Capítulo 9.

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No sabía si girarme o quedarme quieta. Tenía miedo. Però entonces lo supe. Su voz me resultaba familiar. Era la que oí aquel día en la cantina. Empecé a sudar de lo nerviosa que estaba. Era él, seguro que lo era.

Me empecé a girar muy lentamente, con la respiración muy acelerada, y resbalé. Maldita alfombra, que hizo de ese momento algo cómico. Me quedé tirada en el suelo con los ojos cerrados a causa de la maldita vergüenza que estaba pasando. Cuando los abrí, lo primero que vi fue su cara de nuevo.

-¿Estás bien? –me preguntó, pero estaba demasiado absorta en mis pensamientos que fingí no escucharlo. Un bosque de pecas se abría paso en sus mejillas y podía jurar que sus ojos eran de un pistacho más verde que las paredes de mi habitación. Era más alto que yo y su pelo tenía el mismo color que el chocolate, mi favorito. SI no hubiera sido por las circunstancias –se acababa de colar en mi habitación, que poco cortés- lo hubiera descrito como mi patrón de chico perfecto. Era demasiado atractivo para ser real. Pero… ¿Qué hacía en mi habitación? Hice la croqueta, cogí el atizador que instantes antes había dejado caer en el suelo y me levante con un movimiento ninja que ni yo misma antes me habría creído capaz de hacer.

-¿Quién eres? ¿Y qué haces aquí? – le pregunté apuntándole con el atizador, insinuando que si hacía falta lo usaría como arma. Y no dijo nada. Abrió la boca un par de veces con ademán de hacerlo, pero ni una palabra salió de su boca. Me hubiera quedado años mirándole, pero tampoco quería ser una babosa. Ahora me tocaba a mi hacerme la dura. – ¡Eh! ¿Que no me has oído? ¡Qué haces aquí te he preguntado!

Fingí que estaba enfadada, aun que su presencia me gustaba y mucho. Ya estaba bien de rodeos, esta era la tercera vez que lo veía y no iba a dejar que se escapara, no otra vez. No decía nada.

-Bueno, si no quieres hablar no hables, pero de aquí no vas a salir hasta que me digas al menos por qué huiste la primera vez sin decirme nada, y ya no hablemos de la segunda, que me quedé allí sentada como una tonta. Ya pensaba que estabas en mi cabeza, que ni siquiera eras real, que estaba loca. – terminé gritando.

-No grites, por favor. – dijo muy calmado. Demasiado para el enfado que llevaba yo encima. ¿Qué corría por las venas de este chico? ¿Horchata? Me empezaba a desesperar.

-¿Quién eres? – le solté con rabia. La impaciencia me mataba.

-Ya sabes quién soy, el chico que te salvó ¿recuerdas? – me contestó. Vamos, me estaba retando, seguro. Me acerqué algunos pasos más aún con el atizador en mis manos en modo amenaza.

-Ya sabes a lo que me refiero, quiero tu nombre. – dije. Se volvió a quedar callado, como si dudara de cuál era su nombre. Perfecto, definitivamente este chico era tonto.

-No lo sé. – Tras unos minutos de silenció contestó. Me estaba vacilando.

-¿Cómo que no lo sabes? – le dije incrédula.

-No lo sé. Bueno, más bien no lo recuerdo. Igual que tampoco recuerdo como llegué aquí.

Esto empezaba a ser realmente raro. ¿Cómo que no sabía cómo había llegado aquí?

-Bien, dejemos esa pregunta para más tarde mejor. – empecé a dar vueltas alrededor suyo muy lentamente para intimidarle. – La siguiente es: ¿qué haces aquí? – me paré y le miré fijamente. Se volvió a quedar mudo. Me estaba exasperando, no iba a aguantar mucho tiempo más sin perder los estribos. - ¿Tampoco sabes la respuesta a esta? Pues vamos bien.

Me estaba mirando muy directamente cuando de pronto me sorprendió acercándose a mí. Su boca estaba entrecerrada y no podía evitar mirarla. Sus ojos habían crecido y ahora me miraban con una expresión diferente a antes. Tenía al chico que llevaba días esperando a centímetros de mí y lo único que podía hacer era ser una estúpida.

-Lo siento. – le dije. Me miraba fijamente, inmóvil.

-¿Lo sientes? – me contestó haciendo una mueca que aún me hizo verle más guapo. -

¿Qué es lo que sientes?

-He sido una borde. Llevo días esperando que aparezcas de nuevo y cuando lo has hecho mi comportamiento no ha sido muy bueno. Y… - me cogió un mechón de pelo y me lo puso detrás de la oreja. Miré hacia arriba buscando sus ojos de nuevo. Me estaba volviendo loca.

No comprendía lo que estaba haciendo. En vez de echarlo de mi habitación -él, un desconocido con el que nunca había mantenido una conversación el cual podía resultar ser un violador- le había dejado acercarse a mí, a muy poca distancia. Parecía que eso de “no hables con extraños” que mis padres se habían encargado de enseñarme cuando era tan pequeña no me había servido de nada. Ahora le tenía aquí, frente a mí, y me moría por él. A penas le conocía, pero lo hacía. ¿Cómo podía ser?

Se empezó a acercar a mí, estrechando la poca distancia que ya nos separaba. Me iba a besar, lo iba a hacer. Su aroma inundó mis pulmones. Ese aroma dulce que solo le atribuía a él. Sus labios a pocos milímetros de los míos.

-¿Quién eres? – fue lo único que se me ocurrió decirle. 

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