Capítulo 1

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Primero fue la mirada del depredador hacia su presa, luego el movimiento sigiloso hasta ésta, un potente rugido y luego, el leve chillido que soltó la presa antes de morir en las fauces del depredador, y las gotas de sangre que caían entre los afilados dientes del animal.

-Buena chica.-

La leona despedazó a la ardilla, tragando los pedazos de carne cruda, relamiéndose con hambre, y cuando dejó solo la figura de piel y huesos en el suelo, la leona mascota se acercó a su dueña.

-¿Quédaste satisfecha? -susurró la chica acariciando la cabeza de la felina con ambas manos, mientras ésta cerraba los ojos y ronroneaba por sus mimos. La dueña sonrió al escucharla ronronear y la abrazó fuerte contra ella.

-Ven aquí, preciosa. -susurró, riendo, haciéndole cosquillas al animal que casi le doblaba en tamaño y que ahora se revolcaba en el verde césped como un cachorro.

 Un leve carraspeo se escuchó en el aire, atravesando el enorme jardín de arbustos verdes cortados en diversas formas y todos llenos de rosas de todos colores, cortando la brisa de manera tajante. La leona volvió a sus cuatro patas, alerta, con un gruñido, volteando en dirección a donde se había escuchado el carraspeo. La chica también giró, quedando casi en la misma postura que su leona, y ambas relajaron tan solo un poco la posición al ver que la que había llamado la atención de ambas era la madre de la chica.

 

Ivanna Dawson de Snow era una alta mujer de figura escultural, como una figura de perfección griega, tenía un rostro y una piel de mármol, pálida, sobretodo bajo la luz del sol. Su liso cabello negro siempre caía suelto sobre sus hombros hasta lo más bajo de su espalda, moviéndose como un velo de seda sobre su cabeza. Sin embargo, sus cabellos jamás ocultaban su rostro. De nariz perfilada, misma piel de mármol, con unos pómulos realmente pronunciados, tanto, que le daban un aspecto aún más fino. Sus labios carnosos eran de color rojo sangre, eran un punto de color entre tantos blancos y negros en su figura. Y sus ojos, finos, maquillados siempre con delineador negro, eran unos ojos gélidos, verdes claros, casi grises, penetrantes, que con una ojeada parecía ver ya hasta el fondo de tu corazón. Era una mujer que tenía una complexión fina, sus piernas largas y delgadas, al igual que sus brazos, hasta sus manos, delgadas de dedos esqueléticos, y unas uñas largas negras que podrían confundirse con garras de cuervo, que ahora tenían envueltos una copa de cristal con algo de champán dentro. Su cuerpo iba envuelto en un vestido de encaje negro que en el centro de su cuerpo era un corsé de cuero del mismo color de los encajes y su cabello, dándole un aspecto de dama de antaño o una hermosa bruja salida de un cuento de terror, sin dejar de ser la moderna mujer del Capitolio que era.

 

Pero a diferencia de su madre, Liona Snow no daba esa impresión de elegancia ni de antaño, más bien, parecía ser una chica que se vestía, se arreglaba, y se comportaba de la manera que lo hacía con el único propósito de llamar la atención y gritar rebeldía en cada uno de sus gestos, sin importar que tan tensa estuviese la situación actual en el Capitolio y sobre todo en la familia. Era una muchacha de cabello negro como su madre, pero se había decolorado la parte baja de su melena de tal manera que la parte del medio era castaña y a medida que iba bajando hasta las puntas más dorado se volvía su cabello, hasta parecer verdaderas hebras de oro. De un lado de su cabeza siempre solía hacerse tres trenzas pegadas al cráneo. Era alta, aunque no tanto como su madre. Por supuesto, ella se la pasaba con botas puestas, mientras que su madre vivía en las alturas que los tacones le proporcionaban. Así como su cabello que de negro pasaba a dorado, así era su vestimenta. Tenía puesto un ajustado pantalón negro de cuero y a los lados dos líneas doradas lo atravesaban desde las caderas a los tobillos. Sus botas eran de cuero negro. Llevaba un sostén negro strapless y todo su delgado abdomen al descubierto, y sobre este llevaba una camisa transparente que parecía no ser más que una malla o red dorada que se había puesto sobre el pecho. Sus brazos estaban cubiertos por pulseras de cuero negras atadas como solían amarrarse las armaduras los gladiadores, con una especie de corsé adaptado a los antebrazos. Su piel también era pálida aunque no tanto como la de su madre, y como ya una tradición personal, todas las mañanas se levantaba y con tintas importadas de color negro, marrón y dorado, y pinceles especializados decoraba su piel con tatuajes de diversos diseños, tamaños y formas. Solía decorarse todo el cuerpo, exceptuando su rostro, el cual siempre mantenía intacto, y si llegaba a maquillarlo no era más que una fina línea de delineador sobre sus párpados. Tenía la perfilada nariz de su madre, aunque los finos labios de su padre que solía pintarlos con pintura negra. Y sus ojos, cómo los de su madre, eran verdes, pero eran realmente peculiares, por que a pesar de verse grises bajo la luz del sol, a la luz de las velas se veían como verdes manzana y sus pupilas y el borde del iris con una fina línea dorada, dándole a su mirada no un aspecto frío si no una impresión felina, salvaje. Y los tatuajes no hacían más que acentuar esa aura de animal salvaje que a ella y a su mascota, su leona Ashanti, la rodeaban. Tal era la costumbre de verla así, tatuada, que a todos se les hacía extraño verla sin aquellos ornamentos de tinta cuando aún no se los había hecho por la mañana. La chica solía decir que era un momento que se tomaba todos los días para estar en sintonía consigo misma, darse un momento y conectarse con su yo interior. Era casi como un ritual y nadie en la casa se atrevía a interrumpirla cuando estaba en ese momento de soledad encerrada en su habitación cuando ya se olfateaba el olor a incienso o a velas por toda la mansión presidencial. Era el único momento que la casa no olía a rosas.

 

-Ven, Asha. -susurró Liona, dándose una suave palmada en el muslo, señal que le indicaba a su leona que la siguiera y juntas caminaron hacia su madre.

-Buenos días.-saludó la chica, besando la mejilla de su madre.

-Buenos días, cariño. -saludó Ivanna, apartando un mechón del cabello de Liona de su rostro, con sus labios curveados en una suave sonrisa. -Ya veo que le diste de comer a Ashanti.-

Liona asintió y ambas mujeres bajaron la mirada hacia la leona sentada al lado de Liona, que seguía relamiéndose. Liona soltó una suave risa.

-¿Quieres que demos un paseo, cielo? -

Liona vio a su madre y asintió, ambas comenzando a caminar por los jardines de la mansión que parecían ser pasillos interminables de un solo cultivo, rosas.

La Suerte NUNCA está de nuestra parte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora