II

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Habían pasado ya alrededor de dos horas. La frente le sudaba cada vez más por aquél traje incómodo de salubridad, hecho que le provocaba una crisis de nervios cada vez que su asistente le pasaba una toalla casi empapada.

En una mano tenía una aguja con hilo y en la otra una pinza que le ayudaba a pasar la piel del paciente saturando la herida abierta de aproximadamente diez centímetros en el pecho. Una operación a corazón abierto era su especialidad y por ello era tan meticuloso dando indicaciones vociferadas a sus asistentes. Necesitaba la piel limpia para terminar de halar el hilo y unir los tejidos formando una perfecta costura.

Suspirando, se alejó de la camilla iluminada por lámparas de luz blanca para salir con las manos en alto hacia el cuarto de higiene donde tiraría los guantes manchados de sangre y se quitaría al fin su fastidiosa bata. Lavó sus manos hasta los codos dos veces para salir por el pasillo que daba a la sala de espera encarando a los familiares de su paciente con rostros impacientes.

-Doctor ¿Cómo está mi hijo?- Preguntó la anciana con los ojos rojos del llanto y la boca seca por tanto rogarle a Dios la salud de su primogénito.

Yoongi soltó un suspiro. Odiaba cuando no le daban la palabra en primer encuentro.

-La operación ha sido un éxito. Ahora esperamos a que despierte de la anestesia.

-¡Gracias a Dios!

El pelinegro se obligó a dar un paso atrás advirtiendo la escena emocional, evitando un indecoroso abrazo que no deseaba... o quizá sí pero no de aquella mujer.

Sin más que decir, se dió la vuelta para buscar la salida del edificio. Era una costumbre que su cuerpo buscara -inconscientemente- el calor de un singular pelirrojo. Vistiendo un pantalón y una camisa blanca junto a su bata, salió para cruzar hacia el edificio dos, el área en la que se encontraba pediatría, no sin antes pasar por la cafetería necesitado de su dosis de cafeína. Su cuerpo casi temblaba ante la imagen de un café humeante, cargado a morir y sin azúcar.

-¡Un americano!

Gritó la anciana de mediana edad colocando el café en un vaso reciclable sobre la barra al ver al doctor Min cruzar por su puerta. Era una costumbre que a las cinco de la mañana, tres de la tarde y nueve de la noche, el pálido hombre de ceño fruncido merodeara aquella zona, así que no era difícil adivinar el motivo de su presencia.

-Muchas gracias, Hyojin.

Hizo una reverencia mientras sacaba su cartera de cuero dejando el dinero sobre la barra. Tomó el café destapándolo para inhalar el aroma amargo.

-Doctor Min- Asintió con una sonrisa.

El rubio siempre apreció a aquella mujer porque por alguna razón, compartían los mismos gustos, los mismos modales, el mismo carácter extraño que pocos entendían.

Se dió la vuelta en busca de su pelirrojo pero se topó con un menudo rubio sonriente de mejillas coloradas. Sorprendido por su aparición, alzó ambas cejas demostrando un gesto que le provocó una jovial sonrisa a su compañero.

Tanto tiempo sin verle y algo en aquél niño le parecía haber cambiado; como aquellas ojeras bajo sus rasgados ojos, su mirada dulce y temperamental, su rostro antes redondo ahora lucía alargado con la mandíbula puntiaguda, sus labios carnosos y el cabello poco descuidado. En lugar de parecer un enfermero de primera, lucía como un soldado veterano.

-Jimin...

-Doctor Min.

El rubio sonrió y no pudo soportar abrazar a su viejo compañero, mentor, maestro y admiración.

TRANSFUSIÓN DE AMOR【YOONSEOK】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora