Sommelier, pero de damas
Roselyn Nyxabeen iba a morir esa noche.Jack, como le gustaba llamarse a sí mismo en horas de trabajo, llevó la copa a sus labios mientras observaba a la mujer. El líquido era color borgoña, como muchos otros vinos. Su fuerte aroma se impregnaba a las fosas nasales con facilidad, lo que haría arrugar la nariz de los catadores principiantes. Sin embargo, lo que hacía especial al Thris de 1945 era lo siguiente: inauguraría una serie de desafortunados eventos que desembocarían en un asesinato.
Sonrió y bebió al pensar en eso.
Su víctima se movió a través de las mesas y logró oír el repiqueteo de los zapatos de tacón desde la barra. El líquido se seguía deslizando por su garganta y dejando un rastro de acidez a su paso para cuando ella llegó a su asiento y, antes de dejarse caer en él, desabotonó su abrigo. La gruesa tela cedió en sus hombros mientras tiraba de las mangas, revelando una generosa porción de piel.
Jack arqueó una ceja y bajó la copa, pero no la soltó.
Se había guardado un poco de vino en la boca, y actuando como una cuchara al fondo de una taza de té, lo revolvió con la lengua, deleitándose con el agrio sabor.
Le gustaba sentir el vino acariciando las paredes internas de sus mejillas tanto como disfrutaba apreciar a una mujer. Jugaba con el líquido mientras la admiraba: el vestido que había escogido se adhería a cada curva de su cuerpo, el cual era lo suficientemente agraciado como para llamar la atención de cualquiera. Además, era negro. Estaba matando dos pájaros de un tiro. Moriría luciendo elegantemente bella y no tendrían que cambiarla para el funeral.
A Jack le gustaban los trabajos limpios, así que no habría manchas que perturbasen esa imagen de pulcritud y beldad que Roselyn mostraba al público.
—Llévele a la morena de la última mesa su más costosa botella de vino —pidió al muchacho que lustraba la copas tras la barra una vez que el Thris ya había dejado su característica huella en sus papilas gustativas y llegado al final de su laringe.
El empleado asintió y cumplió. En menos de un minuto y cuarenta y tres segundos contados a reloj, un Rolex que adornaba la muñeca izquierda de Jack, la víctima estaba recibiendo lo último que bebería en esta vida. El hombre de camisa azul que continuaba sosteniendo la base de su copa creyó que, si iba a matarla, por lo menos debería darle un agasajo gastronómico antes de hacerlo.
La mujer, quien le preguntó curiosa al mozo quién enviaba la botella, enarcó una delgadísima ceja cuando este le señaló a Jack. Le sostuvo la mirada a la distancia por unos segundos, evaluándolo, y entonces dio gracias al camarero, quien ya había llenado el cáliz del destino con el vino. Roselyn primero olfateó el líquido, y sin apartar la mirada del misterioso hombre al final de la barra, lo probó.
Lo saboreó por un tiempo.
Le encantó.
Sus labios escarlata se curvaron en una lenta sonrisa mientras levantó la copa hacia Jack, que imitó el gesto de inmediato. Brindaron a la distancia; ella mirándolo como si fuese un par de zapatos exhibidos en la vidriera de un local, unos que en cuanto vio supo que quedarían bien en ella y no podía esperar para probárselos. Él, por otro lado, la contempló como una presa a la lejanía. Se sintió como un león al acecho de una gacela.
El problema era que Roselyn no sabía qué tan alto sería el precio a pagar por los zapatos y Jack no contaba con qué tan rápido correría la gacela.
Él se incorporó y comenzó a caminar en dirección a la mesa. Sus pasos eran firmes y su caminar rebosaba de elegancia y una seguridad innata. Cuadró sus hombros y ocultó una mano en el bolsillo delantero de sus pantalones, dejando que el dispendioso reloj se luciera contra su cadera. Era un hombre sublime que arrebataba suspiros, pero no por su musculatura o espectacular fisonomía —que la tenía, vale aclarar—, sino por su actitud: un poco de soberbia, marcha confiada y una sonrisa fácil era todo lo que se necesitaba para acaparar todas las miradas.
Si reunías las tres características podías adueñarte del mundo, o, en este caso, acercarte a tu próxima víctima.
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Mrs. Nyxabeen
Short StoryTodas sabíamos que íbamos a morir, pero a diferencia del resto Roselyn supo cuándo.