~ Quinta parte

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Je caressais le temps et jouais de la vie

Las relaciones sexuales eran como un buen plato principal.

Venían tras una entrada de lo más exquisita, y dependiendo del nivel del chef, podrías creer que las puertas del cielo se abrían para ti con el último bocado. Te sentías satisfecho y realizado, y lo sabías porque los pantalones parecían haberse encogido un par de tallas.

Roselyn rodó sobre su espalda. Los cuerpos cubiertos con una fina capa de sudor se separaron tras lo que había sido un período de hedonismo máximo: sus pechos subían y bajaban a un ritmo irregular y los músculos que habían estado tanto tiempo contraídos ya estaban tan débiles que ninguno creyó poder moverse de donde yacían.

El problema era, retomando la comparación entre una buena comida y el sexo, que la primera que se comía algo nuevo, de vez en cuando, podía causar indigestión. En los peores casos envenenamiento.

«¿Cuántos hombres enviados por McKlint habían terminado en el hospital por intoxicación estomacal?», se preguntó la morena a sí misma, sabiendo la respuesta.

Ambos giraron sus cabezas y se miraron fijamente. De fondo se oía uno que otro claxon, un televisor encendido y las puertas del elevador abriéndose. También, en la cabeza de Rose, se escuchaban los pensamientos como un murmullo incesante.

Ella no podía parar de rememorar cómo brillaron los ojos de Jack al alcanzar el orgasmo. ¿Rutilarían de igual manera ante el pánico? La anticipación la hizo retorcerse sobre las sábanas arrugadas. El hombre a su lado creyó que el gesto se debía a que estaba lista para escalar hasta la cúspide del goce otra vez, codiciando volver a ser partícipe de esa montaña rusa de sensaciones que causaban sus manos y boca.

A pesar de eso, Jack no solo estaba pensando acerca de lo joven que era la noche y de los muchos juegos que había en el parque de diversiones para explorar, sino que había un lugar para McKlint en su mente. Siempre lo hubo, incluso cuando él y Roselyn estaban casi al borde de la detonación total. Mientras se hundía en ella pensaba que ese mismo cuerpo había sido tocado por ahora su ex cliente, pero que, indudablemente, la bella Rose se olvidaría de lo que ese mediocre pudo hacerle experimentar alguna vez.

Jack se dedicó a darle el disfrute máximo, un poco por placer y otro poco por rencor.

—¿Puedo mostrarte algo? —pregunto ella apartando un sudoroso mechón de cabello de su frente.

—No creo que puedas mostrarme algo que ya no haya visto.

Oh, ahí estaba de nuevo el astuto Jack. A Roselyn le daban gracia sus comentarios, casi algo de ternura incluso. Esta sería la última noche en que coquetearía con una mujer, así que le siguió la corriente por eso y porque era una jugadora estrella en aquel juego.

—¿Quieres apostar? —Enarcó las cejas, incorporada en un codo. Descansó su mejilla contra la palma de su mano, la cual cumplía variadas funciones: podría dirigir a alguien hacia la cima de la fruición —Jack podía rectificarlo—, o darle un golpe que lo enviaría al fondo del averno. Eso último podría ser corroborado por el mismo hombre más adelante.

—No apuesto con mujeres. Todo hombre inteligente sabe que siempre terminan ganando, incluso cuando no.

—¿Y tú te consideras inteligente?

—No, pero aparento serlo —confesó.

Rose rio de forma genuina.

—Aparentas bastante bien. Casi podría considerarte un gran actor.

Jack se tensó ante eso. Había algo en la forma en que lo había dicho que no lo agradó.

—No me gusta actuar. —Se encogió de hombros a la vez que la mujer estiraba su mano.

Una estilizada uña borgoña le rozó el antebrazo y fue subiendo hasta su hombro cubierto por la tinta de un tatuaje. Antes de que pudiera siquiera pestañear, ella estaba sobre él, montándolo como hace media hora atrás, pero había algo diferente. Jack no supo reconocer si era que estaba acariciando su cuello con esa uña, precisamente trazando lo que él sabía que era el recorrido de la yugular, u otra cosa.

