Capítulo II: Héroes vestidos de negro

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"No debemos dejar que aquellos que se creen por encima de la autoridad nos dividan. Los defensores de los ladrones de magia, comúnmente llamados hijos de muggles son un peligro para nuestra sociedad; están diciendo que entregar nuestra magia es algo bueno, que debemos dejar que nos la roben..."

(fragmento del discurso de Dolores Umbridge, el 17 de enero de 1999)

26 de enero de 1999

Estaban listos. Si morían, morirían salvando otras vidas y lo único que podrían hacer era repetirse eso hasta que les sonara como un buen consuelo. Eran tan jóvenes todos que ni siquiera deberían ser considerados soldados, mucho menos mártires. Sin embargo, allí estaban, frente a ella, Dean y Seamus, dispuestos a darlo todo para que aquella estrategia funcionara. Seamus, como siempre, lleva el pedazo de tela que le cubre el ojo y le cruza la frente para amarrárselo detrás. Dean está más intacto, pero aun así se nota la fatiga y el cansancio. Han pasado los últimos meses consiguiendo los explosivos que necesitan para aquella misión y, si funciona, saben que será su primer gran golpe.

—Nosotros iremos primero —zanjó Seamus—. Sólo necesitamos ser los dos para plantar todos los explosivos. Si no funciona que nos agarren a nosotros. Sólo somos dos.

—Funcionará —Dean sonríe confiado, quizá excesivamente seguro de sí mismo. El mar, debajo de él, se balancea anunciando una tormenta. La gran torre triangular que es Azkaban se ve ya en la lejanía y tienen que conseguir acercarse un poco más para poder llegar a nado, pero no demasiado cerca, o los dementores se percatarán de su presencia—. Ya casi estamos cerca.

—Tengan cuidado...

Dean asintió.

—Conjuraré un patronus en cuanto pisemos esa orilla, Hermione, y Seamus hará lo mismo, puedes estar tranquila —intentó tranquilizarla Dean, pero no había modo de tranquilizar a Hermione ante un plan de esa magnitud.

—Ya estamos cerca... —interrumpió Seamus, poniéndose la capucha de la capa que llevaba mientras aplicaba sobre sí mismo en encantamiento burbuja. Dean lo imitó y ambos se lanzaron al agua casi al mismo tiempo, perfectamente sincronizados

Hermione se quedó mirando las dos figuras que se perdieron en el horizonte cuando Neville se acercó hasta ella. Había aparecido con unas cuantas personas para apoyarlos dos días atrás.

—George detesta la idea de quedarse —le dijo—. Pero acabamos llegando un acuerdo. Él y Arthur se quedan. Arthur probablemente no sobreviva y George no puede conjurar un patronus, es como si estuviera bloqueado. Se quedará custodiando el bote hasta nuestro regreso.

—Ya sólo es cuestión de tiempo... —dijo Hermione, mirando al horizonte mientras era consiente como la gente se empezaba a alistar. Todos vestidos de negro, con capuchas que les cubrían la cara, con las varitas en la mano. Volteó la palma de su mano derecha donde se veía el tatuaje de un ojo. Era la mejor idea que se le había ocurrido para identificarlos a todos. Cada que se programaba una reunión alguien se tocaba con la punta de la varita y el tatuaje empezaba a aparecer, poco a poco. El resto del tiempo estaba oculto, incoloro, en su piel—. Sólo esperamos las chispas verdes.

—¿Si son rojas?

—Huimos —sentenció ella con la voz dura. Se miró la mano y pasó la varita sobre el tatuaje, viéndolo desaparecer. Así no los vincularían—. Sólo no podemos estar completamente seguros de que no vayan a mandar refuerzos desde fuera... —chasqueó la lengua, eso la ponía nerviosa. Si los sitiaban, sus probabilidades de huir era nulas.

—Los dementores sólo tienen comunicación directa con el jefe de Azkaban que en este momento se encuentra en Londres —le dijo Neville—. Y resulta que alguien lo está distrayendo. No podía permitir que ningún cabo se quedara suelto.

El país de las pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora