Camino durante la noche.

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Miedo. Ella no había sentido muchas veces eso, por no decir ninguna. Incluso ahora en medio de aquel bosque oscuro, con leves rayos lunares atravesándolo, no tenía miedo; sabía que algo le había traído hasta allí y sentía como que debía seguir las señales, como un susurro en el viento o la curiosidad de asomarse a un precipicio con una ventolera de por medio. Un escalofrío rozó su espalda, quizá nada bueno le enviaba esas pistas, ahora debía ser prudente y decidida.

La noche continuaba, no sabía cuánto tiempo llevaba en aquel lugar, no sabía ni cómo había llegado. Los árboles se agitaban continuamente. Ella estaba sentada contra el muro de roca de donde metros más arriba había caído. Observaba los árboles, lo curiosos que eran al moverse, todos en el mismo sentido, hacia delante. El viento paró y con ello el movimiento de los árboles, excepto uno, que se hallaba delante de ella; no dejaba de moverse hacia delante. Recordó que, cuando estaba arriba, más adelante, había un lago enorme y bello que reflejaba la luna. ¿Y si esta era otra pista? El árbol no paraba de moverse y vio como el que estaba detrás de este comenzaba a hacer lo mismo. Ahí estaba lo que esperaba: otra señal. Se levantó y echó a correr por donde le enseñaban los árboles, adentrándose así en un bosque oscuro y levemente iluminado. Siguió el camino que los árboles le indicaban, primero todo recto, después hacia la derecha, más tarde hacia la izquierda y al final todo recto de nuevo; le dio la sensación de haber rodeado algo pero estaba oscuro y no se veía nada. El día comenzó a asomar cuando por fin salía del bosque.

La primera visión que tuvo después de aquel oscuro y frío bosque fue un prado, cuya hierba le llegaba hasta la cintura, pero a medida que se acercaba al magnífico lago de aguas cristalinas, esta iba decreciendo hasta llegar por los tobillos. Más tarde se encontró una orillita de arena, fina, blanca, suave y muy agradable al tacto, antes de empezar un lago que cualquiera diría que era un mar, con sus lentas olas y su increíble longitud, que parecía no tener fin. Pero ella lo había visto, miró hacia atrás y vio el precipicio que desde allí no parecía más que un salto. Se sentó en la orilla del lago y contempló el amanecer. Estaba cansada. Pensó que era normal, ya que no había dormido en toda la noche. ¿O sí? Todo podía ser un mero sueño, pero era demasiado real. A veces los sueños parecían muy reales, pero este sin duda alguna era el que más y el más especial; sentía la brisa del aire, aunque en este lugar era más suave y menos fría, pero se compensaba porque no hacía tanto calor. Veía los colores que creaba el sol en el cielo, desde el más claro amarillo hasta el azul pasado ya de la noche anterior, pasando por el anaranjado, violeta claro y celeste bebé, el cual iba oscureciéndose hasta desaparecer en un azul oscuro. Allí sentada se sentía agotada y muy relajada, se tumbó y dijo que era imposible que se durmiera así sin más, pero se equivocó y la arena fue un perfecto colchón para dormir. Durmió. Durmió. En aquel extraño lugar, tan maravilloso como nuevo, en el que aún notaba algo, alguien, una presencia extraña y aterradora que jugaba con ella haciéndola ir a donde quisiera. Así durmió plácidamente hasta que un mal sueño le vino a la cabeza. Una gran tormenta, olas de una altura increíble, truenos, relámpagos, el viento atacando con fiereza, y… después, se vio a ella en medio de aquello: de una forma aterradora le brillaban los ojos con una luz misteriosa, volando en medio de aquella tormenta y sintiendo miedo más de ella misma que de aquel aterrador fenómeno meteorológico. Aquella pesadilla la despertó, se asomó al agua y en ella se vio reflejada con los ojos brillando con aquella luz. Echó a correr lo más rápido que pudo fuera de la orilla; el lago que tan bello le había parecido hace unas horas, ahora le daba miedo.

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