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"Muchas gracias, Señor." Son las últimas palabras que le digo al taxista que me trajo. Gracias a los treinta minutos del aeropuerto a casa logre descubrir que era una agradable persona, tomando cuidadosamente cada avenida, evitando sobre pasar el límite de velocidad, todo esto mientras me conversaba «de una forma muy orgullosa» sobre su primer nieto, un bebé que su hija junto con su Esposo estuvieron buscando por 10 años y que ahora había llegado.

Tomando mi única, y pesada maleta, logre pasar las cuatro escaleras que llevaban al porche de casa. Con un leve suspiro levante mi mano, tocando el timbre. Cruzando los dedos para que papá estuviera en casa, espere, espere y espere. Volviendo a tocar el timbre, volví a esperar. Su auto estaba en la cochera, lo sabía por la típica luz roja que señalaba que el garaje estaba ocupado. Reí, al recordar cuando mamá estaba con nosotros, ellos siempre peleaban por el único puesto de estacionamiento de la casa, mamá tenía su carro y papá tenía el suyo, por lo cual la lucha por el estacionamiento siempre existió, o al menos desde que recuerdo.

Resignada y acalorada volví a tocar el timbre, el verano estaba en su máximo apogeo y definitivamente mi anatomía no estaba diseñada para el calor.

La puerta se abrió, y una ráfaga de aire frío le siguió.

"¡Cariño!" Papá habló saltando a abrazarme, parecía sorprendido. Obvio. Había viajado más de 8 mil kilómetros, sin avisarle, llegando por sorpresa a casa. Ya hacia mucho tiempo que no regresaba a America. Cuando mamá murió, tome la decisión de ir a estudiar al extranjero, girando el viejo y polvoriento globo terráqueo que papá tenía en su oficina, elegí mi destino.

Japón me vio renacer.

Después de otro abrazo más, papá dejo que respirara un poco, acomodando la tela de la camisa pegada a mi cuerpo, note una mancha oscura, levantando la mirada, busque la misma mancha en la camisa de papá, encontrándola.

"¿Otra vez te sangro la nariz?" Pregunte sin mencionarle que la mancha de sangre se había traspasado a mi camisa también.

"¿Ah?" su respuesta fue un poco de confusión.

"La mancha en tu camisa" vacile. El inmediatamente bajo su vista a su camisa, buscando dicha mancha. Con mi dedo le señale el lugar donde estaba la sangre, desconcertado maldijo.

"Mm... si. El calor que a estado haciendo estos días es anormal." Explico.

Lo entendía, de pequeña sufría mucho por el calor, siempre mi nariz sangraba cuando el ambiente sobrepasaba los 40 grados centígrados. Era algo genético.

"Esperaba no haber manchado mi camisa" río "Pero aparentemente no sucedió" Bajando el pequeño escalón de la puerta tomó mi maleta, dejándome entrar para luego el seguirme con ella. Pasamos una hora platicando, decidí subir a la que fue mi habitación por 19 años, suspire observando el reloj en mi muñeca, en Japón eran ya las tres de la mañana, y, oficialmente había agarrado Jet Lag.

Tirándome en la cama, mis ojos se cerraron a los pocos segundos.

[...]

La típica alarma que tenia en mi celular empezó a sonar, con un movimiento raro, la apague con la nariz. Acurrucándome más en las almohadas que tenia como manta, volví a cerrar los ojos, permaneciendo en un estado de conciencia mientras descansaba.

Un leve gemido hizo que abriera los ojos exaltada, escuchando otro más, descarte que fuera de placer. Era un Gemido de dolor, seco.

Levantándome de la cama, abrí la ventana, sacando un poco la cabeza, buscando el procedente de tal sonido, otro más sonó, mucho más cerca, erizándome la piel. Al instante un aullido le siguió, indicándome que eran lobos. Tal vez alguno de ellos se había lastimado, pensé. Cerrando con cuidado la ventana, me aleje.

Lincoln [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora