Capítulo 13.

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Nota: Es de especial importancia que leáis el mensaje del final. Gracias!

Había perdido la noción del tiempo, no sabía ni si era de día o de noche. Un intenso dolor de cabeza me incitó a abrir los ojos. Para cuando lo hice me di cuenta de que no estaba sola, y que había dos personas medio borrosas observándome. Seguía oliendo a té. Té de piña, y entonces fue cuando recordé lo que había pasado.

-¿Dónde estoy? –pregunté dudosa. Aún no veía a las dos figuras claramente. Empecé a estudiar a la posicionada en la silla que estaba a izquierdas. Alto, corpulento y pelo chocolate. Era él, estaba claro. De golpe se levantó y se acercó a mí.

-¡Maya! –gritó medio emocionado medio asustado.- ¿te encuentras mejor? –preguntó con tono preocupado. Sus ojos, creo que en las pocas veces que lo había visto no habían estado tan claros ni tan transparentes. Podía ver a través de ellos. Parecían del cristal más puro que jamás pensé que vería. Él era puro.

-¿Qué ha pasado? –pregunté yo sin responder a su pregunta. ¿Me encontraba bien? No. Tenía la sensación de que en cuestión de segundos me explotaría la cabeza y no, no me iba a preocupar de salpicar a alguien. La mejor opción sería tomarme una aspirina. Quizás con sus poderes mágicos la señora Awesten podría hacer aparecer alguna.

-Fuiste al baño a lavarte la cara, luego yo intenté sorprenderte por la espalda pero te desplomaste en mis brazos. Te ha dado una bajada de azúcar muy fuerte. –dijo más preocupado que antes. Esto le hacía más adorable aún. Me incorporé y me froté los ojos. Tenía la impresión de que había dormido años. Miré el reloj. Tan solo había pasado una hora, que extraño. La otra figura resultó ser la señora Awesten, que permaneció sentada sin apenas decir nada. –Si te hubiera pasado algo, yo… -dijo acariciándome la mejilla, a lo que ella sonrió. Cada vez tenía más claro que escondía algo, y no me daba muy buenas vibraciones. La miré.

-Hay algo que debe contarnos. –me dirigí a ella, que ensanchó su sonrisa al oír lo que le acababa de decir. De golpe empezó a vibrar algo en mi bolsillo. El móvil. Lo saqué a toda prisa, miré la pantalla que con letras iluminadas señalaba “mamá” y tragué con fuerza antes de descolgar. Sus gritos los hubiera escuchado hasta un sordo. No dejaba de decir cosas sin respirar entre las cuales no dejaba de repetir “preocupada”. Aproveché una pausa.

-Estoy bien mamá. Sí, estoy en su casa y me ha invitado a un té, por eso nos hemos alargado y aún no he llegado. Sí, no te preocupes. Vale. Hasta ahora. –le contesté. Ellos me miraban inexpresivos y supongo que asustados por los gritos de mamá. No solía gritarme a no ser que de verdad estuviera enfadada. En casa me esperaría una buena. – Es tarde, debería irme. –me levanté. Ellos me imitaron. –Tenemos una charla pendiente señora Awesten. –la miré de soslayo. Ella seguía sonriendo. No dijo nada.

Bajamos a la puerta donde me despidió.

-El jueves, a la misma hora. No llegues tarde. –me advirtió. Parecía que al fin estaba dispuesta a darme respuestas. A darnos respuestas. Me miró por última vez y sin decir nada más cerró la puerta en mis narices.

Me alejaba por el camino de entrada cuando de pronto un ruido hizo que me girara. Volvía a ser él, mi chico misterioso. Siempre aparecía en los momentos más aleatorios del día. Cuando menos me lo esperaba allí estaba, con sus ojos pistacho, tan vivos como la primera vez que lo vi.  Me miraba conservando las distancias, sin acercarse un metro.

-Hasta el jueves. –le dije esperando que el también estuviera en el encuentro acordado con la señora Awesten.

-Hasta el jueves. –me contestó. Avanzó un pie dudoso hasta que se decidió. Se acercó y me depositó un beso en la frente, se dio la vuelta y le observé mientras se alejaba.

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