Londres, Inglaterra.
Aquel nunca había sido uno de sus dones. Podía leer el pensamiento de los demás si lo buscaba, pero jamás un contacto accidental había hecho algo así.
—Buena noche, Barlay—le felicitó Rowland caminando hacia la salida del club.
Tan solo fue un cordial saludo. Una simple palmada en la espalda para felicitarle por una buena partida de cartas y todo su ser se encogió ante el estruendo de imágenes que invadieron su cabeza.
Lucien Laverty, conde de Barlay, no pudo contestar, se había quedado paralizado. Mudo por la crueldad de aquellas escenas.
Todos los miembros del club conocían la inclinación de Rowland por golpear a las mujeres. No era ningún secreto, pues él mismo se jactaba con frecuencia de ello. Sin embargo, lo que Lucien había visto, iba más allá de una actividad sexual.
Nadie le vio recorrer en un solo paso los casi diez metros que ya le separaban de Rowland. Amparado en la escasa luz de la entrada al club de la calle St James y ayudado por las borracheras de la mayoría de los miembros que lo abandonaban, Lucien utilizó su magia para recuperar los segundos que el atropello de imágenes sin sentido le habían hecho perder. Buscó un segundo contacto.
Rowland estaba subiendo a su carruaje cuando Lucien se abalanzó sobre él, en un tropiezo fingido. Necesitaba algo más que el contacto de una palmada. Con sus dos manos apoyadas sobre la espalda de Rowland, se empapó de aquellas escenas que segundos antes solo había vislumbrado.
— ¿Pero qué diablos?… ¡Barlay!—le reprendió Rowland enfurecido, sacudiéndose de encima las manos de Lucien como si fuese a mancharle.
—Creeo… que me… iré… a dormir—le contestó Lucien arrastrando las palabras, en un intento de parecer tan borracho como los demás.
Rowland ni siquiera se molestó en contestar. Seguía empeñado en deshacerse del contacto de Lucien. Sus manos seguían sacudiendo el lugar donde él le había tocado. Con una mueca de asco en su rostro, entró en el carruaje y golpeó el techo, indicándole al cochero que podía partir, poco le importaba un conde borracho.
Lucien, se irguió, se colocó su capa sobre los hombros y caminó hacia la oscuridad de la noche. Hacia las sombras producidas por las mansiones y los callejones. Ya tenía lo que buscaba. Nada le retenía en ese lugar. Así que se dejó llevar por el viento y sus moléculas se separaron hasta desmaterializar su cuerpo.
Sus células volvieron a unirse formando un cuerpo sólido en la biblioteca de su mansión. Nada más tomar consistencia su mente vagó por los recuerdos que había absorbido de Rowland.
“—No, he hecho nada… por favor suélteme.
—Bruja, eres una bruja… confiesa —le gritaba Rowland.
—Ahh —el grito de la joven desgarró el silencio. Rowland había golpeado su espalda con un látigo. Una segunda sacudida estremeció el cuerpo de la joven antes de desmayarse.
—Esperad a que despierte —ordenó Rowland —. Mientras seguid con las demás.”
Las imágenes se cortaron. Lucien terminó de dar un paso. No se había dado cuenta de que se había detenido. La escena le había inmovilizado. Tomando todo control de su cuerpo. Respiraba con lentitud y profundamente.
Una copa, necesita un buen trago, se dijo. Caminó hacia la mesita con las bebidas y tomó una botella de whisky y un vaso. El líquido ambarino descendió de un golpe por su garganta. Se ahogaba. Necesitaba otro. Volvió a llenar el vaso y a vaciarlo con rapidez.
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Condenado a amarte
RomanceLucien Laverty ha llegado a odiar la vida y a todo cuanto le rodea, hasta el punto de abrazar la parte oscura de su magia para atormentar a los mortales. Thara Davenport, acusada de brujería, es torturada y sentenciada a muerte. La suplica de muert...