~ Séptima parte

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Frustraciones de vida

¿Cómo iba a salir de allí?

Roselyn estaba convencida de que él iba a intentar matarla y haría lo que fuera para invertir la situación. Jamás le abriría la puerta, Jack lo sabía.

Tenía la opción de gritar por ayuda, pero si los vecinos los oían probablemente llamarían a la policía. Él tenía un cargo menor por robo de cuando era más joven, de la única vez que lo habían pillado con las manos en la masa. En cuanto lo llevaran a la estación para tomarle declaración, si es que las autoridades llegaban y detenían a Roselyn, eso saltaría en la base de datos.

Estaba casi seguro de que lo registrarían, y también a su coche, donde escondía unas cuantas sustancias ilegales y varios productos que resultarían extraños, como cloroformo y desinfectante. Rose confesaría lo de su marido y Jack no tendría escapatoria con esa cantidad de pruebas en su contra. Ella diría que fue en defensa propia... ¿Entonces qué opción le quedaba? No podía saltar del vigésimo piso de un edificio y esperar caer parado como los gatos, y aunque vio su celular tirado junto a la cama ni siquiera se molestó en alcanzarlo. Reneé seguía en prisión y él no tenía a nadie, y ciertamente McKlint no sería de ayuda. Lo iba a abandonar, dejar atrapado en el mismo piso que Roselyn y darlo por muerto mientras se dedicaba a buscar al próximo desafortunado al cual prometerle riquezas a cambio de cobrar una vida.

Estaba atrapado y solo quedaban dos escapatorias: hacer entrar en razón a la mujer y convencerla de que no era quien creía, o cumplir con lo que había pactado con McKlint.

En cuanto la escuchó tararear en algún lugar del departamento, rompiendo el silencio sepulcral, descartó una.

Sabía lo que tenía que hacer para salir con vida.

Un vendaje, cuatro botones y media hora más tarde...

—...y así es como se cocina un buen pollo a la naranja —terminó Rose volviendo a recorrer el pasillo a paso lento, dejando que el resonar de sus tacones fuera el único sonido que Jack pudiera escuchar mientras jugaba con un cuchillo de cocina—. ¿Tomaste nota? Porque no pienso repetirlo.

Con cuidado se inclinó hacia la puerta cerrada y presionó la oreja contra ella. Podía oír las pesadas respiraciones del hombre al otro lado. Eso curvó sus gruesos labios en una encantadora sonrisa. Solo para ponerlo un poco más nervioso jugó con el pomo de la puerta, la cual sabía que no tenía seguro y no tenía forma de bloquear. Tenía su propio vestidor, así que no había armario que correr para tapar la abertura. Podría intentar con la cama, pero no oyó hacerlo.

Roselyn había estado torturando a Jakov Blake desde que huyó como un cobarde y se encerró en su cuarto. Tras haber recibido un duro golpe y levantarse rápidamente con la cabeza sangrando un poco, se tomó el tiempo de vendarse a sí misma en el baño, coserle unos cuantos botones a la camisa azul y comer un aperitivo no muy elaborado: tres tostadas con salmón ahumado y un mix de semillas orientales por encima.

Torturar física y psicológicamente a un hombre daba hambre.

Esa media hora que se tomó para recomponerse, se la pasó tarareando una vieja canción de Frank Sinatra, y ocasionalmente recordando la letra y cantándosela a Jack. Mientras sus cuerdas vocales trabajaban en ello, se estaba retorciendo del placer. Para el segundo tarareo él debió haberse dado cuenta de cuáles eran sus opciones para salir de allí, justo como Roselyn sabía que pasaría. Para cuando dejó de cantar y comenzó a hablarle de cosas al azar como de dónde provenía su apellido, cómo había logrado alisar su cabello naturalmente y le explicaba cómo hacer un delicioso pollo a la naranja, era consciente de que su víctima ya estaba perdiendo los estribos.

Blas McKlint perdió a cada soldado que envió. Todos terminaron quebrándose y suplicándole que les perdonara la vida.

¡Habían tratado de matarla y terminaban rogando de rodillas y diciendo que eran padres, hijos de alguien y no sabía cuántas patrañas más! Qué sinvergüenzas.

—Estoy comenzando a aburrirme aquí afuera —comentó con un dramático suspiro—, y creo que tú te aburres allí adentro... Así que, ¿por qué no voy contigo y nos divertimos un rato? Podemos retomar lo de hace rato. —Notó que no había sido muy clara, por lo que agregó:—Me refiero a la parte del hacha y el cuchillo, no la del sexo. —Retorció un mechón azabache entre sus dedos y examinó las puntas. Tenía que sacar turno con la peluquera—. Aunque yo no tendría problema alguno con retomar eso también. Tú escoges. —Se encogió de hombros tras la puerta.

—Roselyn, por favor...

Ahí estaba. Dulce y esperada súplica.

—¿Por favor, qué? —indagó satisfecha.

—Detén esto o lo haré yo.

Rose frunció el ceño y permaneció muda, analizando las palabras.

—¿Y cómo piensas hacer e...? —Oyó la puerta corrediza del balcón.

De inmediato entró en la habitación con su agarre sobre el cuchillo reforzándose. Ese tipo no iba a suicidarse saltando, no en su guardia.

Ella, por primera vez en la noche, saboreó el nerviosismo.

Él, por primera vez en la noche, degustó la esperanza.

En esos treinta minutos que habían pasado, el hombre se planteó la siguiente pregunta: ¿cómo se frustra un plan perfecto?

La señorita Nyxabeen había pensado en cada detalle con una meticulosidad brillante. Sabía cómo fingir, seducir y atraer a Jack hasta el departamento, sorprenderlo, dejarlo sin opciones y guiar sus pensamientos con las acciones que tomaba. Ella quería que pasara que ya no había salida, quería que le suplicara por una bocanada más de aire en este mundo... Lo sabía porque Jack era igual, él había jugado con la mente de muchos. Era un experto en la cátedra.

Entonces, ¿qué era lo único que podía arruinar el asesinato perfecto? Dos palabras y diez letras:

Un suicidio.

Un suicidio

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Mrs. NyxabeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora