Ni en sueños

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VII

Holmes lo había previsto, con su diminuto tamaño no había podido hacer algo para atrapar a su amigo en su trayectoria hacia el suelo. No obstante que no pareció ser necesario, el cuerpo lánguido aterrizó sano y salvo sobre el sofá que antaño fuera suyo.

Hey, tu.

¿Si?

Gracias por no dejar que cayera en el suelo. —Esta vez las voces no respondieron. El detective saltó hacia el reposabrazos de su sillón, observando el cuerpo de Watson se quedó pensando en uno y mil temas. La cabeza del doctor descansaba incómodamente sobre el descansabrazos más lejano, su espalda estaba sobre el asiento y sus piernas ligeramente abiertas en dirección a Holmes parecían a punto de caer al suelo.

Holmes bajó y caminó hasta quedar cerca de la mano de Watson, esa que colgaba a un milímetro del suelo. Si la situación no fuera lo suficientemente seria se estaría riendo por lo insignificante que le resultaba su propio tamaño comparado con el de su amigo. Más concentrado en los temas que vagaban sin rumbo dentro de su cabeza que en sus movimientos, tomó entre sus manos el dedo índice, revisándolo cuidadosamente en busca de absolutamente nada, se quedó solo mirándolo. Hipnotizado, atontado ante las ideas que habían decidido atacarlo en ese preciso segundo. Como si todo lo acontecido hasta ahora le diese un golpe en la cara.

Un segundo antes de volver a su relativa normalidad, no pudo siquiera reconocerse. Al volver en sí, se negó a dedicarle un segundo pensamiento al hecho de que sostenía con todas sus fuerzas la mano de Watson, aun así, no se separó. La sensación de añoranza le invadía a tan alto grado que el solo contemplar la idea de separarse le traía un agudo dolor en el pecho, casi como si le clavaran una aguja.

—Watson, es hora de despertar —dijo, con la voz más conciliadora que pudo encontrar en esos instantes. Desde abajo observó cómo su amigo se removía entre la incomodidad del despertar y su mala posición. Sin darse cuenta de que aún sostenía su mano le vio tallarse el rostro con su izquierda y aun sin abrir los ojos, responderle.

—¿Qué ha sucedido Holmes? —Cuestionó, susurrante y con los recuerdos menos distorsionados de lo que creía.

—Me temo que fue culpa mía, debí haberle hecho sentarse antes de darle tremenda noticia —Holmes se alejó un par de pasos, hacia la chimenea, el doctor se levantó de golpe y con la mirada asustada paseó sus ojos por todo alrededor.

—¡Holmes! ¡Usted era! ¡Usted era un...!

—Aquí abajo, querido Watson —fue solo en ese momento que aquellos ojos verde pasto le miraron nuevamente. Inquisidores, incrédulos, sorprendidos y aterrados ojos verde pasto. Una vez más Holmes pensó que se desmayaría. Más no fue así, aunque casi, Watson se talló el rostro un par de veces, palmeó sus mejillas un par más y finalmente enroscó lo más que pudo sus dedos sobre sus rodillas.

—¿No fue un sueño? —Holmes quería responder, pero simplemente hubo un algo en la pregunta que no le dejó hacerlo. Watson se puso de rodillas frente a él, una vez su mentón estuvo casi sobre el suelo, se quedó mirándole. Holmes no supo qué hacer, se removió incómodamente un par de veces luego de tres largos minutos bajo la supervisión de aquella mirada escrutadora. Lo último que pudo pensar antes de que Watson se sentara con las piernas cruzadas sobre el suelo, fue el hecho de que no había observado antes lo atractivo que era su rostro—¿Qué clase de brujería es esta?

—No es nada de eso, amigo. Solo puedo decirle que son las consecuencias del destino —respondió, para nada convencido, definitivamente este no era el momento para hablar sobre las voces, mucho menos del verdadero porqué de su estado. Cerró los ojos y suspiró quedamente, no sabía ahora qué camino tomar para poder realizar su objetivo y con Watson escrutándolo de una forma tan directa, las ideas no llegaban correctamente—Por favor doctor, no soy un fenómeno de circo —no es que le enojase de verdad aquella mirada, sin embargo aún con sus palabras Watson no despegaba su atención.

—Lo sé Holmes, no es mi intención incomodarlo. Solo que esto es... desde un punto médico, de suma importancia. —El detective sabía que no debía sentirse ofendido, él mismo ya había pasado por la fase que ahora mostraba Watson, más eso no evitaba que se sintiera como si fuese un experimento—¿Holmes, me dejaría...? —Watson estiró su mano y a medio camino al igual que sus palabras, se detuvo. Llevó su mano a la nuca y rascándose suavemente le dejó ver a Holmes, por primera vez en el tiempo desde su asociación, un sonrojo apareciendo rápidamente por toda su cara.

¡Ah! Mira, ahora sabemos por qué te gusta tanto, un hombre tan atractivo que se ve adorable con el rostro color carmín. Oh Holmes, ¿no habrás puesto tú meta demasiado alta? —Cuestionaron, con aquel tono despreciable y burlesco.

Hable, Watson. —Holmes ignoró a las voces por mera salud mental, eso si es que hasta ahora todavía conservaba un poco. Watson a pesar de ser alentado a continuar, no lo hizo, en lugar de eso formó un puño con ambas manos y las escondió entre sus piernas mientras vagaba su mirada por cualquier parte de la sala. Estaba nervioso, eso era claro, no obstante Holmes creía tener la suficiente confianza del doctor como para pensar que aquella reacción no tenía lugar entre ellos. Pero, quizá, lo que el ex soldado quería no se trataba de un tema que en tiempos pasados hubiera sido planteado—De qué se trata doctor, usted sabe que puede confiarme cualquier cosa. —Watson asintió, hizo un ligero gesto de negación para después solo volverlo a mirar, con todo y sonrojo.

—Es una tontería Holmes, lo que realmente me gustaría es saber cómo es que su tamaño es una consecuencia del destino... ¡será que un experimento salió mal! ¿Cómo está su salud?

Aww, ¿no lo hace eso aún más tierno? Holmes, ya deberías saber que no puedes decir nada sobre mí... nosotros. —Holmes asintió, tanto a las palabras de las voces como a Watson.

—Mi salud está bien, también le ha dado a la razón por la cual me encuentro así. —Holmes supo en un segundo lo que haría desde ahora.

Obviamente la idea de seducir a Watson fue desechada en cuanto lo plantearon las voces, Holmes no iba a ser el culpable de alejar al ex soldado de la familia que siempre quiso, ahora que estaba nuevamente casado con una mujer por la que tanto aprecio tenía, Holmes estaba dispuesto a vivir como un fenómeno de circo si eso hacía que Watson continuará con su feliz vida. El detective, por su parte, se acostumbraría en algún punto a la presencia molesta de las voces, no habría algo en este mundo que no se sintiera capaz de hacer por su amigo, y el soportar a esa molestia ahora formaba parte de la lista.

O, al menos, eso es lo que quería creer. Aquello era lo que más deseaba que sucediera de ahora en más. Pero lo tenía bastante claro, el saber que Watson también le amaba se llevaba muy lejos cualquier otra idea que pudiera tener. Él era Sherlock Holmes, no iba a ser un hipócrita ni mucho menos despreciaría su oportunidad. Solo debía pensar. Crear la situación perfecta para dar el primer paso. Como un caballero, debería ser sutil.

—¿Watson?

—¿Sí, Holmes?

—Le pido que se quede conmigo hasta que encuentre la cura.

—Por supuesto, querido Holmes. 

Fuerza y voluntadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora