Despierto

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Abres los ojos y la oscuridad te envuelve. Lo primero que ves son miles de luces en el techo, pero no es el techo de tu cuarto, es el cielo. Una corriente de aire mueve tu cabello. Al principio no percibías nada, ahora todo. ¿Qué hago aquí?, piensas, tú te acostaste en tu cama y ahora, ¿dónde estás? No hace frío pero en tu pueblo sí lo hacía. No sabes qué pasa, recopilas las diferencias que hay entre el lugar donde estás y en el que deberías estar. Allí donde deberías estar, tu casa, tu hogar, tu pueblo, tu tierra, allí era invierno, estabas en una casa y la luz de las farolas entraba por la ventana, todo era carretera y edificios, ya sean casas, pisos o bares, escuelas, institutos, etc. Ahora estabas rodeada por el silencio, solo el murmullo de las hojas movidas por el viento, completamente a oscuras, solo las estrellas y la Luna la iluminaba. La Luna. Las estrellas. La noche. Los astros la absorbieron, toda su atención se concentró en ellos, eran tan hermosos, su luz era única; no había nada igual en el universo, o al menos eso pensaba, porque no conocía el universo, pero lo que ahora miraba fijamente era más valioso que cualquier tesoro terrestre. Hacía calor pero una brisa fría la reconfortaba y se sentía como en su hogar, bueno, quizás mejor. Oyó una voz detrás de ella; se volvió asustada, pero no podía ver nada, solo oscuridad. De nuevo, la voz, pero esta vez era como un susurro traído por el viento. La siguió, ¿qué otra cosa podía hacer? Tropezó varias veces con algunos árboles, pero poco a poco su visión se adaptó a la oscura noche, que ya no parecía tan oscura. Algunos rayos de la luna, una luna redonda e increíblemente grande, se filtraban entre los árboles. Parecía estar en un bosque. No paraba de escuchar su nombre cada vez más susurrante y cercano. Llegó hasta la fuente de la voz, pero no había nada ni nadie. Estaba cerca de un precipicio, allí el viento era más fuerte y abundante. Algo dentro de ella le decía que se acercara más al borde, su curiosidad le decía que se asomara y que viera aún más del paisaje. Así que, aunque su cabeza le decía que no, que era peligroso, se acercó. Estaba allí en el borde; veía una increíble manta de árboles que llegaba hasta un lago en el que se reflejaban la luna y las estrellas. La luz de la dama blanca nocturna dejaba ver por encima del bosque de abajo, pero cuando quiso fijarse más abajo y ver lo que había por debajo de los árboles, le fue imposible; entre las ramas y la increíble oscuridad que lo llenaban todo, no se veía nada. De repente, el viento se levantó aún más fuerte y empezó a zarandearla, y aunque intentó alejarse del borde, fue inútil y cayó por el precipicio. Pensó que ese era su fin. Pero no fue así. Comenzó a ver unos haces de luz muy finos que parecían frenar su caída; caía sobre uno y sobre otro, así, uno tras otro, la frenaban cada vez más, y cuando estuvo cerca del suelo, se agarró a uno y sintió que era la más fina cuerda que jamás había tocado, más fina que cualquier hilo, suave como una pluma de ave y aun así lo suficientemente fuerte como para soportar su peso cayendo a esa velocidad. Ya estaba en el suelo. Miró hacia arriba y vio cómo los haces de luz iban de un lugar a otro como si no vinieran de ningún lado y tampoco fueran a ningún otro: se desplazaban constantemente. El viento meció su pelo de nuevo y, al mirar su cabello moverse, vio cómo los haces de luz lo hacían. Aquello era el aire, no era ninguna cuerda o hilo, pero relucía con una luz misteriosa, mágica, que desapareció como si nunca hubiera pasado nada. Lo que había ocurrido era lo más raro que jamás le había pasado o imaginado, pero también lo más emocionante. Quizás lo que más le extrañó fue que en ningún momento sintió miedo.

Night.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora