XIII
Si John H. Watson tuviera que verse en la necesidad de resumir su relación con Sherlock Holmes en una sola palabra, de inmediato eliminaría cosas como; romántica o sentimental. Por supuesto, Watson daba gracias a que nadie le pediría hacer tal cosa. Tampoco es como si pudiera hacerlo, a menos que su vida dependiera de ello, y aun así lo dudaba.
Claro, tenía tan solo tres semanas de haber iniciado una relación afectiva con el gran y único detective privado, lo que venía a significar; era esta apenas la primera de las múltiples etapas a las que debían sobreponerse si seguían por ese camino en pos de tener una relación satisfactoria en todos los sentidos. Desde luego Watson estaba totalmente comprometido en ser el amante adecuado para Holmes, estaba dispuesto a hacer los sacrificios necesarios hasta hacer de sí mismo el compañero perfecto. Tema al que, para variar, su querido detective no estaba prestando la más mínima atención.
Realmente su relación apenas había cambiado. Dormían juntos, sí; se besaban, también; pero nada de ello venía a significar mucho si era solo Watson quien había insistido en compartir cama, y el único que comenzaba cualquier clase de contacto labio a labio. No, aquello no era realmente una queja. Watson tampoco se podía permitir pensar que todo eso del enamoramiento se debía solo a que Holmes lo quería de vuelta bajo cualquier concepto. Y no podía por el hecho no tan simple de que, en el fondo, Watson podía realmente ver la lucha interna por la que su querido detective pasaba. Pero, esa era solo su perspectiva.
Podía notar con cada beso cómo el hombre de oscuros cabellos se negaba a perder la cabeza, al punto de casi obligarse a mantener su racionalidad. No lo culpaba, obviamente, Holmes era el hombre más asocial que conocía, y por más compañeros o amigos que hubieran sido, jamás la línea del espacio personal se había violado tanto como ahora. Y una mente tan activa, tan vivaz como la suya, no podía darse el lujo de caer solo por un par de besos. Watson entendía su reticencia, de verdad lo hacía, más no encontraba la manera de hacerle saber al hombre que tanto amaba, cómo el mostrarse más emocional o afectivo, no rompería en absoluto su mente y su amada racionalidad.
Había una forma, estaba convencido de que sí, pero luego de tres semanas en donde solo él se esforzaba en mantener y reforzar un vínculo, sentía como poco a poco la respuesta se le escapaba de las manos. Entendía claro que no podía en algún momento obligar a Holmes a ser un amante romántico y apasionado, pues ni siquiera Watson deseaba eso. Cosas como recitar poemas, besos a la luz de la luna, frases rosas y rodeadas de arco iris; no las necesitaba. Watson sería feliz aun con el más pequeño beso de Holmes, siempre que este fuera dado por el puro placer de hacerlo.
Quizá pedía demasiado. Quizá había traspasado la línea cuando mudó sus cosas directamente a la habitación de Holmes, aun si no había recibido una negativa de su parte o alguna señal indicativa de rechazo. Quizá solo debía ser feliz por todas las veces en las que Holmes le tomaba de la mano, o le abrazaba sin motivo o cuando cada noche lo encerraba entre sus brazos cada vez al quedarse dormido. No es que Watson no apreciara eso, porque lo hacía, y mucho. Más no se sentía capaz de quedarse solo con eso por el resto de su vida. Por egoísta que fuera, deseaba más. Aun si ese más implicara solo un beso no pedido ni robado.
—Ni sonetos, ni canciones, solo... —Watson miró el atractivo rostro frente a él. Un amanecer claro se colaba por la ventana desprovista de cortinas, el doctor, acostado junto al detective que aun dormía, le admiraba silenciosamente. Podía sentir los brazos largos rodeando su cintura y a su tranquilo y cálido respirar chocando con el suyo. Watson suspiró al descubrir entonces que solo eso era suficiente.
Tener a la persona que más amaba a su lado, durmiendo pacíficamente, abrazándole, valía por todo lo demás. Qué importancia tenía si era él quien iniciara siempre los besos, cuando obviamente era afortunado de que ellos fueran recibidos. Watson apenas contemplaba la infinita fortuna que poseía, no cualquier persona podía dormir tan cerca del hombre más inteligente y atractivo de todo Londres. No importaba si Watson resultara ser el único en tomar la iniciativa, siempre que Holmes le siguiera, el doctor estaría dispuesto a hacerlo por el resto de su vida.
—Dame tiempo —pronunció Holmes para sorpresa de Watson. Lógicamente, no le sorprendía que Holmes entendiera el contexto de sus palabras, no así cuando pensaba que el detective seguía dormido. Unos dedos comenzaron a acariciar su cabello y parte de su nuca, saberse abrazado en tan cariñosa forma solo aceleraba de felicidad los latidos del doctor. Más aún, las palabras escuchadas le hacían no perder la esperanza—. Trato de adaptarme a situaciones totalmente inexploradas. De verdad lo intento John. Pero debes darme tiempo —dijo, acercando su cuerpo aún más al de Watson. Este, maravillado y por completo emocionado, se juntó aún más a Holmes—, aunque no sé cuánto pueda tardar. —Watson negó aun con la cabeza hundida entre el cuello y el hombro del detective.
—Esperaré, cuanto sea necesario —respondió, escuchando claramente cómo el corazón de Holmes se aceleraba. Aquel sonido le tranquilizó enormemente, tanto o más que las palabras escuchadas.
—¿John? —Ante el llamado, Watson levantó su rostro, encontrándose mirando fijamente ese par de ojos grises y hermosos como la luna. Ah, el doctor no podía evitarlo, Holmes realmente tenía razón al acusarlo de romántico.
—¿Si, Sherlock? —Holmes debía admitirlo -al menos por ahora- solo para sí mismo, su nombre pronunciado por esos labios suaves y entonados en tan perfecto y aterciopelado tono, era simplemente lo mejor. Remarcó con sus dedos el mentón de Watson, sutilmente delineó con su pulgar el rosado labio inferior, admirando y bebiendo de cada una de las sensaciones recibidas por su tacto, más que nada, para darse valor antes de hablar.
—Te amo —le dijo, sin traba o equivocación. Luego de tanto practicar, era lo menos que esperaba. Porque John Watson definitivamente merecía no solo recibir el primer "te amo" de una manera convincente o en un entorno apacible y brillante, sino también cada uno de los inconvenientes por los que había pasado Holmes para decirlo.
—También te amo, Sherlock. —Luego de escucharle, volvió a acomodarlo entre sus brazos. Holmes supo entonces que volvería a medir veinte centímetros, que volvería a tratar con aquella fastidiosa entidad, y que una vez tras otra, sin importarle cuánto le costara, haría hasta lo imposible por corresponder equitativamente todo aquello que su doctor le daba con soltura.
Por qué amaba a John Watson y por él, para él; todo valía la pena.