~ Octava parte

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Espoir

Pensó en cómo se sentiría si tras planear una muerte con tanto tiempo de antelación, dedicación, esfuerzo y tal amor, esta no se llevara a cabo. Fantaseó con cómo se sentiría si existiera ese fallo, si una de sus víctimas se matase.

Todo se volvería una total pérdida de tiempo. Esa alma que ya no estaría en tierra se habría llevado consigo el deleite, la satisfacción y la diversión de la tortura no hecha. Le habría arrebatado a Jack algo, y eso representaría una indiscutible impotencia. Sin embargo, la mayoría de los secuestrados no optaban por el suicidio dado que preservaban en su interior dos cosas mortales: el instinto de supervivencia y la esperanza.

Era casi imposible, una hazaña que hasta él mismo ovacionaría si lo presenciara, suicidarse en esa situación. Jack no se engañó a sí mismo. No podría suicidarse ni aunque lo quisiese dado que no tenía la iniciativa ni el valor como para hacerlo, pero eso Roselyn no lo sabía.

Con lo buen actor que era podría hacerle pensar que sí.

Ella ocultaría su asombro e intentaría animarlo a que saltase para comprobar que iba en serio. Entonces, en ese momento en que Jack hiciera el intento de saltar, lo detendría.
En primer lugar por todo lo explicado con anterioridad, y segundo porque su cuerpo quedaría esparcido de a trozos en la calle. Alguien lo escucharía y llamaría a la policía, ellos comenzarían a reconstruir lo que había ocurrido, dando con Rose.

Era ley universal no escrita que no había nadie mejor para ocuparse del trabajo que uno mismo. La morena sabía que si ella se deshacía del cuerpo nadie encontraría evidencia alguna o sabría que Jakov Blake ya no existía.

—Como si fueras a hacerlo —se burló, pero se vislumbraba su tensa postura, cuadrando los hombros—. No tienes las agallas.

Ahí estaba la provocación para que saltara, justo como él lo había predicho.

—Subestimas mi coraje —dijo viéndola atravesar la habitación y saliendo al gélido aire de octubre. El hombre vio que sus nudillos palidecían por la fuerza con la que sostenía el cuchillo de cocina. Supo que todo iba viento en popa—. Ambos sabemos que mi cuerpo va a guiar a criminalística hacia ti, ¿por qué dejaría que me mates cuando puedo hacerte pagar por intentarlo, cariño?

Pasó una pierna por la barandilla y ella retuvo el aliento. Una ráfaga de viento levantó y enredó sobre sus hombros el largo cabello, haciendo reflexionar a Jack sobre la peligrosa belleza que poseía.

—No tienes el valor, acéptalo —presionó entre dientes.

El dejó ir la barandilla con su mano derecha.

—Quiero el código de seguridad de la puerta —exigió recordando el panel junto a ella—, de otro modo saltaré.

—No te creo —siseó oprimiendo labios en una rígida línea de expresión.

—No tengo nada que perder, Roselyn —explicó en voz baja, mirándola a los ojos—. No estoy dispuesto a dejar que me maten, prefiero mantener el orgullo intacto y hacerlo por mi cuenta.

Con esas palabras logró hacerla vacilar.

Podía imaginar a la velocidad que trabajaban sus neuronas. De seguro, o por lo menos eso pensaría él, creía que podía engañarlo. Le daría un código falso y sabría que Jack no le creería, por lo que le demostraría una prueba de buena fe entregándole el cuchillo. Después, en algún momento del traslado del balcón a la sala de estar, se las arreglaría para sorprenderlo y volver a tomar el control de la situación.

—Soy muy joven, por no añadir bella, como para ir a la cárcel gracias a tu firme y orgulloso trasero. —Actuaba tan bien que Jakov se preguntó si nunca consideró mudarse a Hollywood para intentar adentrarse en el mundo de la actuación. Si no quisiera matarlo la votaría para que ganara un Oscar algún día—. 010605, ahora bájate de ahí antes de que accidentalmente me arrepienta de perdonarte la vida y te empuje yo misma.

El falso desdén e impotencia resultó encantador.

—Sin ofender, pero ya me has mentido esta noche —le recordó—, ¿cómo sé que no lo estás haciendo ahora?

Ella dio dos pasos al frente y él se inclinó ligeramente hacia al vacío. Otro sentiría vértigo en su lugar, pero Jack estaba tan confiado de que su plan resultaría que sintió placer por ser quien tomaba las riendas de la noche otra vez.

—No estoy mintiendo —aseguró antes de dejar caer el afilado utensilio a su pies.

Con la punta de su tacón, lo empujó en su dirección. El filo rozando la losa produjo un sonido agudo que arañó los oídos del sicario. A Jack le costó no sonreír en cuanto ella retrocedió. Se bajó de la barandilla y con cautela lo recogió. Ahora tenía dos. El que Rose le había lanzado estaba en uno de los bolsillos de su pantalón, ese mismo bolsillo al cual la morena le estaba prestando suma atención.

—Si intentas tomar represalias por esto o se te ocurre seguir con las instrucciones de mi esposo... —comenzó a advertir, pero la interrumpió.

—Me has dado razones para no subestimarte —aduló antes de hacer un ademán a la habitación—. Las damas primero.

No iba a darle la espalda en ningún momento. Se mantendría unos pasos detrás de ella como medida preventiva.

Roselyn, echándole una última mirada desconfiada al cuchillo en su mano, se giró sobre sus zapatos. Escuchó los pasos de Jack siguiéndola de cerca, pero no lo suficiente como para volverse y atacarlo sin que tuviera tiempo suficiente para levantar aquel instrumento de filo lustroso y dejarlo caer entre sus pechos, justo sobre el corazón.

Ella sabía que, biológicamente hablando, tenía uno, aunque las mujeres que decían llamarse sus amigas lo negaban a sus espaldas.

—¿Quieres tu camisa de vuelta?

La pregunta lo sorprendió. Esa mujer no parecía hacer favores, y mucho menos a un hombre a quien pagaron por exterminarla.

—Le cosí algunos botones, se te verá genial —añadió como si fuese una vendedora en un shopping. Antes de que pudiera negarse creyendo que se trataba de alguna clase de trapa, ella comenzó a desabotonar la prenda. Todavía dándole la espalda se la quitó con una flema infernal, como si pensara que podría seducir a Jack una vez que trató de clavar un cuchillo de hoja de acero 440 entre sus cejas—. Póntela. No querrás andar por el ascensor y el estacionamiento a medio vestir cuando salgas.

«Si es que salía», pensó la virulenta dama en sus adentros.

 «Si es que salía», pensó la virulenta dama en sus adentros

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Mrs. NyxabeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora