Libre.

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Ambos comenzaron a pelear. Klaud parecía más hábil ahora. Además, daba la impresión de que las hachas no eran el arma favorita de Yusuf. Ahora era mi turno, tenía que vencer a mis nervios. Sentir la suave brisa que venía desde el norte, concentrarme en el movimiento que dibujaba, saber cuándo cesaba y comenzaba, pero sobre todo tenía que ver aquello que nadie podía ver: su brillo, su color, como aquella vez en el barranco. El sol centelleó y lo vi, vi los haces que iban de aquí para allá, ondulados, como un mar de líneas que cubrían el cielo y la tierra. Me levanté sintiendo que mi cuerpo era muy ligero, sintiendo que los haces de luz que atravesaban y se unían a mí. Las cadenas de mis manos se soltaron y el verdugo se dirigió hacia mí pero, como si fuera una titiritera, moví algunos haces. El resultado fue que aquel gigantón salió volando con una fuerza extraordinaria. A falta de cualquier guardia más que nos impidiera escapar, me fui hacia donde Klaud y Yusuf seguían luchando. El combate parecía estar bastante igualado. Podría haberles dejado, pero las fuerzas me abandonaban y no quería volver a caer en terreno enemigo.

—¡Klaud, vámonos!

—¿No puedo jugar un poco más?

—¡No seas idiota! ¡Vámonos!

—¡No pienso dejaros ir a ningún lado!

—Lo siento, Yusuf, no es algo que tú puedas impedir.

Alcé la mano y tiré de algunos haces, provocando que Yusuf se golpeara contra la cárcel y quedara enterrado entre escombros. Sabía que no había acabado con él, así que agarre a Klaud y salimos corriendo lo más rápido que pudimos. Pero cada vez que tiraba de un haz de luz y el viento cambiaba a mi voluntad, sentía el peso de una piedra encima de mí, tan pesada que me costaba seguir de pie.

Cuando dejaron la playa, el atardecer ya cesaba. Tendrían que pasar por el bosque que rodeaba Dark, a unos diez kilómetros de allí. Klaud había dejado una extravagante moto, por seguridad. Cuando llegó la noche, aún bordeaban el territorio de Dark, y en todo el camino ninguno de los dos dijeron palabra hasta ahora…

—Klaud…

—Ahora no, este sitio es demasiado peligroso y… hay que guardar silencio absoluto.

Se guardó el hecho de que haber utilizado sus poderes antes la habían dejado como si veinte trenes la hubieran atropellado.

Tras pasar casi por completo los alrededores del castillo, una fuerte punzada le golpeó el pecho. Después, otras, hasta que se tambaleó y cayó al suelo de rodillas.

—Alexandra, ¿qué te pasa?

—No me siento muy bien, tengo punzadas y estoy… agotada.

—Mierda, ahora no…

Me intenté levantar y sacar todas las fuerzas que me pudieran quedar, pero mi cuerpo no respondía a mi esfuerzo.

No podía forzarla a caminar, veía cómo su cuerpo temblaba de forma muy contundente, y su rostro palidecía. En el peor lugar, las cosas se ponían feas, pero me juré que la salvaría de todo esto y que no volvería a abandonarla.

Klaud se volvió y se agachó, cogió a una débil Alexandra a caballito y corrió como jamás lo había hecho antes.

Al cabo de una media hora, ya lejos y a salvo del castillo, Klaud paró y soltó a Alexandra, que había dejado de temblar, pero parecía tener fiebre.

—¿Cómo estás?

—Bueno, he estado peor otras veces…

—Tienes que hacer un último esfuerzo, ahí, detrás de esos árboles, está mi moto. Tendrás que agarrarte bien, porque pienso llegar a Worldreams volando y si no te agarras fuerte… bueno, saldrás tú volando.

Alexandra soltó una apagada carcajada y se agarró del hombro de Klaud para levantarse. Ambos se montaron en una peculiar moto sacada de videojuegos de ciencia ficción.

Unas tres horas más tarde ambos, al fin, dejaron el bosque, y por fin llegaban a Worldreams. Pero Alexandra no pudo admirar la ciudad de lejos. La vista se le nublaba y los ojos se le cerraban solos, pero aun así siguió aferrada a Klaud.

De repente, sintió que la moto paraba, que Klaud la llamaba, pero ella ya no pudo hacer más esfuerzos, y visión y sonidos desaparecieron. No supo si cayó al suelo o si Klaud la cogió. Simplemente, todo fue desapareciendo y la oscuridad la volvió a engullir.

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