—Es una lástima. —Se inclinó y el sicario la tomó por la cintura. Sus pezones, sin que Jack hubiera hecho nada aún, se habían endurecido. Los sintió en cuanto ambos pechos se presionaron contra sí—. Porque se te da de maravilla —añadió meciendo sus caderas contra las suyas, reciamente—, ¿no lo crees, Jakov?

Por un minuto entero el silencio reinó entre las cuatro paredes del cuarto.

Jack se había quedado muy quieto contemplando cómo esos labios se curvaban hasta convertirse en un mohín de perfidia incomparable. El entendimiento lo golpeó con la misma fuerza con la que sus manos apretaban el cuello de sus víctimas para quitarles la vida.

Supo que aquel escenario, en esa cama, podía representar una única cosa: su muerte.

Sobre él estaba Roselyn, quien miraba la expresión estupefacta del sujeto que hace minutos atrás gritaba su nombre de una forma distinta a como lo gritaría a continuación. La comprensión abofeteaba a Jack y ser testigo de la paliza que le daba la verdad terminó por desatar todos esos sentimientos e impulsos que la morena había estado reteniendo con tanto ímpetu.

Ella sostenía que ser la causante del orgasmo de un hombre equivalía a una medalla por participación, pero ser la causa de su total parálisis era ganar el trofeo y unas vacaciones pagas a la playa de sus sueños, donde el agua del océano se teñía de rojo y los trozos de piel muerta se perdían en la arena.

—Jakov Black. —Esta vez añadió su apellido para ponerlo más nervioso.

Rose presionó sus caderas contra las suyas con más fuerza, para que no se escapase. Su larga cabellera negra actuó como una cortina, encerrando sus rostros para que solo pudieran verse el uno al otro. Las puntas de su cabello acariciaron de una forma estremecedora la barbilla y mejillas de Jack, cuyas manos perdieron el agarre en la cintura femenina y cayeron sobre el colchón.

—Un gran nombre para un gran hombre... —siguió en voz baja, con su usual tono sugerente.

Esa uña con la que trazaba la yugular se mantuvo allí, subiendo y bajando en una caricia perturbadora. Estuvo tentada a presionarla contra la vena y clavarla hasta el fondo por un momento, ¿cómo se sentiría desgarrar la yugular de alguien al igual que lo hacían los animales salvajes? Algún día lo intentaría para variar, pero no quiso hacerle eso a Jack dado que ensuciaría las sábanas de seda y su mucama, la señorita Sommers, solo iba a hacer la limpieza los martes y viernes. No iba a estar acostándose sobre una mancha de sangre por tres días, y claro estaba que no iba a ser ella la que limpiara tal desastre.

Rose era como los niños. Le gustaba sacar todos sus juguetes para presumirlos entre sus amigos y jugar con ellos, pero nunca le hizo gracia la parte de guardarlos. Tenía cosas más importantes que hacer —incluso de niña—, así que sus líos debía limpiarlos otro.

—Quítate de mí —advirtió Jack, cauteloso.

—¿Por qué? —La mujer ladeó la cabeza de una manera malintencionada y lo observó con ojos cargados de falsa inocencia. Todo aquel que la conocía era consciente de que la palabra «ingenuidad» era un antónimo en lo referido a Rose. Ella tenía cada detalle fríamente calculado. Nada se le escapaba—. Creí que nos estábamos divirtiendo.

Se sostuvieron la mirada y la tensión creció. La señorita Nyxabeen sentía la rigidez del cuerpo bajo ella y adoró la sensación de potestad que la envolvió. La embriagaba el deleite que producía tener a alguien contra la espada y la pared.

Para su mala suerte, aunque sospechaba que sucedería, Jakov Blake reaccionó.

 Para su mala suerte, aunque sospechaba que sucedería, Jakov Blake reaccionó

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Mrs. NyxabeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora