Me cubro la boca y ahogo un grito, mis ojos se llenan de lágrimas y me impiden seguir viendo esto, mi cabeza da vueltas y caigo derrumbada por lo que acabo de ver. Comienzo a hiperventilarme. La última vez que había tenido un ataque de asma había sido hace 6 meses, cuando me informaron que mi madre había muerto mientras iba de regreso a casa después de las compras en el transporte público, un grupo de personas, no identificadas, dijo el oficial, realizaron un ataque al autobús en el que viajaba mi madre, matando a todo el que les estorbaba en su camino. Desde aquel día no había momento en que no escuchara en las noticias enfrentamientos de grupos de personas desconocidas y nuestros soldados, los que nos protegen de todo peligro, arriesgando su vida para eliminar a esas personas tan misteriosas, de las que nadie tiene información. Mi hermana Sarah hizo que cargara uno todos los días en mis pantalones. Intento controlarme y respirar como me dijo el doctor en las numerosas citas en el médico por culpa de mi asma, pero no funcionan ya el dolor en el pecho sigue creciendo. Rápidamente busco en la bolsa trasera de mis pantalones y encuentro mi inhalador, doy gracias a mi hermana por obligarme todas las mañanas a cargarlo. Lo acerco a mi boca y comienzo a inhalar. 1...2...3 veces, hasta que puedo ver con claridad de nuevo y asimilo lo que acabo de ver. Me dispongo a investigar qué es lo que pasa y por qué esos soldados de nuestra ciudad estaban enterrando cadáveres.
Me acerco de nuevo y ahí veo a los soldados, a los que nos enseñaron a respetar en la escuela, los que son honorables, justos y correctos, esos hombres enterrando cadáveres de ciudadanos que otros matan a su lado. Mi corazón comienza a latir más fuerte al ver a Tom, mi compañero de clase en "Cuaderno esescrito", una materia de la escuela, pero ahora está tirado con los ojos abiertos y sin vida, me aterra ver cómo los mueven como si fueran muñecos de trapo. Me fuerzo a seguir viendo y procesar las imágenes, intento ver quiénes están haciendo esas atrocidades y veo el logo de la escuela militar nacional. Sigo viendo a la derecha y hay un soldado con una metralleta en mano, como supuse, poniendo a las personas incadas, de las cuales no reconozco a nadie. Sigo viendo y me encuentro una montaña de cadáveres, mi mirada va de arriba hacia abajo. Hasta que la encuentro, tirada y sin vida, con una herida del tamaño de un balón en su estómago, o lo que antes solía ser su estómago, es Ellie, mi amiga de la infancia, la joven alegre que vivía a dos cuadras de mi casa, la que me apoyó cuando mi madre murió, la que cantaba perfecto en cada recital de mi escuela, la amiga sonriente y optimista no sonreía más, no me alentaba para seguir adelante, estaba tirada en el piso; muerta.
Mi mente sigue sin procesar lo que está viendo, me tapo la boca y me alejo lo más rápido que puedo de allí. Huyendo de la realidad, corro en dirección contraria, como puedo. Procuro no ser vista por las otras personas que hipócritamente eran llamados soldados y busco algo que me ayude a huir de allí. A lo lejos noto una lámpara prendida, me acerco y veo que está en la mano de una persona aplastada por escombros, procuro no ver el cuerpo y concentrarme en la lámpara, la tomo lo más rápido que puedo y salgo corriendo de ahí. No sé a dónde me dirijo, o si quiera si me dirijo a algún lugar, sólo sé que quiero alejarme de ahí a toda costa.
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Cuando la oscuridad nos alcanza
AcciónAnnabeth es una chica de 16 años que vive en un mundo sucio y totalmente contaminado que han dejado sus antepasados, en medio de ignorancia, rencor y sufrimiento. Y justo cuando cree que va mejorando la situación una guerra cívil entre su país y un...