Parte IV

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A lo lejos, en su mente, apareció un susurro. Una voz apenas audible entre la respiración agitada y los fuertes latidos de su propio corazón.

Lucien, cálmate. Calma esa bestia.” Aquella voz le transmitía serenidad, pero le costaba mucho oírla y aún más centrarse en ella. “Escucha mi voz, Lucien, concéntrate en mi voz. Cierra los ojos, aparta todo lo demás y escucha solo el sonido de mi voz.”

Marcus estaba asustado. Había sentido a su hermano convertirse en un berserker, pero la transformación no había sido convocada. A veces habían convocado los poderes de los antiguos  berserker para ayudarse de su fuerza descomunal, de su destreza en la guerra  para  dirigir la victoria en una batalla hacia un determinado lado. Pero en esos casos, el berserker se hallaba  bajo control, en cambio, ahora, había tomado el cuerpo de su hermano a través de la ira, la rabia, la angustia y estaba sin control. No obstante, también había algo más en torno a su hermano, algo que le producía inquietud aunque no era capaz de averiguar su procedencia.

Sabía que si Lucien no conseguía hacerse con el control nuevamente, todo  estaría perdido y no estaba dispuesto a permitir eso. Haría cuanto estuviese en sus manos para evitarlo.

De momento, necesitaba más poder. Necesitaba controlar a la bestia antes de que engullera del todo a su hermano. Tenía que dominar  al antiguo guerrero  hasta que su hermano pudiese someterlo  un poco.

Necesitaba dar fuerza a la esencia de su hermano que amenazaba con ser engullida por el berserker. Marcus no estaba del todo seguro de sus sensaciones, algo más estaba haciendo peligrar la esencia de su hermano y no era capaz de localizarlo.

Escucha mi voz… concéntrate en mi voz…” continuó hablándole, con la esperanza de que su voz pudiera  avivar al Lucien consumido por la bestia.

Apenas le sentía, todo a su alrededor era muerte, furia y una sed implacable de venganza. El berserker lo llenaba todo. La naturaleza de su hermano era apenas una mota de polvo en una casa abandonada.

Puedes hacerlo… Controla la bestia… Escucha mi voz… Hermano, escucha mi voz” repetía, aunque ni siquiera sabía si había llegado a oírle en algún momento.

Tenía que hacer que Lucien se concentrase en algo tangible. Algo que le resultara familiar. Algo que llamara al Lucien que se debilitaba. Para ello, necesitaba ver por los ojos de su hermano y eso no podía hacerlo sin  él.

 Una escalera esculpida en la propia roca condujo a Marcus hasta el interior de la montaña. Hasta una cueva abierta en el mismo centro, rodeada de roca y cristales que brillaron con la sola presencia de Marcus, llenando la estancia de una extraña luz azulada.

Las escasas comodidades que en ella se hallaban, eran solo muebles tallados en la roca. Agujeros en la pared hacían las veces de estantes que contenían objetos de gran valor, tanto económico como para la magia. En una mesa, que más bien era una enorme piedra con una cara lisa, se hallaban varios libros que por su aspecto eran aun más antiguos que el propio Marcus.

Lucien, dame tiempo…”suplicó. Sabía que estaba pidiendo lo imposible, justamente eso era lo que no tenían, tiempo.

Colocó sus manos  alrededor del su tesoro más preciado, su caldero mágico. Un objeto antiguo, hecho en un mineral distinto a cuanto conocían. A su alrededor están talladas runas mágicas. Su interior estaba vacío hasta que Marcus lo tocaba con sus manos. Entonces se llenaba de un halo de luz azulada y su fondo se perdía entre una espesa  niebla que se derramaba  por el borde.

Muéstrame lo que ven los ojos de Lucien… “

El caldero se iluminó con una luz casi cegadora. Segundos después la luz desapareció, dejando la superficie del caldero transparente y tranquila como el agua de un estanque.

Condenado a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora