encogió de hombros.

—No lo sé. Ya dije el otro día que estaba desorientada y ausente. Como si se hubiera fumado dos porros. Pero siempre tenía el diario en la mano. A veces nos sentábamos y hablábamos un rato mientras compartíamos mi bocadillo.

—Se distanció de Eric y de mí.

—¿Tendrá algo que ver con su situación familiar? —Annie se rascó la cabeza—. En el diario dice que no duerme bien. ¿Tensión en el hogar?, ¿un mal ambiente? Puede que sufriera algún tipo de abuso.

—Yo de esa familia me espero cualquier cosa.

—Eso se llama discriminar. —Bianca miró a Lucía con desconfianza.

—Ellos se lo han buscado —añadió esta, sentándose de nuevo en el suelo. Buscó en su bolso, encendió un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Leyó el desacuerdo en los otros—. ¿A qué vienen esas caras de besugo? ¿Os molesto o qué?

—Sí. —soltó Bianca.

Annie bufó y apartó el humo con la mano.

—Todo esto es muy raro. Y no me gusta. Acabo de llegar al pueblo y ya me he llevado dos puñetazos.

—Puede que seas gafe —bromeó Leo.

—Lo digo en serio chicos. Yo me esperaba unas vacaciones tranquilas para ordenar mis ideas. Bueno, he terminado cuarto de la ESO y no tengo ni pajolera idea de qué camino escoger. El ambiente en casa es una mierda y pensaba que Villa Nero sería un soplo de aire fresco, pero qué va.

—Ya no somos niños. —Bianca suspiró y se sentó frente a Lucía—. En la infancia nuestra mente es simple y una neblina nos impide utilizar la razón. Pero al mismo tiempo nos deja ver los rayos de sol de uno en uno y prestar atención a esas pequeñas cosas de la vida. Pero cuando la neblina se disipa nos ciega la claridad, intentamos entenderlo todo al mismo tiempo y nos volvemos locos.

—¿A qué viene eso? ¿Ahora eres poeta? —preguntó Lucía con arrogancia y le dio una profunda calada al cigarro.

—Estáis intentando abordar todas las posibilidades; los aspectos. Todo en torno a la desaparición de Frida. Pero un niño se preguntaría otra cosa que habéis pasado por alto. —Hizo una pausa dramática y miró a los demás—. ¿Cuál es la incógnita? ¿Qué es Cosa?

—Me cago en la leche —soltó Leo—, ¡me va a explotar la cabeza! No soy policía.

—Hablando de policías, ¿no deberíamos entregar el diario a las autoridades? Puede servirles como prueba —propuso Annie—, los agentes pueden ver cosas que nosotros no vemos en la caligrafía: si estaba tranquila o angustiada cuando escribía, por ejemplo.

—No estoy de acuerdo —objetó Bianca—, la policía en Villa Nero es basura. Solo sirve para espantar adolescentes de los portales a la cuatro de la mañana, beber y cagar café.

—Pues tu padre es policía. —Lucía esbozó una sonrisa ladina.

—¿Y qué?

—Empiezo a estar preocupada por Frida —admitió Annie y en un acto inconsciente miró el teléfono en busca de mensajes. Nada.

—Estas no son maneras de empezar unas vacaciones —admitió Leo, apoyando una mano en el suelo primero y sentándose después.

Lucía observó, expulsando una espiral de humo que se elevó y se fundió con el aire. Se mordió el interior de las mejillas. En su mente daba lugar una pelea interna.

Lo nuevo y lo viejo. Añoraba lo viejo, pero quería conservar lo nuevo. Suspiró.

—Mañana por la noche Miguel va a dar una fiesta en casa de su difunta abuela. —Le dio otra calada al cigarro, lo tiró al suelo y lo aplastó con la punta del zapato—. La vieja la cascó y dejó ese pedazo de casa pudriéndose en una finca enorme. Es un buen sitio y nadie va a llamar a la policía por jaleo, porque la casa está un poco a tomar por culo. Con todo lo de Frida igual es la mejor forma de despejar la cabeza.

—¿Cuál es la conclusión? —quiso saber Leo.

—Podéis veniros si queréis. Pero no os extrañéis si os asusta lo que veis.

—Yo no voy —respondió Bianca.

Annie y Leo se miraron. La primera se mordió el labio inferior. Leo le dijo algo como «¿Por qué no?».

Terminaron aceptando.

*****

Esa noche, acurrucada en posición fetal, Annie pensó en Frida y en su abuelo Lobo.

Las dos personas a las que más había querido a su momento. Y ambas se escurrían de su alcance como varas de aire.

Pensó en llamar a su hermana para consolarse, pero cambió de idea.

Cuatro ojos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora