Gleen

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Mientras escoltaba al rey hacia el castillo iba pasando uno a uno los rincones de Fuertefin. Primero, las granjas de fuera las murallas, con los pastores y los agricultores, unos araban la tierra, en otro sector estaban plantando lo que en unos meses, serían tomates, lechugas, trigo y, si algunos les había salido una buena cosecha, también podrían ser fresas, además como el día anterior había habido lluvia era buen momento para aprovechar la tierra húmeda. Después de los agricultores estaban los pastores, con sus ovejas, cabras, vacas, caballos y mulas. Eran unas extensiones muy grandes de tierra arada "Si los dioses son generosos habrán buenas cosechas por cuarto año seguido". Poco después llegaban a las murallas del castillo, desde abajo se veían los soldados haciendo guardia arriba en los adarves, y aunque no se viera Gleen sabía que había gente también vigilando en las garitas, siempre había gente en las garitas, cosa que en los adarves no, a veces, sobre todo en tiempos de guerra, no hay ninguno, aunque si después hay un asedio o un asalto al castillo suben para disparar las flechas. En medio de la muralla estaba el portón, una gran puerta que se levantaba a través de una rueda de dentro el castillo, hecha de hierro.

-Abrid las puertas, el rey llega, de su viaje a Villaverde.- Anunció Gleen

-Ya habéis oído, abrid las puertas- Dijo uno desde dentro el castillo

La puerta se levantó, entró toda la consorte que escoltaba al rey, pero aún tenían que hacer toda la subida hacia el castillo. La ciudad estaba dividida en sectores, fácilmente reconocibles y estructurada de una manera fácil de entender. Primero pasaron por el barrio de la mugre, se conocía así por la cantidad de vagabundos y gente de una pobreza increíble, aunque el rey por mas veces que pasara por allí nunca se paraba a mirar, ni echaba una ojeada, no era mal tipo, pero no se fija en los problemas ajenos a el, cosa que para el cargo que tenia iba mal.

-Una moneda por favor.- Dijo un niño, el pobre iba con ropajes sucios, viejos, arañados por el tiempo. Era unos de los pocos que se acercaba a la consorte para pedir dinero, "Lo necesita mucho", le dio una moneda de oro, la mas valiosa entre las tres monedas que hay, divididas entre la de bronce con el valor de uno, la de plata con valor de veinte y por ultimo la de oro con el valor de cincuenta, el niño al verla se le quedaron los ojos a cuadros, se señaló a el mismo, para saber si de verdad era para el y cuando vio a Elian asentir, le regaló la mejor de las sonrisas, se fue hacía lo que serian sus padres, hermanos y abuelos y levantó la moneda para que la familia lo viera.

Poco antes de llegar al barrio afortunado, llamado despectivamente así por la gente del barrio del que aún estaban, la muchedumbre comenzó a abuchear al carruaje con el rey, estaban ya muy acostumbrados a eso, pero después un ciudadano se atrevió a coger un cacho de barro y lo tiro al carruaje, "Oh no, cuando una persona se atreve a algo malo, una multitud le sigue, tengo que hacer algo", lo único que se le ocurrió fue coger un puñado de monedas de bronce y tirarlas al aire.

-¡Esto es de la generosidad del rey!- Proclamó Gleen, la gente dejó de tirar barro para coger las monedas.- Cabalgar más rápido por esta zona.- Apresuró

Pasaron de un barrio al otro y todo cambiaba de golpe, de unas casas derruidas a unas bien hechas y habitables, de unas mendigos a unas personas con un poder económico bajo, pero aceptable, de unos harapos como prendas a unos trajes y vestidos de telas de poca calidad, pero aun así. de mas calidad.

