Cap VII

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Dormir a su lado no había sido buena idea. Decididamente, no.

¿Cómo se había dejado engatusar por su hermano?

Se había despertado dolorido y duro de deseo  y el despertarse abrazado a ella no había hecho más que empeorar las cosas. Respirar su olor, antes de abrir los ojos, antes de tener constancia de ella había sido extraño, abrumador. Jamás en sus trescientos años se había despertado con una mujer en su lecho. Siendo realista ninguna le había importado tanto para querer tenerla toda una noche a su lado…

El olor metálico de la sangre y el hedor de las cataplasmas volvieron a llevarle a la realidad. Su continuo jarro de agua fría.

 Apoyó su cabeza sobre un brazo y la observó con el entusiasmo de la primera vez, a pesar de no haber hecho otra cosa durante los últimos días. Sus ojos cerrados, sus mejillas sonrojadas de la fiebre…

“Sería maravilloso verla sonrojada por la pasión” pensó Lucien.

Lucien saltó de la cama. Aquella fascinación no era normal. Aquel deseo no era normal. Él no era normal.

Embrujo.

Aquella palabra volvió a colarse en sus pensamientos. No quería ni siquiera pensarlo, pero la sospecha seguía ahí.

¿Ya puedo marcharme?”  preguntó Marcus.

Había olvidado a su hermano.

—Puedes.

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Marcus abandonó el contacto mental con su hermano y se dejó caer  en el suelo junto al caldero. Mantener el caldero activo para poder ver la habitación de Lucien requería mucho esfuerzo.  Si Lucien hubiera podido ver su rostro, nada hubiera podido ocultar la preocupación  que mostraba su expresión. Ver lo que sucedía en otro lugar  a través de un vinculo, era poder de Marcus. Su caldero era capaz de unir los ojos de todos una vez establecida la unión mental.

La situación de su hermano le estaba inquietando más de lo que podía admitir ante él.

Embrujo.

Aquella palabra se colaba también en sus pensamientos y él no tenía nada para no agarrarse a ella. Para él, cabía la posibilidad de que todo fuera una trampa preparada para Lucien. Ningún hombre actúa así de la noche a la mañana. Nadie se enamora en unos segundos. Pero en cambió bastaba una mirada, un roce, para embrujar a un hombre.

Estaría alerta, alerta por los dos. Puesto que su hermano ya no actuaba con lógica.

Había analizado los recuerdos que su hermano le hizo borrar y no le encontraba lógica. Podía asegurar que ella lo miraba desde el recuerdo. Había atravesado la magia para buscarlo y eso solo demostraba una cosa: magia, brujería.

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—Por favor, acaba con esto.

Lucien se sobresaltó al oír la voz de la mujer. Sus ojos estaban abiertos,  mirándole una vez más. Lagrimas rodaron por sus mejillas y se llevó las manos al rostro para ocultarlo.

—Soy culpable… pon fin a mi vida.

—Calma, pequeña, todo ha pasado. Estas a salvo, nadie te hará daño.

—Ya todo acabó…

La tranquilidad volvió a la habitación. La joven volvió a sumirse en el sueño pero Lucien no pudo recobrar la calma con tanta facilidad. El dolor de ella atravesaba su corazón como una lanza.

Colocó su mano sobre su cabeza y buscó en ella. Si conseguía borrar algunos recuerdos quizás ella descansase mejor, pero la tarea no era fácil con ella en ese estado. Su mente era un galimatías, sus recuerdos eran confusos, saltaban de la tortura a su vida anterior, no podía borrarlos sin seguir un hilo. Nuevamente desistió de ello.

Intentó entretenerse y no pensar en ello. Retiró los vendajes y los ungüentos. Un desagradable olor se elevó hasta su nariz, el olor ya no solo era de las hierbas sino que en su mayor parte provenía de la piel muerta que rodeaba las heridas. Los latigazos se habían infectado y la piel se  había coloreado de un verdoso mugriento, de un espantoso color verdoso, violáceo…

Aquello no iba bien, llevaba ya varios días y las heridas iban a peor. No iba a servir de nada haberla llevado allí. No iba a servir de nada haberla rescatado de los punzadores, haberla salvado para nada. Iba a morir en su lecho, iba a morir en sus brazos…

Sus ojos se tornaron rojos. Sus puños se apretaron con fuerza, volviendo su piel blanca y sus uñas clavadas en la carne.

¿Por qué?

Lucien, ¿cuándo vas a aceptarlo? Ningún mortal puede sobrevivir a estas heridas.” La voz de Darius se coló en su mente.

—Nooo – gritó con decisión Lucien golpeando la mesa. La madera estalló bajo su puño. Sabía que Marcus estaría descansando, recobrando fuerzas después de todo el tiempo que había estado unido al caldero, pero nunca esperó que Darius ocupara su lugar.

No la hagas sufrir más…”

—Tiene que vivir  –gritó desesperado Lucien.

“Maldita  sea, Lucien.  Puedes oler la muerte. Deja de engañarte.”

Lucien no contestó, se limitó a mirarse la  mano con la que había golpeado la mesa. Las heridas abiertas por la madera se cerraban solas, arrastrando al interior cada gota de sangre.

El silencio se extendió entre ellos, como se extendía la distancia. Tras varios minutos sin pronunciar palabras…

—Puedes dejarme solo. Quiero despedirme…—. Sus palabras sonaron suaves, apagadas.

Darius no contestó, no sabía que decir. Ninguna palabra serviría de consuelo.

Condenado a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora