XI
Watson no podía creer la liviandad de la voz de Holmes al decir aquellas palabras. Solo esa ligereza en su tono otorgaba más credibilidad a las palabras que las palabras en sí. Su corazón se sentía liberado finalmente del peso que tenía encerrado por el amor a Holmes y casi al mismo tiempo sentía cómo un puño lo encarcelaba ante el engaño hacía su esposa.
Debería contemplar la idea de alejarse por siempre de ese hombre egoísta, cortar toda comunicación y vivir el resto de sus días en una aceptable relación con Mary. Pero no podía siquiera imaginarse dando un paso a la salida. Sus pensamientos, deseos y anhelos gritaban desesperadamente por rechazar cualquier sentimiento que no fuera la felicidad por saberse correspondido. Y era aquella misma confusión entre lo que quería y lo que debía, la causante de que sus lágrimas no pudieran detenerse. Fue cuando sintió un par de brazos rodeándole por la cintura y una respiración cálida cerca de su oído que cualquier pensamiento razonable se alejó de él.
—Acabo de descubrir algo, Watson —susurró Holmes, aferrando aún más fuerte el agarre que tenía sobre su doctor.
—¿De qué se trata? —Watson intentaba en lo posible controlar el sonido de su voz, más luego de escucharse supo que había fallado terriblemente.
—Me desagrada verle llorar, así que por favor, deténgase —Holmes se quedó frente al doctor, le retiró las manos que aún tenía sobre el rostro y con sus pulgares comenzó a limpiar cada lágrima que caía de aquellos hermosos ojos verde pasto.
—El mundo no gira alrededor de usted y sus deseos, Holmes. —El detective solo sonrió, se inclinó un poco y depositó un beso sobre la frente de Watson. Luego se alejó un paso, caminó rodeando a un extrañado doctor lentamente y de nuevo se quedó frente a él
—No, el mundo gira alrededor de ti, John. —Impulsivamente Watson se abrazó a él. Justo en ese momento Holmes pensó que no le importaría hacer esa clase de tonterías siempre y cuando tuviera respuestas tan efusivas como aquellas, y claro, si no había alguien más a la vista.
Holmes no quería separase de la calidez del cuerpo de Watson, la última vez apenas le había abrazado un par de segundos antes de ver a su doctor salir del edificio con el resto de sus cosas. Ahora mismo solo quería más. Más de esos brazos que rodeaban suavemente su cuello, más de aquel latido que bailaba tranquilamente con su corazón. Más de toda la felicidad que la sola presencia de Watson le daba.
—Lo hiciste bien, señor Holmes. —El detective pudo saber por el tono de las voces, que aquella sería la última conversación que tendrían—Todavía tienes cosas que arreglar, pero nosotros ya cumplimos con nuestra misión... aunque esperábamos burlarnos de ti al menos en tu primera falla. —Holmes sonrió, apretando un poco más el agarre de sus brazos alrededor de Watson—Normalmente nos vemos en la necesidad de borrar todo rastro de nosotros cuando es hora de irnos, pero consideramos que tu conocimiento sobre nosotros es beneficioso, especialmente si en algún momento podemos necesitar tu ayuda.
—No pondré objeciones, si a cambio, ustedes hacen algo por mí. —Las voces no tardaron demasiado en aceptar.
Mary Watson dio su centésimo suspiro en lo que iba del día. Puede que fueran tan solo las diez de la mañana, pero saber la hora no era lo que necesitaba para detener su aburrimiento. Su recién estrenado esposo había ido una vez más a atender el llamado del grande, asombroso, majestuoso y egoísta Sherlock-las-mil-maravillas-Holmes. Así pues, una vez más, ella había sido relegada a ser solo una mujer que debía ocuparse de su hogar.
Como una buena y sumisa esposa debería estar para lo que sea que fueren los deseos de su esposo, no obstante Mary se había encontrado desde siempre deseando ser todo lo contrario. Y después de hallar al hombre perfecto, dotado tanto de inteligencia como de un corazón abierto emocionalmente, que podría encontrar en ella una mujer dispuesta a salir del molde, atrevida, vivaz e inteligente se había dado cuenta que de entre toda aquella selva Londinense sus ojos se clavaron en el único amigo y cronista de un hombre con más cerebro, sagacidad y atrevimiento del que ella o cualquier otra persona pudieran pensar en ser.
Tan inteligente como era sus emociones la habían atontado. A sus narices siempre estuvo el hecho de que John estaba encandilado por la luz omnipresente que irradiaba al detective y sin embargo ella, como una niña con su primer amor, habiendo reparado en ello, le restaba importancia, conformándose nada más con el hecho de que ella era su prometida. Y ahora, habiendo ya adoptado el apellido Watson, en una casa llena de pesado silencio, con quehaceres descartables en la lista y un sinfín de ideas sobre las cosas divertidas de las que podría estar disfrutando, la realidad le llegaba como un golpe en la cara.
Esa no era la vida que había esperado.
Desde luego, tampoco se creía con la suficiente fuerza para soportar el resto de su vida en la misma situación. De igual forma, jamás pensaría en hacer elegir a su esposo entre ella y el detective, sabía de sobra que sería ese un error por el que pagaría muy caro. Obviamente no estaría, ni ahora ni nunca, dispuesta a siquiera imaginar la opción que John elegiría. De cualquier manera, tampoco es como si realmente quisiera que John la eligiese a sabiendas de que en sus pensamientos siempre estaría el detective. Y el saber eso, contra todo pronóstico, no causaba dolor alguno en su pecho.
Era este momento tal vez un poco tarde para dar cuenta de ello, pero Mary sabía que valía más ahora que nunca. El saber que la situación no le molestaba en absoluto sino que más bien se encontraba terriblemente aburrida, abría aún más sus ojos. ¿Por qué entonces ella continuaba insistiendo en seguir atada a alguien que en definitiva no se sentía atado a ella? Si esta no era la vida que había esperado, si nada la ligaba a este lugar, solo deseaba saber cuál era el impulso que le faltaba para salir inmediatamente de esa casa vacía.
—Pues claro, no puedo simplemente irme de aquí, tengo un esposo con quién hablar primero —pensó, dándose un pequeño golpe en la frente.
—¿Y por qué he de hablar con él? Primero se fue diciendo que llegaría por la tarde y al final me escribe para decir que tardará un par de días —se auto reclamó, frunciendo ligeramente el ceño se dio cuenta de que era verdad.
—Si me voy ahora John pensará que lo abandoné... le romperé el corazón.
—... Eso claro, si es que realmente me ama.
—Qué estoy pensando. Si no me amara no se habría casado conmigo.
—Pero si me amara ¿por qué le es tan fácil alejarse de mí?
—En cambio, apenas fue capaz de alejarse de Holmes por una semana —se dijo, completando su idea.
—Más no debo culparlo, él no fue el único que se casó estando apenas interesado. —Y, con ese último pensamiento, Mary Wat... Morstan, tomó su propia decisión.