El club de la calle St James, parecía desierto a esa hora de la mañana. La mayoría de los caballeros aún dormían, la partida de naipes de la noche pasada se había prolongado hasta la madrugada. No obstante no todo el mundo estuvo allí. Lucien sabía que la persona que buscaba estaría sin lugar a dudas en sus salas.
—Buenos días, lord Dudley, diría que duerme usted en el club—. Lucien se sentó junto al anciano, como había hecho a lo largo de las últimas décadas.
—Mi joven amigo, lo más emocionante que hay en mi vida, son las idas y venidas de vosotros, los jóvenes.
—Vamos, señor, tampoco es tan anciano.
La respuesta fue una sonora carcajada. Lord Dudley rondaba ya los cincuenta, era un anciano en toda regla, con sus cabellos blancos y su espalda ya encorvada. Lucien recordaba cuando el viejo era un joven como él. Las de juergas que se habían corrido juntos. Recordó las veces que le hablaba de las noches que había pasado con el anterior conde de Barlay, como si le hablase de su padre, sin saber que hablaba de él mismo. Lucien se paró, pronto moriría como todos los demás y él seguiría allí, con un nuevo título, era tercero o cuarto el numero de supuestos condes de Barlay después del verdadero, su abuelo. Sus pensamientos no caminaron por ahí mucho tiempo.
“Los ojos de la mujer se movieron buscando. Cuando hallaron lo que buscaban, una lágrima rodó por su mejilla.”
—Dime Lucien, qué te trae tan temprano por el club—.Las palabras del anciano hicieron que la escena se esfumara en el aire devolviéndole a la conciencia.
—Buscaba a Rowland.
— ¿Ese canalla?—exclamó sorprendido el anciano—. Dejó muy claro anoche que iba a estar fuera un par de días. Viaje por placer. Y ya sabes de qué placer hablaba.
Sabía de qué placer hablaba, otra cosa era poder olvidarlo.
“Las manos de Rowland acariciaron la piel ensangrentada a causa de las heridas. Sus ojos se cerraron, mostrando placer por el contacto. Con sus manos manchadas de sangre, siguió acariciando el cuerpo desnudo e inerte de la joven
—Entiendo… —Lucien apretó los puños bajo la mesa, se le había escapado.
—No me gusta ese hombre. Ten cuidado, hijo.
—Lo tendré, señor. Y descuide, no comparto ni me agradan sus gustos.
—Creo que a nadie. Un hombre así tiene asegurado su pasaje al infierno. Cree que uniéndose a los cazadores de brujas, excomulgará sus pecados…
— ¿Cómo…? —interrumpió Lucien asombrado.
—Hace unos meses, contó que el obispo Gardiner le pidió ayuda en el proceso de las brujas. Se jactaba de haber encontrado un entretenimiento perfecto. Ayudaría a su rey, a su iglesia y a él mismo. Decía que era un regalo del cielo.
Los puños de Lucien seguían apretándose y su respiración se estaba alterando como consecuencia del tremendo control que estaba ejerciendo en su interior. Los gritos femeninos resonaban en su cabeza sin poder evitarlo. Se frotó los ojos con una mano, intentando que recuperaran el dorado que sin duda ya habían perdido. El cambio en sus ojos era la única prueba de que su rabia se estaba desbocando.
—Señor… ¿sabe usted dónde? —preguntó Lucien. Apenas podía hablar, si abría más la boca, su ira tomaría el control y solo brotaría el rugido de una bestia.
—He oído que hicieron una incursión en Essex.
—Monstruos. – gruñó apartando su mirada hacia la pared.
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Condenado a amarte
RomanceLucien Laverty ha llegado a odiar la vida y a todo cuanto le rodea, hasta el punto de abrazar la parte oscura de su magia para atormentar a los mortales. Thara Davenport, acusada de brujería, es torturada y sentenciada a muerte. La suplica de muert...