Capítulo 12: Compartiendo secretos

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POV Cullen

En el mismo instante en el que ella reconoció aquellos sonidos y aquellas figuras, simplemente desplegó sus alas y voló lejos. Por supuesto, ella no tenía alas y mucho menos podía volar, pero esa noche ella parecía un ángel y para mí se sintió así.

-Deberíamos darles tiempo para que se reencuentren – sugirió Claire – No os lo hemos dicho antes. Estamos enormemente agradecidas de que nos permitáis vivir este momento. Para nosotras Shana es muy importante.

-No nos malentiendas Claire pero, para ser sincero, esto lo hacemos más por nuestro propio egoísmo – contestó Dorian – Ella estaba rota, muerta por dentro. Era como ver un cadáver que respiraba y andaba. No podíamos echar a perder esos ojos de esa forma.

-Lo que Dorian quiere decir – interrumpí – es "De nada, nosotros estamos incluso más agradecidos". Verla así nos estaba consumiendo a todos.

Tras una breve conversación, decidimos que era hora de que entrásemos de una buena vez. A medida que nos acercábamos a la entrada y, por tanto, a donde Shana se encontraba, el sonido de risas infantiles aumentaba. Shana estaba apoyada contra la pared, con cada lobo al lado suya. En su regazo, un pequeño niño toqueteaba las orejas del lobo con el pelaje oscuro, ante la atenta mirada de todos. La sonrisa de Shana le inundaba la cara y era, simplemente, hermosa en todos sus posibles sentidos. Tranquilamente, enterró su cara en el otro animal y aspiró profundamente. El animal respondió inclinando su cabeza contra ella, en señal de cariño.

-Seguís oliendo igual de bien que siempre – dijo ella

-Hermana – cortó Rouse mientras se acercaba – Venga, quiero conocer a los demás, por favor

Ella abrió sus ojos y miró a su hermana. El contraste de sus ojos contra el pelaje blanco hizo que mi corazón diera un vuelco, al igual que momentos atrás había hecho, cuando la vi bajar por aquellas escaleras. Era como una de las bellas diosas de las que las leyendas de los elfos solían hablar.

-Está bien – respondió ella – Nat, tenemos que volver a la fiesta ¿vale? Así que busca a tu mamá y papá y pórtate bien. ¿Lo harás por mi?

-Chiiii – habló el pequeño niño feliz

*Mucho más tarde esa misma noche*

Por mucho que esta fiesta fuera especial para todos – no todos los días se podían celebrar reencuentros ni cumpleaños en estos tiempos – necesitaba salir y tomar aire fresco. Me retiré a una de las almenas más alejadas que, por suerte, estaba desocupada, por lo que nadie vendría a molestarme en mucho tiempo. Me equivoqué rotundamente. Al poco tiempo, el sonido de unos tacones acercándose llegó a mis oídos.

-Aquí estás – dijo una voz que no me esperaba – ¿Qué haces en este lugar tan solitario?

-Necesitaba un poco de silencio. No soy mucho de fiestas – contesté mientra me giraba para mirarla a los ojos. Ella se rio ante mi comentario y el sonido parecía cascabeles vibrando dulcemente. Tragué saliva, iba a necesitar todo mi autocontrol para no soltar alguna estupidez – ¿Qué hace la protagonista de la fiesta aquí? – pregunté yo

-Buscándote – afirmó ella – Quería agradecerte por todo lo que has hecho, no solo hoy ni solo por el regalo, sino por todo Cullen.

-No hace falta que...

-No – frenó ella – Sí hace falta y no te haces una idea de cuanto. Tú me has salvado, de muchas maneras que no podría ni explicar – aseguró ella. Ya se encontraba a mi altura. Apoyó sus manos en la pared y perdió su mirada a lo lejos.

-Bueno, entonces más te vale encontrar un buen regalo para mi cumpleaños – bromeé. Mi cerebro estaba en cortocircuito, incapaz de formular alguna buena frase. La notaba insegura, dudando de algo – Sé que estás dudando, ¿qué estás intentado decidir?

-Si debería besarte o no – declaró ella.

Me paré en seco, petrificado. Mi corazón estaba latiendo completamente desbocado. Ella seguía hablando, a juzgar por el movimiento de sus labios, aunque mi cerebro era incapaz de procesar lo que decía. Sin pensarlo ni un solo segundo más, perdí todo raciocinio y control sobre mí y la besé. Un dulce sonido de sorpresa escapó de sus labios, pero correspondió mi beso. Al principio era lento y meloso, como el que se darían dos jóvenes que acaban de enamorarse. Luego, se profundizó más, nuestras bocas se abrieron y la necesidad nos empujaba más cerca. Mis manos acabaron enredándose en su sedoso cabello, en su espalda. Las suyas estaban en mi cuello, acariciándome y mandando escalofríos por mi columna. Solo eramos nosotros dos, nadie más, nada más. Solo dos personas que se querían con locura. Solo por esta noche. Noté como sus piernas dejaban de responderle y la senté sobre la muralla, sin dejar de besarla en ningún momento. Su calor se transmitía a mi y su olor y sabor a cerezas me inundaban, embriagándome, tal y como lo haría uno de los licores más exquisitos del mundo. Finalmente, y con desgana, tuvimos que separarnos, jadeando en busca de aire. Apoyé mi frente contra la suya, con los ojos cerrados, deseando no necesitar aire para así no tener que separarme de ella. Sus manos seguían haciéndome delicias en mi piel. Mis manos nunca abandonaron su pelo ni su espalda. Sabía que ella me miraba.

-Cullen, abre tus ojos por favor – suplicó con un deje de miedo en su voz que me comía por dentro. ¿Se arrepentía?

Obedecí y me recibió una cascada de agua cristalina; sus ojos. Ella vio algo en los míos que la hizo tranquilizarse y una sonrisa ocupó sus labios. No, no se arrepentía de haberlo hecho. Suspiré. Era perfecta. También yo sonreí ante este pensamiento. Ella apoyó su cabeza en mi hombro y yo decidí plantar pequeño besos en donde pudiera. Ella se reía, diciendo que mi barba de pocos días le hacía cosquillas. Yo jugueteaba con eso, para hacerla reír más aún, mientras la acercaba todo lo posible a mí. Dejé un reguero de besos mientras hacía mi camino de vuelta a su cara, buscando, deseando, anhelando su boca contra la mía. Ella se dio cuenta de ello y no se hizo de rogar. Sonreí contra ella, extasiado ante la idea de como podía entenderme aunque no le dijera nada. Nos pasamos horas así, en nuestro mundo, entre besos, caricias, risas, sonrisas, secretos que creamos y que solo nos pertenecían a nosotros. El sol empezaba a asomarse por el horizonte. Decidimos que necesitábamos descansar, al menos durante un par de horas, ya que nos esperaba un día largo. Ella se bajó de la muralla, yo hice un poco de espacio entre nosotros, que pronto fue ocupado otra vez por mi cuerpo, mientras ella me acercaba a su cara, para volvernos a besar. Tras muchos intentos fallidos de separarnos, que siempre acababan en un largo y profundo beso, conseguimos separarnos. Una última mirada, una última sonrisa de su parte. Un último beso. Fui el primero en alejarme, porque ambos sabíamos lo que pasaría si me quedaba allí por más tiempo. Antes de desaparecer por una puerta me giré, y la imagen de un ángel sonriente y tímido quedó grabado a fuego en mi retina. De camino a mi habitación, seguía notando sus manos sobre mi, el calor de su cuerpo, sus labios sobre los míos y su olor. Decidí que no me bañaría en una buena temporada.

Gracias al HacedorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora