Capítulo VIII: 19:30

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"Para volver a tomar el control de su país, los ingleses no necesitan un milagro. Necesitan unirse. Puede ser difícil, pero no imposible"

(opinión en Le monde magic, periódico mágico inglés)

11 de marzo de 1999 (hora indefinida)

—Vamos, no tenemos mucho tiempo.

No cabían los tres perfectamente debajo de la capa de invisibilidad, pero no importaba. En cuanto empezaron a ver a los aurores moverse hacia la salida, Ginny supo que era hora de hacer lo mismo... aunque no exactamente hacia los terrenos. Caminaban tan rápido como podían, pero era evidente que no estaban del todo cómodos bajo aquella capa de invisibilidad. Ginny ha pisado un par de veces a Luna sin querer y otro par a Peakes. Jimmy, curiosamente, intenta ser el más cuidadoso, aunque Luna simplemente devuelve los pisotones al ser igual de despistada que ella.

Se detuvieron ante el águila. ¿Cómo iban a subir? No sabían la contraseña del despacho del director y seguramente Amycus la cambiaba cada semana, pues razones no le faltaban. Sin embargo, la solución les llegó como caída del cielo, una casualidad que ni siquiera habían previsto. La profesora Lancaster, de Aritmancia, apareció.

—Pureza —dijo, y aparecieron las escaleras.

Ginny casi sonrió.

—No podemos tener más suerte —murmuró y siguió a la profesora Lancaster escaleras arriba manteniendo una distancia prudencial, pues aunque fueran cubiertos, el ruido los podía delatar y, más importante, eran bastante altos y los pies se asomaban a veces por debajo de la capa.

La profesora Lancaster entró en la oficina del director y ellos esperaron afuera, un momento. Se quitaron la capa de invisibilidad en cuanto la puerta se cerró tras ellos, y, al ver que la escalera no volvía a bajar, se relajaron un momento. Ginny respiró hondo y aferró la varita, Luna tenía su misma expresión calmada y Peakes había entornado los ojos.

—A la de tres —empezó él—. Uno...

—Dos... —se encargó Luna.

—¡Tres! —exclamó Ginny—. ¡Bombarba Maxima!

La puerta salió volando en un estruendo y los tres entraron sin duda.

La escena en la que encontraron a la profesora Lancaster y a Amycus Carrow no pudo ser menos perturbadora. La profesora, cuyo esposo debía estar durmiendo en ese mismo momento en alguna de las habitaciones del castillo y que daba clase de Artes Oscuras, tenía la boca pegada a la de Amycus, y estaban bastante... pegados. Ginny sonrió. Los habían agarrado en una posición de vulnerabilidad.

—¡Desmaius! —gritó ella.

No acertó, Lancaster fue más rápida al desviar el hechizo. Amycus reaccionó un poco más tarde. Eran tres contra dos y probablemente no tenían de ventaja más que el factor sorpresa. Peakes agitó la barita y cubrió la habitación de humo en un segundo, mientras que Ginny apuntó directamente a donde estaba Amycus Carrow y Lancaster y disparó un par de hechizos aturdidores. Detrás de ella, oyó a Luna hacer lo propio con una voz que estaba muy lejos de ser la voz soñadora que usaba casi siempre.

Cuando el humo se disipó, Peakes apuntó al escritorio de Carrow, que antaño había pertenecido a Snape y a Dumbledore y a incontables directores.

—¡Confrigo!

El hechizo provocó una pequeña explosión que lanzó a Carrow y a Lancaster hacia atrás mientras Ginny conjuraba un Protego para protegerse de los rayos que habían lanzado. No alcanzó a Luna, que se estrelló contra la pared de atrás, después de sufrir un aturdidor. Ginny ni siquiera se permitió voltear, por mucho que deseara hacerlo. Si lo hacía, estaría cometiendo un error, dándoles a Carrow y a Lancaster, que apenas lograban levantarse, la distracción que necesitaba. En vez de eso, actúo.

El país de las pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora