II
Holmes se removió, entre el sueño y la realidad, las cobijas sobre él se sentían pesadas y asfixiantes. Abrió los ojos de un segundo a otro, era una extraña calma la que lo cubría, tenía las mantas sobre su cara y aún a través de ellas podía ver que aún era de noche, no creía haber dormido más de tres horas. De nuevo se sintió incómodo, hizo un movimiento con la mano que estaba destinado a retirar la cobija. Sin embargo no pudo.
Y la sensación de calor y asfixia creció aún más. Ese no era un sueño, oh no, este era el momento donde despertaba pero no parecía que eso fuera a pasar pronto. Lo intentó una, dos, diez veces más, pero no funcionaba. Pensó entonces en levantarse, más al hacerlo, pareció que solamente la tela pesada se hubiera movido apenas un poco. Se hincó y con las manos sobre la sábana comenzó a caminar hacia la pequeña luz, pensó, con efímera alegría, que en menos de un paso caería vergonzosamente de la cama.
Pero no, oh-para-nada-no.
Puede que definitivamente la luz de la calle borrosa por la tela se viese cada vez más cerca, no obstante le estaba tomando demasiado el llegar a ella. Si avanzaba ¿por qué iba tan lento? Luego de un par de minutos, en donde se había encontrado con muchos conejos de pelusa y enredó algunas veces sus pies o manos entre las dunas de las sábanas, llegó finalmente al borde de la cama. Al asomarse se sorprendió con la altura para nada natural que había entre el suelo y su cabeza.
—Pensamos que la transformación debía ser mientras dormías, no es que sea doloroso, pero llega a ser incómodo. —Holmes casi cae al escuchar nuevamente esa voz. No obstante y aunque no quisiera admitirlo, su sexto sentido siempre estuvo seguro de que volvería.
—¿Qué es lo que me hicieron? —Cierto era que, si su vena curiosa no estuviera hinchándose cada vez que esa voz le hablaba, ahora mismo estaría haciendo lo mismo que el sujeto antes de él.
—Eso es algo que el gran detective privado no debería preguntar. Pero suponemos que aún no superas el shock. Te hicimos pequeño —respondió, las voces en un tono travieso. Por segunda vez, Holmes no supo cómo reaccionar—¿Qué te sucede, qué estás pensado? Puede que estemos en tu cabeza, pero nos podemos leer tus pensamientos, a menos que tú quieras que lo hagamos. Anda, te ayudaremos con eso. —La cobija lentamente se levantó, exponiendo con tranquilidad el mundo que ahora rodeaba a Holmes.
—¿Mi altura tiene relación con la consecuencia que no debo evitar? —Las voces contestaron con un irritantemente feliz "sí". Se sentó sobre el borde, cruzó las piernas y descansó su mentón entre una de sus manos mientras la otra tamborileaba sobre el colchón. Pensando positivo al menos sus ropas se habían encogido con él—¿Cómo se supone ahora que haga cualquier cosa? Pero, antes de que me respondan, ¿Cuál es su misión? —Y, como antes, luego de un minuto de silencio, Holmes pensó que otra vez lo iban a dejar por un rato.
Después de dos minutos comenzó a caminar sobre la montaña de cobijas, dedujo que, por el nivel en el que las cosas se habían engrandecido, él no debía medir menos de veinte centímetros. Con el risible pensamiento de que ahora se había vuelto muy portátil llegó hasta la cabecera. Del lado derecho estaba la mesita de noche en donde antes de acostarse hubo dejado su pipa, una vela y una cajetilla de cerillos.
—Muy bien, ya lo hemos discutido —las voces regresaron justo cuando Holmes estaba dispuesto a saltar y colgarse del borde de madera. El detective se detuvo, cruzándose de brazos esperó a que las voces hablaran—, en tu caso es mejor hablar con claridad. No consideramos que seas falto de intelecto, es solo que, como esto entra en el campo de las emociones, nos tomaría mucho tiempo esperar a que lo deduzcas. —Holmes pudo sentir cómo su estómago se revolvía ante el conocimiento de que lo próximo a escuchar le provocaría más que todo lo anteriormente acontecido—Nuestra misión es ayudarte a enamorar al doctor John H. Watson.