“Tendré que preguntar yo, pues no veo que vayas a informarme tú solito” le dijo Marcus a la tarde siguiente.
Llevaba ya un buen rato ensayando la forma de entrarle a su hermano y una chispa de broma le había parecido buena idea.
Sus palabras se colaron en la mente de Lucien.
—Ya sabes como está. He sentido tu tiento en tres ocasiones –le contestó Lucien, impasible, mientras seguía mojando la compresa que había cambiado ya cientos de veces.
“Estaba preocupado, pero no quería entrometerme.” Su empezar no había sido bueno, estaba claro que su gemelo no estaba para bromas.
— ¿Preocupado?... Por ella… o por mí.
Unos segundos de silencio, tiempo suficiente para que Lucien comprendiera por quien estaba preocupado Marcus, sin mediar palabra.
“Ha comenzado a subirle la fiebre” contestó Marcus evitando la pregunta de su hermano.
—No necesito que me lo recuerdes —le dijo desanimado. Volvió a sumergir el paño en agua fría, pero esta vez no lo puso sobre la frente de la joven sino que se humedeció el rostro y volvió a sumergirlo para colocarlo donde debía estar, la cabeza de la mujer que aún descansaba en su lecho.
La fiebre había empezado a subir la noche pasada y sus pociones no ayudaban a bajarla. Curar no era uno de sus dones. Quizás porque nunca necesitó curarse.
Y ahora no necesitaba que su hermano le recordase lo precaria de la situación.
Acarició esa cabeza empapada en sudor y agua fría. Cogió entre sus dedos el cabello, podía ver que era ocre, avellana, o era solo el color mojado.
Caminó hacía la ventana y miró fuera. El sol empezaba su descenso tiñendo de una gran tonalidad de rojos el horizonte. Pero Lucien no vio ninguno, sus ojos solo veían el rostro de la joven de la que ni siquiera sabía su nombre. La había observado durante tanto tiempo que había memorizado cada línea de sus facciones. Su pequeña naricilla, sus labios rojos estaban perdiendo color, sus mejillas ahora sonrojadas por la fiebre. Pero sobre todo, sus ojos, unos ojos que le habían cautivado desde el principio y de los que ahora solo veían las enormes pestañas rizadas que los bordeaban. Había memorizado cada minúscula peca, casi invisible, que cubrían su nariz y que solo era posible ver muy de cerca. Tan de cerca como si fueras a besar sus sensuales labios.
Pero también cada herida.
El recuerdo fue un jarro de agua fría para sus sentidos.
Hacia horas que la mantenía en un ligero sueño, no podía despertarse pero era evidente que el dolor era insoportable pues no le permitían conciliar un sueño tranquilo. Su cabeza se movía de un lado a otro y palabras incoherentes se escapaban de su boca. Los delirios de la fiebre, no era buen presagio. Volvió a tomar una compresa y la sumergió en agua para enfriar un poco sus manos y su cuello.
“¿Has tentado su mente?” preguntó Marcus.
—Sí, y no he sacado nada. Es un caos. Solo recuerda la tortura… No entiendo cómo ha podido vivir.
“Cálmate, Lucien. Se nos ocurrirá algo.” Marcus volvió a notar la rabia llenar el cuerpo de su hermano. Era un veneno dispuesto a extenderse a la menor oportunidad. Y esa oportunidad parecía presentarse demasiado a menudo.
—No puedo soportar verla así. Sufre mucho, lo siento en mí–. Lucien se golpeó el pecho para dar énfasis a sus palabras.
“¿Has empatizado con ella? “Preguntó Marcus extrañado, nunca había ocurrido algo así.
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Condenado a amarte
RomanceLucien Laverty ha llegado a odiar la vida y a todo cuanto le rodea, hasta el punto de abrazar la parte oscura de su magia para atormentar a los mortales. Thara Davenport, acusada de brujería, es torturada y sentenciada a muerte. La suplica de muert...