Capítulo IV: Ladrones de varitas

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"Es curioso el fenómeno que operó en la mayoría de la sociedad mágica inglesa. Mientras que unos se opusieron fervientemente al nuevo régimen y fracasaron estrepitosamente, muchos otros simplemente se han sentado a ver la vida pasar, esperando que también les pase esa tormenta.

Quizá por eso la sociedad mágica en Inglaterra sufre las penurias de un régimen de terror, si aquellos que sólo están sentados viendo la vida pasar se unieran contra los crueles dirigentes, la derrota sería sólo cuestión de tiempo."

(columna de Le Monde Magic, periódico mágico francés)

4 de febrero de 1999

Dennis Creevey llamó a la puerta del apartamento donde se habían estado quedando varios refugiados. Estaba ubicado en pleno Oxford muggle, donde era muy poco probable que los encontraran. Él, sin embargo, había recibido asilo con Andromeda Tonks, su nieto, y la chica que le ayudaba a cuidárselo, Katie Bell, a quien reconocía de Gryffindor, que había dicho que en cuanto el brazo mejorara se marcharía para ayudar en los frentes más activos. Andromeda no intentaba disuadirlos en ningún caso. Él había perdido una varita para pelear y se la habían concedido. Más bien, lo había mandado a aquel lugar, donde sabían que había alguien repartiendo varitas robadas.

Le abrió una chica y, por unos momentos fue incapaz de reaccionar. Era un poco más alta que él, incluso sin zapatos, porque iba descalza, aunque no demasiado; pelirroja, con el cabello recogido en un moño bastante elegante y la cara bastante maquillada, con los labios del mismo color de su cabello. Llevaba puesto un abrigo negro largo a medio abrir y debajo de él no había más que un corsé, un sujetador negro de encaje y un liguero. Ella sonrió al notar la mirada del chico.

—¿Vas a seguir viendo o vas a pasar? —preguntó.

Dennis, siendo consciente de la cara de idiota que debía tener entró en el apartamento donde sólo había una mesa, un sillón destartalado y tiradero por todas partes. Un chico con una playera vieja y raída puesta estaba sentado en el sillón, revisando un par de pergaminos que se apartó de los ojos en cuanto lo vio entrar.

—¿Dennis Creevey?

Dennis asintió.

—Sí, sí, recibimos una nota de que te veríamos hoy, debiste de haber encontrado la casa sólo cuando te enseñaron el pedazo de pergamino que escribió Tracey... —empezó a hablar, con un tono amigable. Dennis se dio cuenta de que el chico de cabello largo, y que tenía los brazos tatuados, debía de ser de la misma edad que si hermano—. Ella es Tracey, yo soy Vaisey...

—Ese es su apellido, llámalo Neil —interrumpió la chica, metiéndose en la única recamara que había.

—Nunca te atrevas a llamarme Neil, a menos de que quieras morir —especificó el chico, sin darle tiempo a Dennis de abrir la boca—. Así que, ¿quieres una varita?

Dennis asintió y Vaisey le lanzó una caja después de tomarla de debajo del sillón.

—Asaltamos Ollivander's y nos encontramos con que no se habían llevado muchas cosas, en especial varitas —explicó Vaisey y se quedó mirando a Dennis—. ¿Te piensas sentar? A menos de que tengas algo que hacer, así te cuento... —palmeó el lugar al lado de él hasta que Dennis se sentó allí—. Bueno, estaba en la parte en que asaltamos Ollivander's. No debieron de haber dejado las varitas allí, es una reserva infinita. —Se encogió de hombros—. Obviamente si la varita no te elige se resiste, pero... ¡puedes hacer magia! Aunque seas más mediocre que de costumbre. Y quizá en un golpe de suerte encuentres, precisamente, con que la varita que agarraste estaba destinada para ti y te elige. Aunque eso aún no pasa.

El país de las pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora