III
Holmes estiró los brazos hacia los lados, enderezó la espalda y dejó que su cuerpo tieso cayera sin gracia sobre las cobijas. Sin más, resbaló cuesta abajo un par de segundos para terminar rodeado de algunas cuentas ondas de tela, en aquella posición, se quedó un largo y tendido espacio de tiempo.
—O-oye-oye, eso no es gracioso... ¿estás muerto? Mira que no es gracioso, si estás muerto dilo, la última vez nos quedamos esperando dos días a que nuestro sujeto respondiera, y no lo hizo... ¿estás muerto? Si no reaccionas nos iremos y-y-y y te dejaremos así, ¿estás muerto?
—No —respondió con sequedad. Ahora mismo lo último que deseaba era quedarse de ese tamaño toda la vida. Otra cosa que no quería era pensar en la razón misma de su tamaño.
—Sí, bien, por favor no nos asustes así otra vez. Algunos aquí queremos conservar nuestro trabajo.
—Deduzco pues, que son una especie de alma con alguna clase de objetivo por el que se espera una recompensa.
—Brillante, brillante. —Algunos aplausos se escucharon por unos cuantos segundos—. Eres el único que lo ha descubierto con tanta facilidad.
—No es que sea difícil. ¿Desde cuándo decidieron tutearme?
—Ya, ya. Que somos como tu ángel de la guarda, no deberíamos hablarnos con tanta formalidad.
—¿Ángel? No, ¿de la guarda? ¿Qué crees que va a pasar si caigo de esta altura? —Holmes no quería discutir nimiedades, sin embargo se sentía obligado a hacerlo si no quería tocar el otro tema.
—Lo más probable es que aterrices de pie, te hemos asignado algunos dones, pero no eres inmortal, te lo advertimos, no deberías caer de una altura mayor a dos metros. Ahora, a lo que vinimos, el doctor Watson. —Holmes saltó lo más alto que pudo para alcanzar el borde de la mesita, se sorprendió al ver cómo sobrepasaba el límite mismo por al menos diez centímetros, que considerando su altura era bastante. Aterrizo lo mejor que pudo sobre sus dos pies. Ubicando los cerillos y la vela se inclinó para jalar la pestaña de la caja. Tomó un fosforo, se irritó ante el hecho de que uno de ellos le llegaba al muslo. Frotó la cabecilla sobre la lija y con ambas manos sostuvo el palito, de puntillas, llevó la flama al alto pabilo de la vela.
—El doctor Watson está casado desde hace una semana. Lleva ahora una vida color rosa de amor y flores con la señora Mary Watson —respondió arrojando el cerillo hacia el vació en donde se apagó antes de llegar al suelo. O casi, al menos.
—Si fuera lo tuyo un caso perdido, nada de esto sería posible. Pero aquí estamos.
—¿A qué te refieres? —Se acercó a su pipa, la levantó ligeramente y al ver que la boquilla ahora abarcaba desde su nariz al mentón dejó que esta callera, desesperado, la pateó. Ahora ni siquiera tendría el placer de fumar. Algo que necesitaba urgentemente.
—No niegas tus sentimientos hacia John, solo dices que está muy lejos.
—No importa si lo acepto o lo niego, no puedo enamorar a quien ya ama a alguien más. Menos aún si se trata de Watson. Ya le he quitado demasiado tiempo de su vida como para ahora ir hacia él solo por un capricho. Que ni siquiera es mío, por si fuera poco —respondió con toda la tranquilidad que podía ofrecer. No es que estuviera conforme con la idea, más no tenía de otra y renegar la opción solo le llevaría dolor, cosa que obviamente no necesitaba. Resultaba mucho más fácil fingir aceptar.
—Eres un terco señor Holmes, deja que lo repitamos, si fuera lo tuyo un caso perdido, simplemente no estaríamos aquí.
—¿Sugirieres que...?
—¿Qué el doctor Watson también está enamorado de ti?
—¿Lo está?
—Sí —Holmes no sabía si respirar agitadamente o solo dejar de hacerlo. Optó por simplemente sentarse sobre la fría madera. Desde esa perspectiva podía ver toda su habitación. Se preguntó si sus otros cambios de ropa se habían encogido, ¿sus zapatos también? A través de la ventana pudo ver la oscuridad de la noche siendo abrasada por el fuego de las lámparas de gas. Las estrellas titilaban, la luna llena mostraba su mejor cara. Podía escuchar los tranquilos pasos de los transeúntes nocturnos. De repente, pensó que su habilidad para seducir era tan pequeña como su tamaño—¿En qué piensas Holmes?
—Si muero, ¿Cuánto tiempo puede pasar para que mi cadáver en este tamaño se degrade?