Antes de oír el chirrido de las bisagras de esa gran puerta de metal ya estaba incorporada en la cama. El preciso reloj de mi cabeza ya había aprendido a hacer sonar la alarma a la hora correcta. Escuché la suela de goma de mi superior entrar a mi habitáculo. Su presencia modificaba mi comportamiento, como debía ser, tenía que limitarme a ser la máquina perfecta que todos esperan que me convirtiera.
- 140 segundos y contando- su voz era dura, imponente, imposible de desobedecer, pero a la vez tan familiar. La puerta se volvió a cerrar y me quedé sola de nuevo.
Repetí la rutina que llevaba siguiendo más tiempo del que podía recordar. Di un bote de la cama y abrí la cómoda metálica. Su tacto frio me provocó un escalofrío. No había mucho entre lo que elegir. Pantalones negros, rígidos y algo anchos a la derecha, camisetas de tirantes blancas y ajustadas al otro lado y al fondo pares de calcetines negros. Me vestí lo más rápido posible. Sin malgastar un segundo me metí en el lavabo. Siempre me había parecido un lugar demasiado impersonal, me recordaba al del hospital. El blanco de las paredes era impecable y el del resto de objetos también, como se había indicado que fuera. Me quedaba el tiempo justo para lavarme la cara y utilizar el váter.
El reloj indicaba que todavía me quedaban 30 segundos, perfecto. Limpié cualquier rastro que hubiera podido dejar en el lavabo y corrí a hacer la cama. Esta es pequeña así que no fue difícil estirar las sabanas. Me coloqué ante la maciza puerta metálica, estiré cualquier arruga posible de mi ropa y adopté la posición correcta. Escuché un chasquido y la puerta se abrió. Rain, mi superior, entró por ella. Me miró de arriba a abajo y a continuación examinó rápidamente la habitación sin moverse de su posición.
- Tenías tiempo para hacerte un recogido en el pelo ¿no te parece?- Mierda... sabía que se me olvidaba algo, pero bueno, era solo un error. Le enseñé mi muñeca para que viera la goma y comprendiera que me haría la coleta más tarde.
Sin perder un segundo se dio media vuelta y yo la seguí cerrando la puerta de mi habitación. Recorrimos los pasillos blancos a buen ritmo. Aunque sabía perfectamente a donde nos dirigíamos no gocé a andar a su lado, se podría malinterpretar. Nos fuimos cruzando con gente, algunas personas nos dedicaron un saludo educado, otras simplemente agachaban la cabeza y aceleraban su paso. Entramos a nuestro comedor, unas 100 personas se encontraban en el, sentadas en las mesas, charlando unas con otras. Cuando me quise dar cuenta Rain ya se había ido, miré instintivamente el reloj, todavía tenía tiempo.
Me acerqué a la barra donde repartían la comida. A algunas personas se les permitía elegir la comida, otras simplemente cogían las bandejas y esperaban a que se las rellenasen, a mí no se me permitía nada de eso, debía esperar a que me dieran la bandeja cogida de una pila diferente ya llena de comida. Un zumo de naranja con dos tostadas de mermelada de melocotón era lo que me había tocado, uno de las mejores cosas que había en este comedor.
Ya con el desayuno me dirigí a una de las mesas y, como siempre, me senté sola. En este comedor solo habían dos tipos de personas: las que me miraban por encima del hombro o las que me miraban con envidia y desprecio al mismo tiempo. Pero ya estaba acostumbrada así que me encogí en la silla y me dediqué a mirar la comida. Cuando acabé recogí la bandeja y me dirigí hacia una de las puertas custodiadas por dos guardias armados con imponentes fusiles. Era muy difícil saber quiénes eran o a qué estaban mirando, sus cascos con viseras te lo impedían. A mí me conocían, como casi todo el mundo aquí, y no dudaron en dejarme pasar.
Primera hora del día 3 de la semana; tocaba ir a la prueba de exterior con el grupo B.4. Me encantaba ir allí, era el único momento en el que se me permitía estar al aire libre y no dentro del complejo. No era mucho lo que podía ver, unos gruesos y altos muros de metal y hormigón me lo impedían, pero eso no significaba que no pudiera ver el cielo y pisar la tierra. La noche anterior había llovido con fuerza y el suelo estaba lleno de charcos. A mí alrededor se encontraba un grupo bastante potente, la mayoría eran hombres, aunque también te podías encontrar a alguna mujer, aunque todos ellos pasaban de los 20 años y ya estaban bien desarrollados, con una buena forma física y la experiencia que le había dado el mundo exterior. Yo no era nada en comparación con ellos, 15 años, no muy alta contrastándome con las torres de mis compañeros, y con mi habitual expresión de temor que transmitían mis ojos.
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Soldado
General Fiction¿Qué pasa cuando una niña es entrenada para convertirse en una máquina perfecta? Lexa nunca fue una persona normal, sin conocer el mundo exterior es obligada a exponerse a pruebas imposibles a diario sin cuestionar sus obligaciones. Pero cuando esa...