Siguieron camino arriba y llegaron al barrio del hierro y la cerámica, un barrio plagado tiendas por donde quisieras mirar, a la izquierda la fragua, con Marc y Roderic, los herreros de la ciudad, los saludó y ellos le devolvieron el saludo, mas arriba del herrero estaba una tienda de armas y armaduras. Aunque pareciese imposible no había una guerra de clientela entre estos dos establecimientos, mas bien se apoyaban entre ellas, cuando Marc necesitaba hierro compraba armas y armaduras del comercio vecino y cuando Cristian necesitaba armas y armaduras las compraba al herrero, y las vendía al mejor postor. Encima de esta había una tienda que estaba normalmente vacía porque era un espacio reservado a los vendedores ambulantes que iban y venían. Y aún mas arriba de estos había una tienda de mobiliario para las casas, la verdad es que Gleen no sabía nada del establecimiento, nunca había tenido ni necesidad ni curiosidad por el sitio. Por la derecha había una tienda de venta de decorado, como jarrones, alfombras, piedras talladas etc. Al lado tenia un establecimiento donde trabajaban mujeres para placer de los hombres, otro de los sitios donde Gleen no había querido visitar, aunque la mayoría de sus compañeros lo hubieran hecho. Mas lejos había también un espacio para vendedores ambulantes y encima tenia una tienda de ropas, vestidos, telas etc.

Llegaron al barrio de la moneda, conocido así por ser la residencia de la gente burguesa, con dinero para poder vivir en casas bonitas, de colores diferentes, aunque el mas frecuente fueran el morado y el amarillo, con las casas decoradas con objetos normalmente caros. La hombres que paseaban iban vestidos sombrero, algunos con tricornio y otros con bicornio, con casacas o algunos con frac, pantalones marrones, y botas de cuero negra, aunque no todos iban así, pero estos representaban una pequeña parte comparada con los anteriormente mencionados. Las mujeres iban con corsé, con sombrero puntiagudo con un trozo de tela fina atado y cayendo.

Mientras iban subiendo la gente se paró, dejó espacio y empezó a aplaudir y ha aclamar al rey, "Vaya diferencia, aunque yo preferiría tener la aclamación de los otros, estos también nos hubieran tirado barro si no estuvieran con el poder económico que están, muchos de estos nos odian, pero lo maquillan, al menos los otros son sinceros, aunque no le guste tanta sinceridad" pensó mirando el carro donde estaba Joseph.

Siguieron subiendo, ahora tocaba el cuartel con gente preparada para el combate, estaban entrenando, las armas mas utilizadas por todos era la lanza ya que el armamento lo compraba cada uno con su dinero, claro que daban uno básico al principio, pero, con ese armamento hasta un niño te vencería en una batalla, así que cuando cada soldado tiene dinero compra lo que puede, dependiendo el armamento de los demás podía uno saber cuanto tiempo lleva otro en el lugar.

Llegaron a las escaleras del castillo, se pararon y bajó Joseph de su carruaje, el hombre era alto y flaco, con una barbilla puntiaguda, ojos verdes, orejas, nariz y boca pequeñas, tenia un pelo que le llegaba a los hombros y le hacía un remolino hacia arriba, tenia una barba y bigote atractivo para las mujeres de color marron, de hombros flacos y pies pequeños.

-Gracias-Dijo

"¿Gracias de que? seguimos ordenes"- pensó Gleen

Entonces salió de la puerta el obispo junto con Walter, el obispo parecía nervioso y con prisa y Walter iba calmado, con una media sonrisa, el cuerpo rechoncho del obispo iba botando mientras bajaba con sus prisas, mientras que el cuerpo atlético de Walter se mantenía mientras sus brazos escuálidos se mecían por el movimiento calmado de bajar las escaleras.

Aunque el obispo parecía apresurado se espero a que Walter bajara las escaleras para decir lo que tenia que decir. Cuando por fin llegó abajo, se humedeció los labios delgados, respiró hondo y se aparto la cabellera oscura que se le ponía por delante la cara. Entonces el obispo habló.

-Señor se ha... ha muerto mi señor, ha muerto.-Dijó

-¿Quien?

-No pudimos hacer nada por el, la enfermedad cayó de golpe rápida y violentamente, era imposible

-¡¿Quien?!- Gritó Joseph impaciente.

-La mano derecha mi señor, Harry Nooy.

Entonces Walter le lanzó una mirada a Gleen con sus ojos grises que parecían cansados eternamente. Gleen lo entendió en un momento "Esto va a ser duro".

Los Caminos de EredolphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora