Un golpe en la puerta le devolvió a la realidad. Lucien cubrió con cuidado el cuerpo de la joven, sabía que Jason no esperaría respuesta ni permiso para entrar, lo mismo que cada mañana.
—Buenos días milord —dijo Jason nada más entrar. Como Lucien había predicho, sin esperar respuesta —. Perdone milord, no le oí llegar – continuó hablando.
Como cada mañana, se dirigió hacia las ventanas para descorrer las cortinas. Era ya todo tan mecánico que solo se dio cuenta de que ya estaban abiertas cuando estuvo delante. Se volvió desconcertado para observar que su señoría estaba de pie a los pies de la cama, de espaldas a él y vestido con la misma ropa de ayer. Entonces, su mirada reparó en el cuerpo tumbado.
—Lo… Lo siento milord, no sabía que tuviera compañía… Le ruego disculpe mi torpeza… — Jason agachó la cabeza avergonzado, evitando mirar de frente a su señor o al cuerpo del lecho y empezó a caminar arrastrando los pies. Deshaciendo el camino mientras seguía pidiendo disculpas por su intromisión pero es que era la primera vez que encontraba una mujer en su alcoba.
Y no es que nunca hubiera habido mujeres en la casa pero para ellas siempre había una habitación preparada. La alcoba del señor era impenetrable, una mujer jamás ponía los pies allí.
Jason levantó la cabeza al llegar a la puerta y miró a Lucien que seguía en silencio.
—Santo cielos… —gritó al ver la sangre que manchaba la sábana que cubría el cuerpo.
—Trae agua y vendas para lavar las heridas.
—Señor. —Su palabra sonó más a pregunta que a un mero protocolo— ¿Está herida?
—Más de lo que puedes imaginar —contestó Lucien pesaroso.
No dio más explicaciones y Jason no esperó oírlas. Durante los sesenta años que su padre se llevó al servicio de los Laverty había aprendido mucho sobre el comportamiento del señor Lucien y dar excusas y explicaciones no iba con él.
—Marcus, puedes vigilarla mientras voy a buscar algunas cosas.
“Por supuesto.”
Necesitaba traer algunas cosas. Algunas plantas que ayudarían a curar las heridas.
Mientras bajaba las escaleras hasta la biblioteca, escuchó a Jason dar órdenes para que le preparasen las vendas y los paños.
Lucien se detuvo apenas unos segundos en la puerta de la biblioteca. Sus pensamientos volaron hacia Jason, su ayuda de cámara, hijo de su actual mayordomo. Jason obtuvo el puesto cuando su padre Edward ya fue demasiado mayor para andar subiendo y bajando escaleras. Llevaba con Lucien desde que nació, como su padre había estado antes que él y su abuelo antes aún. Cuatro generaciones habían estado bajo su servicio. Eran una tranquilidad poder tener en la casa gente de confianza. Personas con las que no tener que fingir. Aunque a veces al joven Jason le costaba mantener la compostura.
Abrió la puerta y entró en la oscuridad de la biblioteca. Las velas se encendieron a su paso, en su camino hacia su refugio. Tres paredes llenas de libros y una sola puerta. Allí no parecía haber otro lugar. Lucien caminó hacia el escritorio de madera nórdica que presidía la habitación. No se detuvo allí, lo bordeo para seguir caminando en línea recta tras él, hacia los libros. No necesitaba puerta para entrar donde iba. Junto a la pared, un paso y para el siguiente, Lucien había desaparecido de la biblioteca.
Al otro lado, su interior era frio y húmedo, era pura roca. Escavada en la piedra, una escalera se extendía ante él, en un pasillo que solo permitía el paso de una persona a la vez. Cada pocos metros, en la pared se abría un hueco que contenía piedras que relucían con la sola presencia de Lucien, llenando la estancia de un color blanco plateado.
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Condenado a amarte
RomanceLucien Laverty ha llegado a odiar la vida y a todo cuanto le rodea, hasta el punto de abrazar la parte oscura de su magia para atormentar a los mortales. Thara Davenport, acusada de brujería, es torturada y sentenciada a muerte. La suplica de muert...