Merci mille fois
Jack llevaba unos siete años en el negocio.Había empezado a los veintiocho, impulsado por haber sido despedido de la concesionaria de autos en la que trabajaba. ¿Por qué? Tuvo un desliz con la esposa del dueño y eso no pareció agradarle mucho al señor Maschiarre. Los había encontrado estrenando un cero kilómetro, específicamente el asiento trasero de este.
Sin poder conseguir otro empleo y con nadie a quien recurrir —sus padres, trabajadores humildes, murieron cuando él era joven y no pudieron dejarle mucho—, terminó casi en la calle.
Casi.
Ahí apareció un viejo amigo de la infancia, Reneé, quien lo insertó en el mundo del robo a mano armada.
A Jack no le gustó del todo, pero lo hizo a regañadientes para mantenerse a flote. Pasó de estar tras un escritorio usando traje y corbata a lucir un pasamontañas y unas buenas zapatillas para correr. Sin embargo, no duró mucho. Atraparon a Reneé y fue derecho a la cárcel, y, siendo Reneé de quien hablábamos, no le tomó demasiado tiempo meterse en problemas. Ahí mismo inició todo: el mundo resultó ser por demás de pequeño, y su compañero de celda fue nada más y nada menos que un proveedor de drogas al que nunca le había pagado. Para resguardarse a sí mismo le dijo que era de utilidad, que podía encargarse de quien lo había mandado a la cárcel.
Así Jack obtuvo a su primera víctima: Rinoh Montero. No iba a dejar que algo le pasara a Reneé, quien lo había ayudado cuando nadie más lo hizo.
A pesar de aquello, su gran camarada de la infancia ya había salvado su pellejo y no necesitó nada más de Jack. El problema fue que, con ese favor, Reneé detonó en el hombre de ojos verdes una bomba de daño irreversible. Terminó de corromper a Jack, persona que encontró un extraño placer en ser lo último que viese alguien antes de morir. Pero, sobre todo, que encontró una satisfacción nunca antes experimentada en el juego previo: estudiar, acechar, acercarse, charlar y, dependiendo del sexo de la víctima, divertirse un poco con esta. Dentro o fuera de la cama.
Se encontraba fascinado por ver el desconcierto, la traición y el pánico en la mirada ajena. ¿Y oír las súplicas? Era su canción favorita, sintonizada en la radio predilecta de los sicarios.
Desde entonces comenzó a cobrar.
¿Cinco? ¿Seis? ¿Siete millones de dólares? Ya ni siquiera sabía cuánto había ganado gracias a todos los homicidios, pero era consciente de que no podía detenerse. Estaba comprometido con su trabajo, el cual encontraba tan encantador como gratificante.
Jack maniobró con el coche siguiendo a Roselyn por una zona donde los edificios parecían alcanzar el cielo. El mini Cooper se adentró en un estacionamiento privado en el subsuelo de una de las magnánimas construcciones y él fue tras ella.
—Me mudé aquí hace poco, cuando me separé de mi esposo —comentó la morena una vez que ambos motores se habían silenciado, saliendo del vehículo y observándolo sobre el techo del auto.
Jack se bajó e hicieron el camino juntos hacia el ascensor a un par de metros de distancia. A él no le afectaba saber cosas personales de la víctima como solía pasarle a otros, en realidad, le gustaba, pero en cuanto preguntó supo que este era un caso aparte.—¿Por qué se divorciaron? ¿Lo encontraste con otra? —Quiso adivinar.
Todas las clientas femeninas que requerían de sus servicios tenían como objetivo la venganza. Despechadas por las infidelidades, llamaban a su buen amigo Jack... o Jacky. Las señoras de alta sociedad, en las tardes de té, preguntaban a sus amigas si necesitaban que «le dieran una llamada a la prima Jacky» cuando sus maridos se metían en líos pasionales.
El código era encantador.—Ojalá hubiera sido eso —deseó oprimiendo un botón del panel junto al elevador. Las puertas se abrieron y ellos se adentraron en el espacio bien iluminado y cubierto de espejos—, ante la ley no estamos separados aún. Le he dicho que pediré el divorció la semana que viene. El muy idiota creyó que casándose conmigo podría adueñarse de la compañía que heredé de mis abuelos antes de conocerlo. —Jack unió cabos al instante: McKlint la quería muerta antes de que llamara a su abogado para no levantar sospechas. Aún casados, si Roselyn no tenía familia alguna, él podría quedarse con todo—. Es solo un codicioso infeliz.
Entonces, Jack se dio cuenta de algo más: Blas no tenía el dinero para pagarle.
Lo haría una vez que cobrara el seguro de vida y se adueñara de todo lo que la morena tenía, lo que llevaría meses.
Eso lo hizo enojar.
Terriblemente.Él advirtió al hombre, como a todos sus clientes, que recogería el pago inmediatamente después de hacer el trabajo. Siempre hacía los mismo: mataba, cobraba, se iba inmediatamente por unas merecidas vacaciones y luego se instalaba en otra ciudad y empezaba de nuevo. Era su rutina inalterable, una que le gustaba.
Jack se vio envuelto en un escenario atípico. Usualmente investigaba que sus clientes pudieran pagarle lo que exigía antes de darles el sí definitivo. Cuando se reunió con McKlint lo recibió en una amplia oficia de una empresa llamada Benna Bout, compañía que ahora sabía que le pertenecía a Roselyn, no a él. Confió en ese hombre porque al verlo luciendo un Audemars Piguet tan caro, zapatos de diseñador y hablando con una soberbia notable, creyó que era rico. Se asemejaba mucho a sus otros clientes, pero ahora sabía que era un parásito... Tendría que haber indagado más, no haberse dejado llevar por la ostentosa apariencia.
La escoria vivía a costa de la señorita Nyxabeen y al sicario le cabreaba no poder cobrar en tiempo y forma.
—Es bueno que ya no debas preocuparte por ese tipo.
Los labios coloreados de Roselyn se curvaron y multiplicaron en los espejos alrededor. Había dejado de pensar en McKlint y ahora solo podía enfocarse en esos centelleantes ojos glaucos. Algo había ocurrido allí: la mirada de Jack se transformó en algo intenso, impulsado por una latente cólera y repentina excitación. Se sintió estafado y eso no le gustó en absoluto, así que se dijo a sí mismo que haría venir a Roselyn tantas veces que ni siquiera podría recordar su nombre después.
Luego, iría tras McKlint.
Asesinar le encantaba, era como su deporte favorito. Esta vez correría la maratón sabiendo que no ganaría ningún premio, o por lo menos no uno en efectivo. Sin embargo, no podía importarle menos. Los billetes eran un bonus allí, nada más.
Volvería a ser como la primera vez: mataría por simple gusto a matar.Con eso no se contuvo ni un segundo más.
—Detén el ascensor —ordenó.
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Mrs. Nyxabeen
Short StoryTodas sabíamos que íbamos a morir, pero a diferencia del resto Roselyn supo cuándo.